Página 12
Alivio
en el Palacio del Planalto. Allí la presidenta Dilma Rousseff recibió
el respaldo de dirigentes de izquierda, organizaciones sociales e
intelectuales, encabezados por el líder de los campesinos sin tierra
Joao Pedro Stédile y teólogo Leonardo Boff.
“Venimos a hacer público nuestro repudio al intento de golpe impuesto por (titular de Diputados) Eduardo Cunha”, señala el documento firmado por el Frente Brasil Popular. “Las calles serán decisivas para parar lo que nosotros llamamos golpe a la democracia”, reforzó la presidenta de la Unión Nacional de Estudiantes, Carina Vitral Costa cerca de las 14 horas en el Planalto cuando comenzaba la sesión del Supremo Tribunal Federal que dio la razón al gobierno sobre como será tramitado el impeachment en el Congreso y dejó sin efecto maniobras de Eduardo Cunha para forzar la destitución de Dilma.
“Venimos a hacer público nuestro repudio al intento de golpe impuesto por (titular de Diputados) Eduardo Cunha”, señala el documento firmado por el Frente Brasil Popular. “Las calles serán decisivas para parar lo que nosotros llamamos golpe a la democracia”, reforzó la presidenta de la Unión Nacional de Estudiantes, Carina Vitral Costa cerca de las 14 horas en el Planalto cuando comenzaba la sesión del Supremo Tribunal Federal que dio la razón al gobierno sobre como será tramitado el impeachment en el Congreso y dejó sin efecto maniobras de Eduardo Cunha para forzar la destitución de Dilma.
Algunos
militantes aparentaban estar mal dormidos pero reconfortados después de
las movilizaciones en defensa de la democracia, que reunieron a más de 200 mil personas en todo el país
frente las 83.000 que el domingo salieron a gritar “Fuera Dilma” y
“Fuerzas Armadas Ya”, según las cifras del informativo central de la TV
Globo. La encuestadora del diario Folha comparó las marchas en San Pablo
donde hubo 55.000 militantes por la democracia antes de ayer y 40.000
por la caída del gobierno el domingo. La disputa por la calle comienza a
revertirse: después de tres concentraciones multitudinarias en marzo,
abril y agosto las clases medias antipetistas perdieron mística debido
al desgaste, a su falta de hábitos políticos y al desengaño con su
dirigencia. La clase jurídica, al igual que la política, no es ajena al
comportamiento de la calle. Tal vez haya sido por eso, aunque no sólo
por eso, que la mayoría de los 11 jueces del Supremo Tribunal Federal
aprobó ayer las tesis defendidas por el gobierno y los partidos aliados
sobre como será el “rito” del enjuiciamiento contra Dilma.
Lo central es
que el Senado, donde el gobierno cuenta con más apoyo, tendrá la última
palabra sobre una eventual separación del cargo de Dilma en caso de que
Diputados apruebe el enjuiciamiento. Esta decisión, conmemorada por el
Partido de los Trabajadores, configura una derrota para el jefe de la
Cámara baja Cunha, del Partido Movimiento Democrático Brasileño (PMDB).
Es cierto, como dice el abogado general de la Unión, Luis Inácio Adams,
que esta crisis es “artificial” pues se pretende enjuiciar a Dilma por
asuntos relativos a la contabilidad del Estado (adelantar dinero para la
Bolsa Familia y otros gastos) sin que haya ninguna imputación de crimen
político o penal.
Más allá de
cual sea su origen la inestabilidad del gobierno es un dato de la
realidad como también lo es que nadie sabe si la presidenta logrará
finalizar su mandato en 2018. Brasil es víctima de una crisis fabricada
por dirigentes que meses atrás lucían rutilantes, pero cuyas máscaras
comenzaron a caer.
Como ocurre
especialmente con Eduardo Cunha, actor fundamental del poliedro golpista
del que también son parte el vicepresidente Michel Temer del PMDB, los
socialdemócratas Fernando Henrique Cardoso y Aécio Neves, y Paulo Skaf,
jefe de la Federación de Industrias de San Pablo (Fiesp).
En febrero
pasado, el recién electo presidente de la Cámara de Diputados Cunha era
elevado al grado de estrella política ascendente por el diario O Globo.
Ese matutino de Río de Janeiro y los de San Pablo proyectaron
nacionalmente la imagen del parlamentario carioca que en los años 90 fue
tropa del presidente Fernando Collor de Mello, que renunció dos años
después de asumir.
Con su verbo
moralizante, evangélico, Cunha conducía las sesiones del Congreso
apoyado en centenas de diputados, algunos incondicionales, que llegaron a
definirlo como el “salvador de la patria” ante la “cubanización”
conducida por Dilma y el PT. Otros legisladores con espíritu de cuerpo
(mafioso) lo llamaban “el jefe”. Transcurridos diez meses de esa
pantomima hoy Cunha es el personaje más repudiado en las encuestas, con
81 por ciento de rechazo según los sondeos de Datafolha en los que Dilma
tiene el 70 por ciento de imagen negativa.
Cunha fue el más político hostilizado en las marchas por la
democracia como las del miércoles pasado mientras en los actos golpistas
nadie lo reivindica. Existen tantas evidencias sobre el cobro de
sobornos y lavado de dinero que la Corte ordenó esta semana el
allanamiento de sus residencias, donde estaciona sus tres Porsches.
Es tal el desgaste de Cunha
que los socialdemócratas de Cardoso y el ex candidato presidencial Neves
ahora aseguran nunca haber sido sus socios. Ayer el Supremo Tribunal
Federal anunció que en febrero analizará la propuesta de la Procuraduría
que Cunha sea separado de la presidencia de la Cámara y se le quite el
fuero. La pérdida de poder de Cunha se confirmó en dos editoriales
recientes de los diarios O Globo y Folha, que piden su cabeza, para
salvar el plan golpista.
Ya prácticamente nadie ve al
enemigo más duro de Dilma como el “salvador de la patria” y algunos en
el Congreso y las marchas comienzan a llamarlo “achacador”, cuya
adaptación libre al español sería “truhán”, “embaucador”, “timador”.