Por Josean Villalabeitia desde Byumba
(Ruanda)
A mediados de los 60, los misioneros de La Salle en Ruanda,
impulsados por el Hno. Jules Wieme, pusieron en marcha el Proyecto Byumba, que
tenía como objetivo fundamental mejorar el rendimiento del sector primario en
el país para garantizar el sustento a toda la población.
Dicen que Ruanda es el país de las mil colinas, y cuando uno se mueve por él no hace falta que le expliquen la razón. Las carreteras, de cualquier categoría, son un continuo subir y bajar entre bosquecillos de eucaliptus, campos cultivados en terrazas y poblados que se llenan de bullicio en cuanto se enteran de que tienen visita. Nos dirigimos al colegio La Salle Kirenge, en las afueras de Kisaro, a un puñado de kilómetros de Byumba, capital del nordeste ruandés. Llegamos a nuestro destino por una carretera nacional impecable, farolas en funcionamiento incluidas, que construyeron los chinos hace algunos años.
Nos recibe el director del colegio, el Hno. Julien
Nimusabimanizatwumva, que nos explica, para nuestra sorpresa, que la escuela donde
nos encontramos tiene mucho que ver con las terrazas del camino, que, de hecho,
cubren gran parte de las zonas rurales del país. El nexo común estaría en el
misionero belga Jules Wieme, mucho más conocido por su nombre religioso, Hno.
Cyrille, que llevó a cabo el gran proyecto de la construcción de terrazas
agrícolas por todo el país y, en clave congregacional, fundó La Salle Kirenge.
La revolución de los 70
El Hno. Cyrille llegó a Ruanda a mediados de los años 60 del
pasado siglo y fue destinado a la Escuela Normal de Byumba, en la que se
formaban gran parte de los maestros de Primaria que, por aquellas fechas,
necesitaba el país cada vez en mayor número. Metido de lleno en la faena, el
religioso se dio cuenta enseguida de que, además de escuelas, lo que aquella
Ruanda recién independizada necesitaba era, sobre todo, racionalizar su
agricultura, gestionando lo mejor posible sus recursos e introducir nuevas
variedades y técnicas de cultivo que multiplicaran la producción e hicieran
retroceder el hambre. Sus compañeros cuentan cómo, siendo todavía profesor de
la Escuela Normal, el Hno. Cyrille organizaba grupos de alumnos con los que
hacía sus pinitos agrícolas, sencillos, pero que apuntaban un interés evidente.
La situación cambió por completo en 1971 cuando los Hermanos
de La Salle lanzaron un ambicioso plan de desarrollo rural denominado Proyecto
Byumba, al que se incorporó desde el primer momento el Hno. Cyrille, por aquel
entonces a punto de cumplir 50 años. La iniciativa, que se dirigía a los
pequeños agricultores de los poblados, pretendía mejorar el rendimiento de la
agricultura y la ganadería e introducía nuevas posibilidades de aprovechamiento
de los frutos del campo y de los animales, difundiendo la elaboración de pan o
embutidos, entre otros objetivos. Para comenzar, organizaron un sencillo centro
de formación para gente del campo, que completó con el seguimiento sobre el
terreno de la aplicación práctica de las técnicas aprendidas.
El Proyecto Byumba fue tomando cuerpo y en muy poco tiempo
multiplicó sus actividades, hasta disponer de una sede autónoma para sus cursos
de formación y poder almacenar con seguridad maquinaria y productos. Era el
Centro de Promoción Agrícola (CPA) de Kisaro. A su lado, en 1975, los Hermanos
de La Salle inauguraron también una comunidad, la de la Virgen de los Pobres,
toda una declaración de intenciones. El Hno. Cyrille no estaba solo: tenía a
varios compañeros a su lado, algunos ruandeses, que le ayudaban en distintas
tareas.
La gran aportación de Byumba fue la construcción de terrazas
agrícolas. En un país donde encontrar terrenos llanos cultivables resulta
complicado, las terrazas permiten retener el agua y, con ella, la tierra, y
gestionar los cultivos de una manera mucho más productiva. Transformar una
ladera en una sucesión de parcelas horizontales no es nada sencillo, pero los resultados
prácticos no se hicieron esperar. Las primeras experiencias tuvieron tanto
éxito que, en poco tiempo, todo el mundo se apuntó a hacer terrazas y mostró su
deseo de aprender cómo implementarlas. Se trató de una auténtica revolución
agrícola.
Hasta tal punto fue así que el Gobierno ruandés encomendó al
CPA de Kisaro el proyecto de extender las terrazas por todo el país. Y para
impulsarlo, el propio presidente de la época, Juvenal Habyarimana, visitó
Kisaro en 1986 y cedió al CPA una superficie de 45 hectáreas para que pudiera
realizar sin problemas sus actividades. El presidente firmó en el libro de
honor del centro: «Kisaro, un hermoso trabajo a imitar. Mis felicitaciones y
mis ánimos a quienes nos dan este gran ejemplo». Se comprende por qué a finales
del pasado siglo, el Hno. Cyrille era tan apreciado en Ruanda. El Hermano de
las Terrazas lo llamaban.
La agricultura y lo social
El proyecto de las terrazas agrícolas y la obra del CPA eran
cada vez más conocidos en Bélgica, donde obtuvieron mucho apoyo. En ese
momento, en Kisaro vieron interesante ampliar su abanico de intervenciones en
el mundo rural y comenzar a actuar fuera de la agroganadería. Comenzaron la
construcción de canalizaciones y cisternas, se arreglaron caminos, se pusieron
en marcha escuelas con estándares comparables a los de las grandes ciudades y
se abrió algún centro de salud, comenzando por el de Kisaro. Es la obra social
del CPA, hoy muy apreciada en amplias comarcas de Ruanda: Ruhengeri, Rubona,
Murama o Kirenge.
La ayuda no llegó solo desde Bélgica. La fama de la obra del
Hno. Cyrille fue tan amplia que incluso se la hacían llegar desde los propios
poblados de Ruanda. En Kirenge, pequeño enclave casi pegado a Kisaro, una
señora mayor que ya no podía trabajar en el campo decidió donar sus tierras al
religioso belga. Se decidió instalar en ellas un centro a medio camino entre
guardería y escuela infantil. El espacio vio la luz en 2007, aunque poco
después se trazó una carretera que pasaba por los terrenos de la guardería, lo
que la dejó reducida a la mínima expresión.
El CPA vio en este hecho la ocasión idónea para construir un
nuevo centro en Kirenge, que ya no sería solo una guardería. La idea era poner
en marcha un colegio con todos los niveles educativos. Se encargó del proyecto
la comunidad de Kisaro, que puso al frente a un mexicano, el Hno. Aniceto
Ramírez, representante en Ruanda de una nueva hornada de misioneros llegados
desde fuera de Europa. El nuevo colegio La Salle Kirenge se inauguró en 2014.
En muy poco tiempo contó con 14 clases de Infantil, Primaria y Secundaria que,
sobre todo en sus niveles más bajos, se completaron de inmediato.
De la mano del Hno. Aniceto, el nuevo colegio presentaba unas
características muy llamativas, al menos por aquellos pagos. Se trataba de un
colegio completamente gratuito: ningún alumno, sin excepción, pagaba un solo
céntimo por la escolaridad y por la comida que recibía todos los días. Para
apoyar esta opción, al lado del centro se instaló una granja que surtía de
productos al comedor de la escuela y, sobre todo, aportaba fondos mediante la
venta de su producción. En palabras del Hermano Julien, esta granja podría
considerarse como un «sello de origen» del CPA de Kisaro, fundador de la
escuela. Por otra parte, el Hno. Aniceto empezó a remover conciencias de La Salle
en México para que apoyaran la escuela de Kirenge y creó una ONGD encargada de
recaudar fondos para que el centro siguiera siendo gratuito. Además, convocó a
voluntarios extranjeros que echaran una mano en las actividades durante el
curso escolar o en las vacaciones de verano.
También en Kisaro las cosas cambiaron. El Hno. Cyrille estaba
ya muy mayor y había que pensar en asegurar el futuro del CPA. Los Hermanos de
La Salle prefirieron centrarse en exclusiva en el colegio de Kirenge, por lo
que se decidió convertir el CPA de Kisaro en una ONGD de nombre parecido:
Centro de Promoción y Perfeccionamiento Agrícola (CPPA Kisaro), que se
responsabilizaría de sus actividades a partir de 2010. El Hno. Cyrille falleció
en Bélgica en 2014, pero sus cenizas reposan en Kisaro, donde se erigió un
sencillo monumento para acogerlas. Y, sobre todo, su obra sigue muy viva,
generando bienestar y futuro en amplias comarcas del mundo rural ruandés.
En tiempos de pandemia
Cuentan los ruandeses que las medidas anticovid que
implementó el Gobierno del país fueron muy estrictas, al igual que otros países
del entorno. Muchas de las familias que habían enviado a sus hijos a estudiar a
Uganda, por ejemplo, vieron cómo de la noche a la mañana fueron expulsados del
país y conminados a no regresar a él. Los alumnos ruandeses expatriados tuvieron
que volver a casa, donde se encontraron en mitad del curso sin escuela a la que
acudir.
Cuando los centros educativos del país volvieron a abrir sus
puertas, en La Salle Kirenge, que tiene ya un director ruandés, se empezaron a
recibir tímidas peticiones por parte de padres más o menos acomodados para que
sus hijos, imposibilitados para asistir a clase en Uganda, pudieran acudir al
colegio de Kirenge. Comprendieron que se trataba de un centro gratuito, con un
ambiente peculiar, pero no les importó e incluso se mostraron dispuestos a
pagar la escolaridad. La dirección estudió esta petición y, entre dudas, dadas
las circunstancias excepcionales de la situación, decidieron aceptar a los
nuevos alumnos, con un perfil muy distinto al del alumnado del centro. Pero
poco a poco, y a pesar de lo eventual de la respuesta inicial, tuvieron que
asumir docenas de peticiones más.
Cuando la evolución de la pandemia permitió la reapertura de
las aulas en Ruanda y Uganda, los alumnos matriculados en La Salle Kirenge a
causa de la covid-19 decidieron seguir allí, olvidándose de salir al
extranjero. Faltaba arreglar el asunto de las cuotas y la gratuidad, que es un
tema trascendental en Kirenge. El director, religioso de La Salle, reunió a los
padres de estos nuevos alumnos para plantearles el tema y la cosa se resolvió
con una rapidez inusitada. Los propios progenitores, que conocían la situación
de las familias del centro y las condiciones en las que estudiaban los chicos,
se comprometieron a estudiar quiénes de ellos tenían que pagar y quiénes
asistirían a clase gratuitamente. Se estableció una comisión que estudiaría el
asunto y plantearía sus propuestas al director. Aunque el modelo suscitaba
dudas iniciales, la idea funcionó y el método se sigue empleando en la actualidad.
Hablamos de este asunto con el Hno. Jean d’Amour Tuyisenge,
secretario del colegio. El religioso asegura que al principio tuvieron muchos
reparos en que los padres intervinieran en este tipo de decisiones, pero
viéndolos actuar, enseguida quedó claro que lo hacían con gran responsabilidad.
Por otra parte, se trataba de una original manera de introducir a los padres en
la gestión del centro, una idea que sintoniza con el espíritu de La Salle.
De los más de 400 alumnos que tuvieron durante el curso pasado,
una cuarta parte eran de pago y el resto no tuvieron que abonar nada, como en
los orígenes. Ahora acuden al colegio niños y niñas de muchos sitios, se mezclan las
procedencias y las clases sociales, conviven y colaboran sin problemas entre
ellos, e incluso se ayudan a menudo. Los padres están muy contentos y, por lo
general, las cosas van bien en Kirenge, tal y como el Hno. Cyrille y los
misioneros de La Salle quisieron desde el principio para sus iniciativas en
este país.
Tomado de MUNDO NEGRO / España. Fotografía:
Josean Villalabeitia