Por Jaime Ensignia*
Todas las guerras son aterradoras,
brutales, siniestras. Tras el término de la II Guerra Mundial (1939-1945), que
dejó más de 60 millones de muertos con un holocausto de 6 millones de víctimas
del pueblo judío, ni la paz, ni la tranquilidad ni el respeto de la autonomía
de los pueblos han sido la tónica en el concierto internacional.
Las
intervenciones militares de las dos grandes potencias que emergieron luego de
1945 (EEUU y la Unión Soviética) y de otras más pequeñas, minó bélicamente lo
que muchos creyeron que serían las enseñanzas de estos conflictos mundiales,
idealmente, la convivencia pacífica de las naciones y la desmilitarización del
orden mundial. En casi todos los continentes, sus pueblos sufrieron el apetito
imperial de las grandes naciones. En el sudeste asiático, luego de la derrota
de los franceses en Vietnam, fueron los norteamericanos quienes tomaron el sitial
para preservar el dominio imperial de esa zona. En el continente africano
persistió por muchos años el dominio colonial de potencias menores. En la
región de América Latina y el Caribe, el imperio norteamericano actuó de forma
brutal con su denominado patio trasero, las intervenciones militares, golpes de
Estado y desestabilizaciones en contra de gobiernos democráticos fueron una
constante desde los años 50 en adelante, basta evocar a Guatemala, República
Dominicana, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Granada, Venezuela, Paraguay,
Brasil, Bolivia, Perú, Uruguay, Panamá, Argentina o Chile.
En el período de la Unión Soviética (1945-1990), las intervenciones en Hungría, la República Democrática Alemana, en la primavera de Checoslovaquia y en los años 80 en Afganistán, la mano belicista de esta potencia imperial, operó sin disimulo.
En los
años noventa, tras la desintegración de la URSS, Europa no estuvo exenta de
sangrientos conflictos militares, como los que tuvieron lugar en las naciones
de la ex Yugoslavia.
A
nivel global, los EEUU y algunos de sus aliados occidentales, intervinieron
nuevamente en Afganistán luego del retiro de las tropas soviéticas hasta hace
un año y medio atrás, como también lo hicieron en Irak.
LA
INVASIÓN RUSA
Hace
poco más de un año, Rusia invadió Ucrania, desatando una guerra que tiene al
mundo entero en vilo. Naciones Unidas, en sus Asambleas Generales ha repudiado
esta invasión. El autócrata presidente de Rusia, Putin, asegura que esta es una
guerra de entornos que han pertenecido históricamente a la “gran” Rusia, y que
debe defenderse de las hostilidades de Occidente y de la actitud belicista de
la OTAN. Entretanto, la guerra se extiende sin horizonte, y tensa el tablero
internacional, entre otras cosas, por los distintos niveles y formas de
compromiso que asumen los países en el conflicto, particularmente los países
miembros de la OTAN.
Los
efectos colaterales y consecuencias de esta guerra se empezaron a sentir casi
en el mismo instante de su inicio. La economía a nivel mundial se vio
inmediatamente afectada por la alteración de precios en dos insumos básicos:
alimentos y energía. Cabe recordar que Ucrania es el gran proveedor mundial de
trigo, y Rusia, del gas y del petróleo, cuyos precios se elevaron de manera
exponencial en la mayoría de los países de la Unión Europea (UE). Ya existen
pronósticos respecto de una previsible recesión económica y crecimiento
negativo para varios países en el transcurso de 2023.
Como
en todas las guerras, en su trayecto final no habrá ni vencederos ni vencidos,
sino más bien víctimas. Ellas serán, en su gran mayoría, la población ucraniana
y una minoría pro rusa ucraniana. Se estima que más de ocho millones de
ucranianos han tenido que abandonar su país, gran parte de ellos busca refugio en
los países europeos, como Alemania, que alberga un alto porcentaje de esta
diáspora ucraniana. La infraestructura del país ha sido significativamente
demolida por los bombardeos rusos. La población civil no recibe suficiente
ayuda humanitaria, más allá de las buenas palabras de las naciones europeas y
de los Estados Unidos. En contraste, en el ámbito bélico, impresiona el apoyo
de la OTAN y sus países miembros. La industria armamentista se ha volcado con
todo en “ayuda” al país invadido, no tan solo en pos de la defensa de Ucrania,
sino para crear las condiciones de una derrota estratégica de Rusia, menudo
objetivo militar contra una potencia que ostenta, entre otros recursos, el
segundo arsenal de armas nucleares del mundo. Es indiscutible, que con la invasión
a Ucrania, Rusia ha violado todo tipo de acuerdos internacionales de no
intervención militar socavando el derecho internacional en versión siglo XXI.
Llegado
a este punto, en el que parece evidente a quiénes perjudica y perjudicará esta
guerra, cabe preguntarse a quién estará beneficiando. Esta es una cuestión que
parece desdibujarse en un clima que pasó de la condena a Putin, a un cierto
entusiasmo belicista por verlo derrotado y que, evidentemente, se sustenta en
determinados intereses. Entre los beneficiarios de la guerra, ocupan el primer
lugar la industria bélica norteamericana y algunas naciones de la Unión
Europea. En segundo lugar, parte del mundo financiero internacional,
particularmente, norteamericano y europeo, que han hecho enormes inversiones
para defender y mantener la guerra.
NO
TODO ES BLANCO Y NEGRO
La
guerra debe terminar, hay que buscar acuerdos para que las dos naciones
involucradas en este conflicto encuentren la forma y manera de sellar una paz
en la región. Al respecto, hay lecturas diferentes acerca de cómo las potencias
occidentales han ido entregando a la opinión pública una sola versión de los
hechos de este año de guerra. En general, se ha exacerbado el espíritu heroico
de la capacidad militar ucraniana y de la fortaleza de su pueblo; con
frecuencia, los grandes medios de comunicación (CNI; DW, por nombrar algunos de
ellos) y las redes sociales tienden a romantizar la resistencia bélica de esta
nación. Paralelamente, se alzan voces y se moviliza la sociedad civil europea con
el objetivo central de poner fin a la guerra, de no seguir armando a Ucrania de
forma desmedida, de no enviar tanques de última generación o bien aviones
bombarderos con la idea de propinarle una derrota estratégica a Rusia. Fiel a
su estilo discursivo, Zelenski pretende doblar la apuesta rusa y afirma: “en
este año 2023 ganaremos la guerra”.
En el
continente europeo hay quienes no se unen al coro armamentista de los EEUU y la
UE. Instan a que las partes se reúnan para lograr un cese a las hostilidades que
permita a ambas naciones salir “relativamente” airosas de este conflicto antes
de que escale a nivel global con el uso de armas no convencionales,
concretamente, armas nucleares, donde el escenario de destrucción sería,
probablemente, Europa. Como advierte el sociólogo portugués Boaventura de Sousa
Santos, “asoma el holocausto nuclear detrás de la guerra Rusia-Ucrania”, quien
señala que cabe preguntarse si la actual guerra no es el preludio de una mucho
mayor. Otro intelectual reconocido, el filósofo alemán, J. Habermas en mayo de
2022, en el diario El País problematizaba el apoyo militar a Ucrania, dilema
que según él pone a Europa en el peligroso brete de elegir entre dos males –la
derrota de Ucrania o la conversión de un conflicto limitado una tercera guerra
mundial-. Una guerra contra una potencia nuclear ya no puede ser “ganada” en
ningún sentido razonable, constataba Habermas.
En
el plano político social, por un lado, el ex presidente del Partido Social
Demócrata Alemán y líder histórico de la izquierda alemana y europea, Oscar
Lafontaine criticaba y se oponía vehemente, junto a otras personalidades del
espectro político alemán al envío continuado de armas a Ucrania, ya que con
ello se prolonga el sufrimiento, la muerte de personas y la destrucción de
Ucrania, abogando por el cese lo más pronto posible de las hostilidades.
Por
otro, la sociedad civil europea y en especial la alemana convoca
permanentemente a demostrar pacíficamente por la paz en esta guerra. Hace un
par de semanas atrás se manifestaron en Berlín, miles de manifestante exigiendo
que el canciller O. Scholz pare la escalada de enviar armas y pertrechos a
Ucrania. Cientos de manifestantes demuestran en las afueras de Ramstein, la
mayor base área militar norteamericana en Alemania, expresando su negativa a la
guerra y el envío de aviones de guerra a Ucrania. Lentamente, se siguen alzando
voces en contra de la guerra y sus consecuencias colaterales para la paz
europea.
América
Latina, en la voz de sus más importantes países ha condenado la invasión rusa a
territorio ucraniano, sin embargo, ha sostenido que no enviará armamento
bélico, pese a las presiones de las grandes potencias, EEUU, Alemania y otras
naciones europeas. En voz del presidente Lula, las naciones de la región están
por fomentar un alto al fuego y establecer la paz entre estas naciones en
pugna.
El plan de paz propuesto
recientemente por China con sus 12 puntos, podría ser un muy buen inicio en ese
tortuoso tránsito para poner fin a esta conflagración militar. No hay, por parte
de las otras potencias occidentales, o bien no se conocen, una vía que apunte a
poner fin al conflicto. Naciones Unidas debería ser protagonista de una cruzada
efectiva por la consecución de la paz y el cese de las hostilidades de esta
guerra. No basta, siendo importantes, con las insistentes declaraciones y
condenas del belicismo ruso en este conflicto.
Se deben
dar garantías políticas y diplomáticas a ambas partes.
*Sociólogo, Dr. en Ciencias
Sociales y Económicas de la Universidad Libre de Berlín. Fue director
sociopolítico de la Fundación Friedrich Ebert en Chile (1994-2014). Director
del Área Internacional de la Fundación Chile 21. Colaborador del Barómetro de Política
y Equidad.
Texto tomado de DW / Alemania.