«Nací en los campamentos de refugiados saharauis en Tinduf
(Argelia), en 1994. Vine a España con siete años. Soy ingeniera informática y
me dedico al mundo del big data en temas de banca. He creado y
coordino la plataforma digital SaharawisToday».
Me gustaría que me hablaras de tu infancia.
Nací en los 90, en unos tiempos muy duros para los refugiados
saharauis que acababan de instalarse de manera permanente en los campamentos.
No había nada, ni leche para los niños ni agua en casa. Las madres se
intercambiaban a los hijos para poder amamantarlos. Cuando nacimos mi hermano
mellizo y yo, casi morimos. De hecho, todos acarreamos problemas de salud. Mi
madre, que padecía anemia, no tenía recursos. Éramos varios hermanos y no le
quedó más remedio que dejarme con mi abuela. Estuve con ella desde los cuatro a
los siete años en Mauritania.
¿Te acuerdas bien de lo que viviste esos años?
Siempre digo que los saharauis nacemos mayores. Por las
circunstancias, nos educan para resistir y no te puedes quejar. La sociedad y
el contexto te obligan a madurar y a crecer rápido. Sí, tengo recuerdos de
aquella etapa con mi abuela. Yo era una beduina que solo sabía criar y ordeñar
cabras y nunca estaba con niños. Aquellos años viví con adultos y animales. Con
solo seis años, sabía hacer las cosas de una mujer mayor. A los siete volví a
los campamentos de Tinduf (Argelia), con mi hermano mellizo, mi madre, mi padre
y otros seis hermanos. Fue un choque de identidad, tuve que aprender a
quererlos, porque esos lazos fraternales no se habían construido antes.
No debió de ser nada fácil.
En Mauritania vivía fuera de los sistemas educativo y
sanitario. No sabía ni leer ni escribir. Tenía pensamientos y realizaba labores
de una persona adulta. Cuando me escolarizaron, tuve que concienciarme de que
era una niña, tenía una familia y vivía en sociedad. No puedo romantizar mi
historia y decir que tuve una infancia feliz. Es la que me tocó, la infancia de
cualquier niño en situación de conflicto. La pobreza no se puede romantizar. Yo
no me comí un yogur ni probé el chocolate hasta que vine a España, ni tuve
acceso a algo tan básico como la carne. Ahora veo que mis sobrinos tienen eso
en el campamento, pero van a sufrir otros problemas: de identidad, el exilio,
el conflicto armado… No van a estar exentos de todo eso. La vida en los campamentos
no se puede romantizar.
¿Por qué viniste a España?
Vine con casi ocho años a casa de una familia de acogida de
Alicante. Si lo de llegar a los campamentos de Mauritania era cambiar de mundo,
venir aquí fue cambiar de planeta, de galaxia y de todo. Me daban miedo los
edificios porque era incapaz de entender que pudieran ser tan altos. En los
campamentos, las casitas de adobe son acordes a tus dimensiones, accesibles a
tu altura o a la de un adulto, pero llegué y me encontré edificios muy altos,
la gente acelerada, el ruido, los semáforos, todo para «ya»… y, sobre todo, la
sensación de que todo el mundo me recriminaba algo: «Siéntate bien», «Come
así»… No estaba acostumbrada a tantas demandas sociales, a vivir en un
protocolo permanente. En los campamentos, los padres no te dirigen tanto porque
ya «eres» un adulto, y cuando vienes aquí ya tienes un pensamiento construido.
Vine cinco veranos y luego me quedé con mi familia de acogida desde los 12 a
los 18 años. Mi madre española tenía la idea de educarme, pero yo le decía que
ya venía educada, y no era un acto de rebeldía, sino la madurez temprana
obligada por la situación. Mi familia española lo hizo conmigo lo mejor que
pudo, pero no de la mejor forma. Tuve una adolescencia muy dura.
¿Sentías que no encajabas?
Las personas que han emigrado sufren una crisis de identidad
muy grande, porque no son ni de aquí ni de allí. La necesidad de encajar en
ambos lugares te puede jugar muy malas pasadas. Pasé diez años en los que
rechazaba ser saharaui y las desgracias que me habían pasado en la vida.
¿Lo ocultabas?
Exacto. Le decía a la gente que era alicantina y ya está.
Pero cuando empecé a leer literatura de referentes africanos, incluidos
saharauis, me di cuenta de que tenía pensamientos coloniales heredados, y llegó
un momento, con 18 años, en el que vi que aquel no era mi sitio. En mi casa
española sentía muchas exigencias sociales y culturales, y tenía que estar
constantemente dando las gracias por lo que se me estaba dando, porque yo
«venía de un campo de refugiados», algo que me afectaba mucho y sentía como un
menosprecio. Por otra parte tenía a mi familia saharaui, conservadora,
musulmana, de las pocas que habían dejado que sus hijas estudiaran en Occidente
desde muy pequeñas. Era consciente del miedo de mi madre a que yo no fuera
musulmana, ni culturalmente saharaui, ese miedo al qué dirán. Yo sentía presión
aquí y presión allí, y decidí romper, ponerme a trabajar y estudiar por mi
cuenta, para recuperar mi dignidad y mi libertad como persona. Rompí las
relaciones con mi familia biológica y con la de acogida, pero fui libre para
empezar a construirme una identidad.
¿Hiciste sola ese proceso?
Hasta que no entré en el activismo no tuve referentes. Empecé
a trabajar de camarera, en tiendas… Estudié Ingeniería Informática en los
tiempos de la crisis, y tuve amigos que me ayudaron a pagar la universidad.
Acabé la carrera y me vine a Madrid. Era el boom de la
informática y encontré trabajo fácilmente. Pedí un préstamo para hacer un
máster en big data e inteligencia artificial. Para mí no
existen cosas imposibles si te esfuerzas y trabajas. La gente me dice que a mí
me han salido bien las cosas, pero yo comía arroz blanco en la universidad, lo
mismo que comía en el campamento, porque muchas veces no me daba para comprar carne
o champú.
¿Cómo llegaste al activismo?
Cuando terminé el máster y había conseguido un buen trabajo,
en abril de 2020, explotó la guerra en Sahara Occidental. Yo no sabía nada del
conflicto ni de sus causas, pero empecé a ir a manifestaciones y nació en mí
una necesidad imperante tanto de ayudar al pueblo saharaui como de recuperar mi
identidad. Y cuando vi que la causa saharaui estaba estancada
comunicativamente, me planteé ayudar con mis conocimientos en big data y
procesamiento de datos en redes sociales. Asumí la presidencia de la Asociación
Saharaui en Madrid, hicimos infinidad de cosas y muchos jóvenes saharauis en la
diáspora empezaron a organizarse. Pasé a convertirme en una persona muy
expuesta, a dar conferencias, me llamaban los políticos… Me parecía que la
causa se había convertido en algo muy humanitario pero poco político, e inicié
un acercamiento a organizaciones políticas, a medios de comunicación, empecé a
llevar a periodistas y políticos a los campamentos… Todo este proceso se ha
materializado en SaharawisToday, una plataforma de comunicación digital que he
creado junto a mi compañera Itziar.
¿Qué podemos encontrar en SaharawisToday?
Hicimos un análisis sobre qué es lo que le falla a la causa
saharaui y vimos que teníamos que ser nosotros mismos, los saharauis, quienes
comuniquemos, que no sean los periodistas o los antropólogos los que hablen
siempre del pueblo saharaui. En SaharawisToday se habla de migración; de combatir
el racismo institucional que sufrimos; de la mujer saharaui, a menudo
silenciada; de la responsabilidad de España con sus antiguas colonias o de la
responsabilidad de la población de informarse sobre el pasado de su país.
Contextualizamos para explicar la relación de Sahara con lo que pasa en Ceuta y
Melilla, con las aguas de Canarias o por qué Marruecos bloquea y chantajea a
España… Somos 11 personas, saharauis de allí, de aquí y de Francia. Publicamos
en francés, árabe, inglés y castellano, y ofrecemos una tribuna de opinión al
pueblo saharaui, con toda su diversidad. Tiene cabida todo menos el fascismo y
el machismo. Siempre hemos sido un pueblo de transmisión oral, pero tenemos que
dejar nuestra historia por escrito. Hay artículos, vídeos, directos, resúmenes
de política internacional, análisis… Recogemos todos los eventos de la causa
saharaui a nivel mundial e informamos sobre cómo viajar a los
campamentos.
Para terminar, ¿crees que habrá referéndum?
Se necesita una presión política muy grande. Creo que el
pueblo saharaui tiene que ocupar posiciones de poder. Muchas personas que han
emigrado suelen estudiar ciencias sociales y se dedican al ámbito de las
oenegés o la cooperación internacional por esa necesidad de «salvar» que
tenemos. Pero no pasa nada por estar en la banca o en política. Hay que estar
donde se toman las decisiones para poder cambiar las cosas. En el banco en el
que trabajo saben que soy saharaui y activista. Los saharauis tienen que
intentar ser presidentes de comunidad en sus edificios, diputados, referentes
allí donde trabajen. Creo que es complicado el referéndum en los próximos años.
Mientras no tengamos un presidente de Gobierno saharaui o migrado no van a
cambiar las cosas. Va a llevar tiempo, pero no debemos frustrarnos. Hay que ser
optimistas.
CON ELLA
«Una amiga fue a Sahara Occidental, a los territorios
ocupados por Marruecos, y me trajo arena de allí. Es chocante, y me encanta
verlo en todas las generaciones de saharauis: somos capaces de luchar por algo
que ni hemos visto y que, probablemente, por ser activista, jamás pueda
pisar».
Fotografía: Javier Sánchez Salcedo / Texto tomado de MUNDO
NEGRO / España.