Por Pedro Mosqueda*
La señora lo tomó de la mano y
lo arrastró a la calle. El chamo tenía 10 años.
-Tú ya lo sabías, ¿Verdad?
- ¿Qué cosa?
-Que tu papá no está muerto.
-Por supuesto que lo
sospechaba.
Así empieza su autobiografía
El Pez en el Agua. Y es que Mario Vargas Llosa siempre lo supo todo: en
literatura, en política, en la vida, era totalizador y totalizante. Hasta en el
modo de morir. Se fue a Lima, a despedirse de ese mundo en la ciudad donde
nunca ha llovido en 500 años.
Cada medio de comunicación en
el planeta escogió a lo mejor de su intelectualidad para despedir al Nobel.
Periodismo de colección.
Era un gran opositor a Alan
García, quien le admiraba y le ofreció entonces embajadas y puestos honorarios
hasta que, en una reunión en Palacio, Mario en tono cordial le dijo:
-¿Es una lástima que habiendo podido ser el Felipe González del Perú, te empeñes en ser nuestro Salvador Allende, o, peor aún, nuestro Fidel Castro. ¿No va el mundo por otros rumbos?
Cuando por deber moral aceptó
la candidatura Presidencial y tuvo que deambular por los burdeles de la
política real, se dio cuenta de que había cometido un error.El pez en el agua
también narra la historia de ese fracaso político.
En el liceo militar donde lo
metió su padre “para evitar que se volviera “maricon”, lo apodaban Bugs Bunny,
pero como ya trabaja de Cyrano de Bergerac escribiendo cartas de amor para sus
conmilitones comenzaron a llamarlo “poeta.” Así empezó a ganarse el pan con la
pluma.
La Venezuela plural y
democrática le otorgó por La casa verde el Premio Rómulo Gallegos en 1967, el
único en recibirlo de las propias manos del autor de Doña Bárbara. Un lujo.
Originalmente simpatizó con la
izquierda, pero terminó siendo un liberal, de los buenos. Su partido político
se llamó Movimiento Libertad (1990).
En sus giras como candidato,
cuando en los pueblos miserables veía que los campesinos apoyaban las pintas de
Sendero Luminoso, exclamó con tristeza:
-El subdesarrollo no tiene
fondo. Siempre se puede estar peor.
Decepcionado de su patria,
anduvo errabundo entre París, Inglaterra y Madrid hasta 2010, cuando le
otorgaron el Premio Nobel. España lo honró dándole la nacionalidad.
Ya era una celebridad, su
columna Piedra de Toque se hizo global, aparecía en El País, The New York
Times, Le Monde, El Nacional… ¿Se acuerdan? Los domingos salíamos a comprar
todos los periódicos, también prestados. Éramos felices.
Fue el último de los grandes
del Boom Latinoamericano en partir, luego de Rulfo, Fuentes, Gabo, Borges y
otros varios iluminados.
Admiró a García Márquez con
fervor y escribió uno de los ensayos más brillantes sobre el genio de
Aracataca: “Gabriel García Márquez: historia de un deicidio”, que fue incluido,
junto a otros en la edición crítica 40 aniversario de 100 Años de Soledad. Fueron
hermanos del alma. Pero nunca sabremos porqué Vargas le clavó tremendo coñazo
al Gabo que le dejó un ojo morado.
Sobre él y su obra han escrito
todos los grandes de la literatura mundial.
Yo, al leer su autobiografía
ya comentada, me quedo con una imagen.
En pleno fragor de la campaña
presidencial, su casa se llenó de gente desconocida, que hacían cola en el
baño, que desguazaban la nevera y quedaban a dormir en el jardín, como en las
cumbiambas que se armaban en casa de los Buendía en sus buenos tiempos.
Su esposa Patricia lo tomó por
una mano, lo arrinconó y le dijo con sabiduría femenina:
- ¿Te acuerdas de cuando eras
un escritor?
Cansado, se asomó a la ventana
y respiró el aire seco de Lima.
La televisión no dejaba de
pasar las peripecias de un nisei, de un chinito (japonés) que había entrado a
Lima montado en un tractor, seguido por una caravana de indígenas a los que
había prometido pan, tierra, acabar con Sendero Luminoso y con los políticos.
Vargas fue a visitar a
Fujimori, para reconocer su triunfo en la segunda vuelta (él ganó la primera
vuelta); las huestes de la comitiva de Fujimori lo insultaron:
-¡Gringo, vete de aquí, no te queremos!
Era el preludio de otra dictadura.
Se fue. Dice que al ver desde avión
el cielo incierto de Lima supo que esa partida sería como la del 1958, decisiva
en su vida. La mayoría de los peruanos son como Ernesto Vargas, ese señor que
era su papá, resentidos y acomplejados. Se han visto casos, en otras latitudes.
¡Una vida de novela, que su
obra viva para siempre!
Nos vemos por ahí.
*Intelectual y político aragüeño.