Por
Enrique Ochoa Antich / Opinión
Venezuela, la patria de Miranda y de Bolívar, se halla hoy
amenazada por la principal potencia militar del planeta. Bajo un cielo de
tormenta, escuchando los truenos en lontananza, oyendo a lo lejos los infames
tambores de la guerra, esta tierra, que parió libertadores para toda la
América, incluyendo la del norte, levanta otra vez su corazón tricolor,
con orgullo y coraje.
Los venezolanos de bien, que desde la pluralidad y la diversidad conformamos la mayoritaria sociedad democrática, queremos dejar en negro sobre blanco, como si las grabáramos en piedra eterna, nuestras palabras de compromiso con la patria, más allá de subalternos cálculos políticos o de parcialidades que poco importan cuando lo que está en juego es la sagrada soberanía nacional. Rechazamos las amenazas imperiales. Rechazamos las ejecuciones sumarias en el Caribe y en el Pacífico. Rechazamos las sanciones contra Venezuela que al final de las cuentas son sanciones contra todos los venezolanos.
Clamamos por la unidad de la nación frente a las agresiones
extranjeras. La unidad, para serlo de veras, es de todos porque la patria es
de todos. No es, no debe ser, no puede ser una unidad alrededor de un gobierno
en particular, mucho menos alrededor de un partido o de un caudillo ni de una
ideología. La unidad que exigimos es aquélla que se forja alrededor de
nuestra memoria histórica, de la altiva evocación de nuestras gestas, de
nuestras tradiciones comunes, de nuestra música, de nuestras artes, de nuestras
costumbres, de nuestras aspiraciones seculares de libertad y justicia como
pueblo.
En el siglo XIX la unidad nacional nos dio la independencia:
la unidad de mantuanos y plebeyos, y más allá aún, la de venezolanos y
neogranadinos. En el siglo XX la unidad de civiles de todas las ideologías y
creencias y la de civiles y militares nos dio la democracia. Que el siglo XXI
sea testigo de una nueva unidad nacional para darnos soberanía, paz, libertad,
democracia y bienestar para todos.
Esa unidad requiere, como pivote existencial. reconciliación
nacional y perdón. Si desde el norte de América un gobernante que se cree
rey armado hasta los dientes quiere subyugarnos, lo que se le oponga aquí no
puede ser un autoritarismo de sentido contrario sino una república plenamente
democrática. Una que sea, para usar las palabras de Abraham Lincoln, el
gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.
Muchos son los desafíos de los venezolanos de estos tiempos
confusos que vivimos, en términos políticos, institucionales, económicos,
sociales y culturales, pero el primero de todos es defender este suelo que nos
vio nacer, esta patria de la cual todos somos hijos por igual. Somos herederos
de nuestros libertadores, ésos que llegaron hasta el Potosí plantando por
doquier la bandera tricolor de la libertad. Somos una estirpe que es crisol de
indios, europeos y africanos, este pequeño género humano que dijo Bolívar,
y cuya universalidad reivindicamos con orgullo. Somos legatarios de quienes
ofrendaron sus vidas para dotarnos por muchos años de una democracia que sigue
siendo el menos imperfecto de todos los sistemas de gobierno conocidos. Somos
Venezuela, a mucha honra…
Convocamos a los venezolanos a empinarnos por sobre nosotros
mismos. Que el odio ceda su lugar al amor. Que el rencor sea sustituido por el
perdón. Que la imposición sea sustituída por la persuasión. Los venezolanos
podemos, a condición de mirar hacia adelante. Que el pasado no sea una obsesión
traumática cargada de cuentas pendientes sino el punto de referencia para
conquistar el futuro al que tenemos derecho. Hoy, desde este país revuelto, nos
ponemos de pie para exclamar con una sola voz: la justicia prevalecerá, la
libertad prevalecerá, Venezuela prevalecerá.
