Rafael Narbona*
Empiezo a perder la fe en la democracia. ¿Cómo es posible que accedan al poder figuras tan inanes, inmorales y perversas como Aznar, Ayuso, Milei, Orban, Meloni, Netanyahu o Trump, cuyas políticas atentan contra los principios de solidaridad, justicia y equidad? ¿Cómo es posible que atraigan los votos de sectores de la sociedad con escasez de recursos, trabajos precarios y un porvenir miserable? ¿Tal vez porque la socialdemocracia asumió en los ochenta y noventa las políticas neoliberales que exacerbaron las desigualdades, desencantado a los votantes de izquierdas? ¿O quizás porque la manipulación mediática ha adquirido un poder ilimitado gracias al creciente desinterés por la cultura?
La democracia
solo funciona con una ciudadanía ilustrada y comprometida, pero
desgraciadamente los índices de lectura no dejan de bajar y el individualismo
no cesa de crecer. Ya no hay ciudadanos, sino ávidos consumidores de
entretenimientos banales y cachivaches estúpidos. Este panorama es campo
abonado para personajes como Ayuso, que dejó morir a 7.291 ancianos, Milei, que
ha suspendido la financiación de la quimioterapia de los enfermos de cáncer sin
recursos económicos, o Aznar, que anima a Netanyahu a cometer una masacre en
Rafah.
Si tuviera que mencionar un
político ejemplar, tendría que viajar al pasado, pues en el mundo actual no hay
nada parecido a Olof Palme o Nelson Mandela. De todas formas, es la sociedad la
que tiene que movilizarse y no esperar la aparición de líderes providenciales. La
salud de la democracia no depende de las elites, sino de los ciudadanos.
*Escritor, profesor de
filosofía y crítico literario español.