La última
lección del gran Aldous Huxley, autor de ‘Un mundo feliz’ nos deja la gran
verdad a la que pocos consiguen acceder: la amabilidad es el verdadero secreto
de la felicidad duradera
Aldous Huxley
fue mucho más que un escritor de ciencia ficción. Con su mente
visionaria se adelantó al futuro, imaginando en el siglo XX tecnología que
luego se haría realidad, como la fecundación artificial. También reflexionó
sobre la felicidad, tema central de su obra magna: ‘Un mundo
feliz’.
Las grandes
preguntas acompañaron al autor durante toda su vida, y en el ocaso de esta,
tras décadas insistiendo en encontrar respuestas, declaró: “Lo más importante
que he aprendido es a ser amable”.
Algunos
podrían confundir sus palabras con cursilería, con esa tendencia a la debilidad
que pretendemos adivinar en la ancianidad. Sin embargo, lo que Huxley nos
regaló fue una lección intuitiva y poderosa que puede cambiar
nuestra forma de vivir. Un legado de auténtica felicidad que
no tiene nada que ver con el ego desmedido que caracteriza a nuestra sociedad.
Ser amables nos hace humanos
Aldous Huxley
nació en el seno de una familia fascinada por la ciencia, el pensamiento
crítico y la literatura. Los libros, los debates y las grandes preguntas fueron
parte de su cotidianeidad desde muy pequeño. Todo ello se ve reflejado en su
obra más célebre, ‘Un mundo feliz’, en la que el autor critica con saña la
deshumanización que provoca una sociedad obsesionada con la felicidad.
Su lectura nos presenta una cartografía alarmante de nuestros afectos, que ya
en el siglo XX comenzaba a tornarse oscura. En el siglo XXI, su metáfora parece
casi un espejo.
La amabilidad
genera en nuestro cerebro una reacción química que produce felicidad.
La gran
pregunta que obsesionaba a Huxley era: ¿Qué hace auténticamente humano al
ser humano? La felicidad, por supuesto, rondaba en su mente cuando se lanzó a
la tarea de escribir su gran libro.
El autor, sin
embargo, llegó a una conclusión a la que pocos habrían llegado. Lo más
importante, lo verdaderamente esencial, es ser amables. Ese es el
genoma básico que configura la auténtica humanidad. Y alejarnos de ello, sea
por la razón que sea, nos deshumaniza.
La ciencia
moderna confirma su intuición
Desde el
momento en el que Huxley pronuncia su gran frase hasta llegar al
presente, la ciencia ha avanzado mucho. Y quizá en lo que más
hemos avanzado es en comprender el cerebro humano. Queda mucho para descifrar
todos sus entresijos, pero algo hemos aprendido. Entre los grandes
descubrimientos del siglo XXI, uno confirma la intuición de Huxley, y es que,
al parecer, estamos cableados para la amabilidad.
Si pensamos
en nuestra versión más primitiva, cuesta imaginar que el cerebro humano esté
diseñado para el bienestar colectivo, pero así es. En el mundo salvaje, la ley
del más fuerte se impone. Es el cerebro “primitivo”, el llamado “cerebro
reptiliano”, el que domina. Las necesidades, los impulsos y
los miedos lo controlan todo. Este cerebro es común en todas
las especies animales, es el software de fábrica para todos nosotros.
Pero los
mamíferos, entre ellos nosotros, desarrollaron una segunda etapa de la
evolución cerebral. El segundo cerebro, el cerebro límbico, el
encargado de las emociones, la motivación, la memoria y
el comportamiento social. Aquí se encuentra la parte química
que nos codifica para la amabilidad. Ser amables produce en nuestro cerebro una
liberación de oxitocina y dopamina, dos de las tres hormonas de la felicidad.
Así que sí, literalmente, somos más felices cuando somos amables.
Queda, sin
embargo, un paso más. El cerebro pensante, racional: la neocorteza o
neocórtex. Solo se encuentra en los mamíferos más desarrollados. Y sí, el
“tercer cerebro” del ser humano está mucho más desarrollado que el de otras
especies, y es el encargado de las funciones cognitivas superiores. Es, entre
otras cosas, lo que nos permite tomar conciencia de nosotros mismos,
y es la clave para entender por qué el ser humano está diseñado para ser
amable.
La recompensa
social
Antes que
Huxley, lo adivinaron filósofos como Aristóteles o Kant:
el ser humano solo puede ser feliz cuando hace el bien para
los demás. Y hay dos razones para ello. Una de carácter químico,
relacionado con esa recompensa social de la que hablamos antes, que
estimula el sistema límbico y nos regala una descarga de oxitocina y dopamina.
Las
relaciones personales, así como la amabilidad, nos dan sentido.
Pero el
neocórtex también juega aquí un papel fundamental. Y es que ser amables nos
hace humanos porque nos dota de sentido.
Con la
autoconciencia llega la gran pregunta: ¿por qué existo? Y la
respuesta, afirman todos los expertos en crecimiento personal del mundo, todos
los filósofos de la historia e incluso muchos grandes científicos
contemporáneos, está en los demás. Existimos para servir a los demás,
para un propósito mayor que nos abarca a todos.
La felicidad
se encuentra en servir a ese propósito, que no tiene por qué ser
algo espectacular. Quizá no existes para acabar con el hambre del mundo, pero
sí para prepararle un plato de comida caliente a tu pareja tras un día horrible
en el trabajo. Existes para ceder el paso a quien lo necesita, para sonreír a
tus vecinos, para abrazar a tus amigas. Existimos para hacer del mundo
un lugar mejor, pero solo cuando lo entendemos y conectamos con
ello podemos empezar a ser felices.
Tomado de Lecturas.