Por Luis Fuenmayor Toro
Evo Morales, Presidente de Bolivia, admitió públicamente hace
poco que no le gustaba leer y que ante un libro a lo sumo leía el título, algún
capítulo, algunas páginas o algunos párrafos, pero que no terminaba de leer las
obras. Reconoció con una gran sinceridad que tenía “ese problema”, que a pesar
de querer leer no sabía cómo enamorarse de la lectura. Al mismo tiempo destacó
que su Vicepresidente, en cambio, era un gran lector además de escritor.
Imagino lo que se debe haber desatado en Bolivia ante estas sinceras
declaraciones; ya aquí en Venezuela, sectores de la oposición, las han
comentado con su ironía característica y enlazándolas con nuestra actual
situación política y la dirigencia actual del país.
Pero lo que más me llamó la atención de la noticia fue que la
declaración la da en un acto en que promulgaba una ley que eliminaba dos
impuestos para el comercio de los libros. En efecto, la ley firmada por Evo
eliminó, tanto para los libros nacionales como para los extranjeros, la
aplicación del impuesto al valor agregado del 13 por ciento y el impuesto a las
transacciones del 3 por ciento, lo que abaratará los libros en un 16 por ciento,
situación que necesariamente redundará en un mayor comercio de libros en (...)