Por
Simón García
Entre abril y diciembre de 1826 se
produce en Valencia una expresa rebelión contra Santander y Bogotá. Una
decena de miles de habitantes y el Concejo Municipal de la ciudad de un
Departamento, parte de una República que aún daba pasos para
consolidarse, no acepta que el Jefe Militar de ese Departamento, José Antonio
Páez, acuda a Bogotá para responder por una acusación en su contra.
Caracas apoya la rebelión y
se extiende un proceso que amenaza con transformarse en un violento
enfrentamiento.
Lo de fondo no es el desconocimiento
de la autoridad de Santander. También hay un rechazo, menos
manifiesto, hacia Bolívar.
La conquista de autonomía nacional
resultaba contradictoria con el proyecto integracionista que impulsaba el
Libertador.
En la Escuela primaria se nos dice
que se trata de La cosiata, un nombre misterioso, que pocos saben qué
significa.
Según Ángel Rosenblat, tomo I de sus Estudios sobre el habla de Venezuela, la palabra cosiata se usaba para referirse despectivamente a algo enrevesado y de baja importancia.
Era una de los términos que un
actor cómico italiano, de paso por Valencia, mencionaba cuando sometía la
palabra cosa
a derivaciones diminutivas y
aumentativas.
Según el historiador valenciano
González Guinán, el concejal, José Jacinto Mujica ante lo que ocurría el 30 de
abril, exclamó: “Ahora si estalló la cosiata”. Y así se quedó.
La palabra abarca las pugnas
entre élites durante 8 meses en los que se confrontan y mezclan proyectos
diferentes de nación con intrigas y ambiciones.
Esta cosiata valenciana comenzó el
31 de agosto de 1824 con la orden al Departamento de Venezuela que
alistara 50000 hombres. Páez demoró tanto esta instrucción que hasta puso en
duda su eficacia.
Pero, ante los continuos
requerimientos de Bogotá, procede a realizar un operativo de reclutamiento,
manu militari, el 8 de enero de 1826.
Los acontecimientos se precipitan
en su exposición, nudo y desenlace como rutinariamente algunos profesores
explican la estructura de una novela, en vez de suscitar el interés de
leerla y disfrutarla.
Los hechos se despeñan entre
suspensos vertiginosos.
El 16 de enero el general Escalona,
el mismo que defendió a Valencia del asedio de Boves y que
finalmente tuvo que capitular, ahora en su función de Intendente eleva
una queja al Congreso de Bogotá por los excesos cometidos en la recluta.
El 27 de marzo el Senado de
Colombia suspende a Páez como jefe militar, cargo que desempeñaba desde el
triunfo patriota en Campo Carabobo.
El 28 el senado nombra al general
Escalona como nuevo jefe militar del Departamento.
El 27 de abril el Concejo
Municipal de Valencia declara inconstitucional la suspensión.
El 30 de abril de 1826 designa a
Páez jefe de la provincia y le restituye su condición de comandante del
ejército.
El 14 de mayo Páez se juramenta
ante el Concejo Municipal de Valencia y el 29 ante la municipalidad de Caracas,
organismos que carecen de potestad constitucional para hacerlo, como les
señala, Fernando Peñalver, gobernador de Carabobo.
El 25 de noviembre Páez dicta
un decreto que coloca todo el poder en mano de los jefes militares.
Santander declara a Páez en
rebeldía: reaparece el fantasma de una guerra entre generales con todas las
consecuencias catastróficas para los civiles y la República.
En agosto de 1826, enterado del
embrollo, Bolívar le escribe a Páez: “A mis ojos la ruina de Colombia está consumada
desde el día en que Usted fue llamado por el Congreso”.
El 22 de noviembre le escribe a su
coronela: “Te comentaré que llegué con ánimos exaltados a Bogotá y supe que
Santander se aprestaba a desconocerme, no sin antes haber preparado ciudadanos en
mi contra…”.
Pero también La Cosiata marcha en
igual dirección.
Manuelita Sáenz, develando el
fondo turbio de ese tiempo, no se contiene y le escribe a Bolívar: “Dios quiera
que mueran todos esos malvados que se llaman Paula, Padilla, Páez…Sería el gran
día de Colombia…”.
Bolívar retorna a Venezuela por
Maracaibo, Coro y Chichiriviche donde embarca para Puerto Cabello. Le trae a
Páez un regalo de buena voluntad: dos caballos, uno de Chile y otro de Perú.
Páez le niega sus títulos y lo trata, en proclama que le envía, como ciudadano.
Desde Coro, Bolívar endurece su
trato y le escribe: “Lo que más me asombra de todo es que usted no habla una
palabra de mi autoridad suprema y de mi mediación…a la sombra del misterio no
trabaja sino el crimen. Deseo saber si usted me obedece o no y si mi patria me
reconoce por su jefe. Parto mañana para Puerto Cabello. Allí espero la
respuesta de Usted”.
Apenas desembarca el 1
de enero de 1827, dicta un Decreto de Amnistía. Inmediatamente Páez
reconoce la autoridad de Bolívar. El 4 de enero se reúnen en Valencia y el 10
de enero a las 4 de la tarde, Bolívar entra con Páez pacificado a su ciudad
natal que lo recibe con júbilo.
La idea de separación de Venezuela
queda sembrada.
Para meter en el horno las
exigencias de Valencia se cuenta con un descontento generalizado con la
elección de Francisco de Paula Santander como Vicepresidente de la República y
con la escogencia de Bogotá como capital.
La Cosiata es también el comienzo
del anti culto a Bolívar, centrado en la destrucción de su figura.
Un controvertido intelectual
valenciano es la mano que promueve el proceso y cuya inteligencia lo convierte
en el consejero de Páez. Hombre aún objeto de polémica, personaje de
astucia y talento que pendula entre sombras y luces.
Este conspirador ilustre es
Miguel Peña.
Su figura personifica una alianza
entre grandes terratenientes de Carabobo y patriotas militares que sentían
recelo hacia Santander. A esa alianza se incorpora la élite caraqueña más
motivada por la descentralización y el federalismo.
Sin la Cosiata hoy no pudiéramos
decir, Carabobo donde nació Venezuela. Y tampoco lo que no decimos: dónde
murió, el sueño de Bolívar.