Peter Baker y Zolan
Kanno-Youngs
Fue un día
largo en Angola.
El presidente
de Estados Unidos, Joe Biden, ya había visitado una instalación
portuaria repleta de grúas y recorrido una fábrica llena de bandas
transportadoras.
Así que
cuando se sentó ante una enorme mesa de madera circular, en una sala calurosa y
con el aire viciado, en compañía de líderes africanos, apoyó la cabeza en la
mano y cerró los ojos brevemente mientras los discursos avanzaban.
Cruzar el
mundo en avión habría agotado incluso a un presidente de menos de 82 años.
Pero lo
importante, según él lo veía, era que había venido.
Recorrió miles
de kilómetros para mostrar un nuevo ferrocarril respaldado por Estados Unidos
que podría transformar las economías de África y suministrar recursos a Estados
Unidos.
Vino. No tenía por qué hacerlo. Insistió en ello y se sentía orgulloso de ser el primer presidente en estar aquí.
Este es el
ocaso de la presidencia de Biden, los últimos días del capítulo final de una
trayectoria política épica que ha abarcado medio siglo y que ha tenido más de
un giro inesperado.
El tiempo está alcanzando a Biden.
Cada día que
pasa parece un poco más viejo y lento.
Las personas
que trabajan con él dicen que sigue siendo muy perspicaz en la sala de crisis y
llama a líderes mundiales para negociar un alto al fuego en Líbano o enfrentar
el caos de la rebelión siria.
Pero es
difícil imaginar que haya pensado seriamente que podría desempeñar el trabajo más
estresante del mundo por otros cuatro años.
Eso no
facilita las cosas en tanto que Biden se encamina al final de su mandato.
Nada de lo
que ha sucedido desde que se vio forzado a abandonar la contienda electoral en
julio ha hecho que esa decisión pareciera un error, pero la victoria de Donald
Trump ante la vicepresidenta Kamala Harris se ha
interpretado como un repudio a Biden.
Fue doloroso. Todavía lo es. Pero, a diferencia de Trump hace cuatro años, este presidente acepta el resultado.
“Sí, esto es
duro”, dijo Ted Kaufman, su amigo por mucho tiempo, ayudante y sucesor en el
Senado.
“Pero él ha
pasado por cosas más duras que esto. Tiene una larga lista de cosas que quiere
hacer, y está enfocado en conseguirlas”.
Decidido a
terminar su mandato con un buen papel y a esculpir su legado como un presidente
de importancia, Biden quiere “echar una carrera hasta la línea de meta” en
estas últimas semanas, como dijo su jefe de gabinete, Jeffrey Zients.
Está tachando
algunos pendientes de su lista de deseos presidenciales.
¿Angola?
Hecho.
¿Una visita a
la selva amazónica, otra primera vez para un presidente estadounidense? Hecho.
La asignatura
pendiente más importante que le queda es el alto al fuego en Gaza y, si lo
consigue, sería un logro que le daría validez a un presidente saliente.
Por lo demás,
termina su mandato atribuyéndose el mérito de una economía saludable,
que le entrega a un sucesor ingrato, y encauzando dinero que ya había sido
aprobado por el Congreso para carreteras y puentes en el país; y, en el extranjero,
para armas a Ucrania.
Para teñir su
próxima partida con clemencia, Biden ha extendido un número récord de
conmutaciones a presos que ya estaban en confinamiento domiciliario, y de
manera más desafiante también indultó a su hijo Hunter luego
de unas condenas por relacionadas con armas de fuego y cargos fiscales, después
de lo cual se sorprendió por la reacción de sus compañeros demócratas.
Al igual que
otros presidentes al final de un solo mandato, se está desvaneciendo de la
escena política, casi abandonando el escenario antes de que se baje el telón.
Aunque Trump
ya domina la conversación más de lo que suelen hacer los presidentes entrantes
—haciendo declaraciones políticas y reuniéndose con líderes mundiales sin
esperar a tomar posesión del cargo—, el presidente que ocupa la Casa Blanca en
este momento se ha convertido en un actor secundario.
Un
presentador de Saturday Night Live se refirió a Biden como “¿presidente…
todavía?”.
Biden se ha
ausentado del debate que convulsiona al país.
Tras advertir
una y otra vez que Trump suponía una amenaza existencial para la democracia
estadounidense, ahora ha guardado silencio sobre el tema e incluso sus
ayudantes declinan responder a preguntas sobre si el presidente electo sigue
siendo un peligro.
Biden, tradicionalista
hasta la médula, ha optado por el garbo y la reticencia que considera propios
de un presidente saliente del partido derrotado, incluso cuando el presidente
entrante amenaza con encarcelar a sus opositores e intenta colocar en puestos
de poder a secuaces con ideas conspiracionistas.
Algunos
aliados de Biden y colegas demócratas desearían que utilizara su posición de
forma más asertiva en el tiempo que le queda.
“Debería
insistir con fuerza hasta el último día en las cosas que representó para solidificar
su legado y la memoria que se tenga de él en la opinión pública estadounidense,
porque es diametralmente opuesto a lo que Trump está llevando a la Casa
Blanca”, dijo el reverendo Al Sharpton, líder de los derechos civiles y aliado
de Biden.
Aunque ha
impulsado sus prioridades, a Biden le ha costado trabajo avanzar.
Durante su
visita a la selva amazónica el mes pasado, su fragilidad parecía dolorosamente
evidente para quienes viajaban con él.
Tras hablar
por siete minutos en un día con humedad abrumadora, vestido una camisa azul
holgada que colgaba de su figura, se dio la vuelta para alejarse del atril
arrastrando los pies por un camino de tierra, mientras varias personas del
público que no estaban acostumbradas a verlo de cerca decían que contenían la respiración,
preocupadas por si tropezaba.
(Sus
ayudantes dijeron que su andar no era más inestable de lo habitual).
Durante una
ceremonia de llegada en su viaje a Angola de este mes, al día siguiente de un
vuelo transoceánico largo y cansado que habría agotado a cualquier octogenario,
el presidente João Lourenço tomó repentinamente el brazo de
Biden para ayudarlo a subir un escalón.
Cuando Biden
visitó el Museo Nacional de la Esclavitud esa tarde, en realidad no entró en el
edificio principal para ver las exposiciones, sino que sacaron algunas piezas
afuera del lugar para mostrárselos, algo que dos personas familiarizadas con la
planificación atribuyeron al temor de que las empinadas escaleras fueran un
desafío demasiado grande.
(La Casa
Blanca negó que las escaleras fueran un motivo de preocupación y dijo que no
fue llevado al interior por motivos de programación y logística).
Sin embargo,
Biden sigue realizando esos arduos viajes a destinos lejanos, como la Amazonía
y Angola, cuando otros no se habrían molestado en hacerlo.
Sus reuniones
en Brasil forjaron compromisos internacionales sobre el cambio climático y su
viaje a Angola buscaba destacar un ferrocarril respaldado por EE. UU. que se
está construyendo a través del continente africano y compite por influencia con
China, dos grandes retos de esta época.
“Fue un
momento muy importante para mí, para nuestra institución”, dijo Vladimiro
Fortuna, director del Museo de la Esclavitud de Angola.
“Fue un
momento muy importante en la historia del museo”.
Añadió que
estaba impresionado por Biden y que no entendía por qué había tanta
preocupación por las escaleras.
“No vi a
alguien que no estuviera preparado para subir y entrar en el museo”.
Varios de
quienes viajaron con Biden a esos dos destinos notaron que a veces tenía una
agenda ligera y murmuraba por momentos, lo que dificultaba comprender lo que
decía.
Con el final
de su carrera política a la vista, parecía meditabundo.
En un momento
dado, durante una reunión privada, se dispersó y evocó el famoso debate de 1960
entre John F. Kennedy y Richard Nixon.
Al mismo
tiempo, dijeron quienes le acompañaban, se concentró en los temas que le
interesaban y demostró dominio de los detalles.
Actividad
Antes de
reunirse con el presidente de China, Xi Jinping, al margen de una
cumbre en Río de Janeiro, insistió en una prolongada sesión informativa que se
alargó unos 90 minutos.
En las
reuniones en la Casa Blanca, dijeron sus ayudantes, sigue tan astuto como
antes, ordenando acciones concretas y editando los discursos para adaptarlos a
sus preferencias.
Hizo llamadas
a otros líderes mundiales como parte de un exitoso esfuerzo por negociar un
alto al fuego para detener la guerra en Líbano y de nuevo para consultar sobre
las consecuencias de la caída del presidente Bashar al Asad en Siria.
La semana
pasada, en una ceremonia de homenaje a las Olimpiadas Especiales, algunos de
sus invitados lo consideraron plenamente comprometido.
“Parecía
estar bien”, dijo Elaine Kamarck, una antigua integrante del Comité Nacional
Demócrata que asistió a la ceremonia.
“Para mi
sorpresa, se quedó toda la cena. Todos pensamos que tal vez desaparecería, pero
no, se sentó, comió con todos y se quedó toda la cena. Y parecía estar bien”.
Aun así, se
emocionó en un momento de la ceremonia.
En esta época
del año, aseguran sus amigos, Biden puede deprimirse un poco, al recordar el
accidente de coche de 1972 en el que murieron su primera esposa y su hija poco
antes de Navidad.
Durante su
breve discurso en el acto de las Olimpiadas Especiales, sacó a colación la
tragedia y se quedó sin poder pronunciar palabra por la emoción unos instantes.
El miércoles
estará en Wilmington, Delaware, con motivo de ese aniversario, cuando suele
visitar las tumbas de su familia.
Aunque
algunos allegados a Biden dijeron que estaba en paz con el próximo final de su
presidencia, otros dijeron que había estado taciturno.
Actualmente
está enfadado con los congresistas demócratas que han denunciado de manera
pública su decisión de indultar a Hunter Biden a pesar de sus
promesas de no hacerlo, según una persona que ha pasado tiempo con él
recientemente.
Funcionarios
de la Casa Blanca dijeron que, mientras Trump acapara los titulares, Biden y su
equipo están ocupados asegurándose de que el dinero aprobado como parte de su
robusta legislación se ejerza como estaba previsto en proyectos de energía
limpia, manufactura e infraestructuras, antes de que el equipo de la
siguiente gestión pueda intentar bloquearlo.
En un
memorándum enviado al personal de la Casa Blanca la semana pasada, Zients, el
jefe de gabinete, informó que el gobierno ha anunciado la asignación de
alrededor del 98 por ciento del dinero disponible hasta el final
del año fiscal procedente de cuatro importantes leyes aprobadas por Biden:
el Plan de
Rescate Estadounidense, la Ley Bipartidista de Infraestructuras, la Ley Chips y
Ciencia y la Ley de Reducción de la Inflación.
“El
presidente se ha concentrado mucho en cómo aplicamos estas leyes”, dijo en una
entrevista Natalie Quillian, la subjefa de personal de la Casa Blanca que
supervisa el proceso.
“Nos ha
inculcado a todos que tenemos que avanzar rápido, tenemos que sacar el dinero
por la puerta, tenemos que firmar los contratos y tenemos que conseguir que
esto llegue a las comunidades, republicanas y demócratas, de todo el país lo
antes posible”.
Legado
La semana
pasada, Biden pronunció un “discurso de legado” en la Brookings
Institution, en el que expuso lo que considera los éxitos de su programa
económico, y advirtió sobre los peligros del plan de Trump.
El discurso,
de unos 40 minutos y preparado durante semanas, pretendía esbozar lo que Biden cree
que funcionó en términos económicos durante su mandato y lo que no funcionará
en el futuro, aunque tosió durante todo el discurso y al final estaba ronco.
“No busca un
monumento”, dijo el fin de semana Jared Bernstein, presidente del Consejo de
Asesores Económicos del presidente.
“Busca una
política mejor que eleve a la clase media y nos aleje del efecto goteo”.
Sin embargo,
en esta etapa de la presidencia de Biden, sus mensajes públicos son selectivos
y sobrios.
Biden, quien
solía ser el político parlanchín más locuaz de Washington, apenas se relaciona
con los periodistas que lo siguen a donde va.
No ha
celebrado ninguna conferencia de prensa ni ha concedido entrevistas a los
medios de comunicación tradicionales desde las elecciones, aunque sí a algunos
pódcasts.
La única
respuesta que dio a las preguntas de los periodistas durante todo su viaje a
África sumó 14 palabras.
En
Sudamérica, fue una sola palabra.
Por lo tanto,
Biden no ha abordado públicamente ni una sola vez su criticada decisión de
indultar a su hijo desde el comunicado escrito que emitió, ni ha hablado de su
evaluación de indultos generales a adversarios de Trump para protegerlos de su
prometida campaña de “represalias” una vez que asuma el cargo.
A veces,
Biden se irrita ante las limitaciones.
Antes de las
elecciones, cuando había quedado relegado a un segundo plano en la campaña, el
presidente dijo a un aliado que se aburría y le preguntó si había algún acto al
que pudiera asistir, un comentario que parecía solo en parte jocoso, según una
persona informada de la conversación.
Pero sus
ayudantes dijeron que aún queda mucho por hacer.
En su
memorándum, Zients señaló las conversaciones para el alto al fuego en Gaza, los
esfuerzos para confirmar a más jueces y los planes para cancelar más deuda
estudiantil de los trabajadores de servicios públicos y otros prestatarios.
“En una época
en la que la mayoría esperaría que fuéramos más despacio, tú estás acelerando”,
escribió Zients, y añadió:
“Sé que tú y
tus equipos están avanzando en cada tema, yarda con yarda”.
Katie Rogers
y Michael D. Shear colaboraron con reportes.
Peter Baker
es el corresponsal principal de la Casa Blanca para el Times. Ha cubierto las
gestiones de los últimos cinco presidentes y a veces escribe artículos
analíticos que ponen a los presidentes y sus gobiernos en un contexto y marco
histórico más grande.
Zolan
Kanno-Youngs es corresponsal en la Casa Blanca y cubre al presidente Joe Biden
y su gobierno
The New York Times – Tomado de Clarin / Argentina. Imagen: Tierney
L. Cross