Una nueva realidad neoliberal surge en medio del chavismo por
el uso del dólar, la relajación de los controles del Estado y el acercamiento
de Estados Unidos
JUAN DIEGO QUESADAFLORANTONIA SINGER
Bogotá / Caracas.
Adriana conduce de madrugada por las calles del centro de
Caracas. Consigue los clientes a través de la aplicación Yummy, el Uber
venezolano. Durante unos cuantos meses este fue el secreto mejor guardado de la
microeconomía local: la demanda era altísima y en una buena noche un trabajador
despierto podía ganar alrededor de 60 dólares. Después se corrió la voz y mucha
gente puso su coche a trabajar. Ahora la jornada rinde unos 30, 40 si se trata
de un día de suerte. El cliente de Adriana saca un billete de 20 para pagar el
recorrido, que vale 17. Ella simula buscar el cambio en la guantera, pero los
dos saben muy bien cómo va a acabar esto.
—Qué pena, no tengo vuelto. Gracias por todo. ¡Chao!
Y sale volando con los tres dólares de más. Los billetes de baja denominación escasean en el desbocado capitalismo que se abre paso estos días en Venezuela. Solo se piensa en el dinero. La cotidianidad tiene forma de billete verde. El país, a través del chavismo, ha pasado de aplicar sin ningún éxito la revolución socialista bolivariana a un proceso de apertura con el sello a fuego del liberalismo. El fenómeno ha generado el espejismo de una recuperación económica.
Atrás han quedado los controles férreos. Hasta hace nada los
venezolanos escondían los dólares porque era delito obtenerlos fuera de la
vigilancia estatal. Había que hacer horas de fila para comprar comida racionada
a precios regulados y escaseaban los bolívares, la moneda local. El panorama
ahora es otro. El uso del dólar como moneda recurrente, el levantamiento del
control de precios y las importaciones libres de aranceles han cambiado la
realidad en la que hasta ahora trataban de subsistir los venezolanos.
La economía —explica Luis Vicente León, economista y
presidente de la encuestadora Datanálisis— se rebela contra el orden
establecido más rápido que las propias sociedades. “Lo que ocurre en Venezuela,
como antes en China o Rusia, es que la gente ha buscado soluciones imaginativas
al control y al intervencionismo del Estado. Cuando el Gobierno ha tenido
problemas por las sanciones y el aislamiento ha empezado a entender que
montarse en esta tabla de surf que había construido la sociedad era más una
solución que un problema. Y se montó”. Eso ocurrió exactamente con el dólar,
que pasó de estar perseguido y demonizado a ser un garante de cierta
estabilidad.
El dólar circula ya en casi 70% de las transacciones
comerciales, según algunas firmas económicas, y en medio de una economía
distorsionada se ha contagiado también de la inflación. Cada vez se necesitan
más dólares para comprar lo mismo. Ecoanalítica señala que en 2021 la moneda
estadounidense perdió 50% de su capacidad de compra en Venezuela y este año se
pronostica que pierda otra tajada. La vida en dólares en la que los que pueden
se refugian también se encarece y los precios se camuflan en un monto sin denominación,
a veces acompañado de la abreviatura Ref, de referencia. El precio de unos
zapatos de imitación traídos en contenedores sin pagar impuestos en una tienda
de un centro comercial figura en un cartel como Ref 30, es decir, 30 dólares.
Nadie sabe cuántas horas pierde el venezolano cada vez que
tiene que abrir la billetera. Cada mínima transacción implica una operación
mental de unos minutos para evaluar si le conviene la tasa de cambio que usa el
negocio, que varía según la moneda con la que va a pagar y la conveniencia; si
debe pagar el impuesto extra porque solo tiene dólares y desde hace unos meses
está gravado su uso; si habrá que redondear porque no hay monedas ni billetes
de baja denominación suficiente para los vueltos (como en el caso de la
conductora Adriana); o si no le queda otra que pagar más por un producto porque
solo trae bolívares devaluados. En la enrevesada economía venezolana todo
termina siendo más caro.
Las escenas en Caracas para pagar cualquier cosa parecen
sacadas de una comedia de los hermanos Marx. Una mañana en Caracas, por
ejemplo, una mujer con un billete de un dólar recurre a un desconocido en la
fila para pagar el aparcamiento que cuesta 5 bolívares, unos centavos más que
el valor de un dólar a la tasa oficial. El desconocido con bolívares en su
tarjeta paga su tarifa y la de ella y se queda con el dólar que aprecia más.
Ella evita así pagar 3% más por el Impuesto a las Grandes Transacciones
Financieras (lo de grandes o mínimas es irrelevante evidentemente). Pagar un
párking es toda una odisea.
El capitalismo sui generis que practica ahora el país ha
creado una burbuja de gasto y redistribución en la que viven unas cuatro
millones de personas, sobre todo en Caracas. Se trata de una isla de consumo en
medio de una economía muy precaria. El tráfico en la capital vuelve a ser tan
infernal como el de cualquier otra gran ciudad Latinoamericana, cuando antes,
por la falta de gasolina, las carreteras se habían vaciado. Empresarios abren discotecas,
restaurantes, supermercados, tiendas y farmacias. Vuelven a venir cantantes
internacionales a celebrar conciertos. Los precios están distorsionados. El
antro de moda, el Bar Caracas, tiene una lista de precios idéntica a la de las
discotecas de Nueva York. Da igual, se llena de miércoles a domingo. Ese bar
está en la terraza de un hotel cinco estrellas, el Tamanaco, donde se alojan
empresarios de distintas nacionalidades que han puesto las noticias de
Venezuela en sus alertas de Google para enterarse de todo lo que está pasando.
Tienen la sensación de que si llegan a tiempo, antes de que los precios de las
viviendas o las empresas recubren su valor, podrán hacer buenos negocios.
Una gran parte de la población se quedado fuera de esta
economía paralela. Un estudio reciente de la consultora Think Anova ha
profundizado en la distribución de los ingresos en la nueva Venezuela de las
burbujas: “El ingreso del 30% de la población más pobre cayó o permaneció
estancado entre 2020 y 2021, ello a pesar de que el ingreso promedio de la
economía aumentó 65% durante ese periodo. En términos relativos, solo el 10%
más rico de la población mejoró su posición en la distribución. Esto ratifica
que los resultados obtenidos desmejoran inequívocamente la distribución del
ingreso en Venezuela”.
En el medio de los dos extremos la clase media se ha apretado
el cinturón, a veces hasta desaparecer o tambalear hacia la pobreza. Ida Febres
tiene 31 años, es comunicadora social y asegura que hoy está mejor que hace
unos años porque ya no tiene que perseguir la comida, pero lo que gana no le
permite tener ningún ahorro. “Ahora tengo más ingresos porque trabajo
demasiado”, dice. Trabaja en el área audiovisual para una empresa en el
extranjero y en Caracas está grabando todo para lo que la contraten: eventos,
podcasts, obras de teatro. Su jornada laboral es más de 16 horas al día. Hace
poco comenzó a llevar al colegio a la hija de una vecina. Todos los empleos son
pocos. Las ojeras en sus ojos evidencian lo temprano que se levanta para tener
un dinero extra.
Para ella el costo de tener un poco de tranquilidad está en
contratar seguros médicos privados para ella y sus padres, pues la crisis de la
sanidad pública es algo que no ha cambiado en Venezuela sino que empeora más
bien. Para eso es que trabaja demasiado, se endeuda, reduce gastos de comida y
entretenimiento y echa gasolina subsidiada aunque tenga que hacer filas o deba
ir de madrugada para poder cargar el tanque. “Pienso que mis papás cuando
fueron jóvenes trabajaron por metas como comprarse una casa, un carro y hacer
familia. Yo no puedo tener esas metas ahora, las mías son más pequeñas”.
Sostener el crecimiento
Con el pequeño rebote económico el sector industrial del país
está operando al 28% de su capacidad y en el primer trimestre de este año ha
seguido registrando crecimiento en producción y en ventas, según los datos que
maneja Conindustria, el gremio que hace dos décadas reunía a 12.700 empresas y
ahora solo a 2.200. “Queremos que el crecimiento sea sostenible y para eso hay
que recuperar el poder adquisitivo del venezolano y el empleo. Eso sí es
sinónimo de recuperación”, señala Luigi Pisella, presidente de Conindustria y
fabricante de calzados, uno de los sectores más contraídos en medio de una
invasión de zapatos de imitación y baja calidad que han ingresado al país con
los beneficios arancelarios que ha dado el Gobierno a la importación.
“Para entender ese 28% de la capacidad instalada en la que
estamos, podemos compararnos con Colombia que tiene 80%, Brasil con 82% e
incluso con Argentina que con una gran inflación y una crisis y opera a 75% de
su capacidad”, dice el empresario. También lo explican las fábricas que
trabajan apenas unos meses al año, cierran y liquidan a su personal. Solo el
53,8 % de las personas en edad laboral en Venezuela tiene empleo, la tasa de
actividad más baja de toda la región. “Nos falta mucho para llegar al punto de
equilibrio al menos, en donde no ganemos ni perdamos”, apunta el industrial.
Con esta capacidad de producción, sin embargo, el sector
industrial puede abastecer la mitad del mercado, por la drástica reducción que
ha sufrido la economía. Y lo hacen incluso con el autoabastecimiento de energía
en más de la mitad de las industrias operativas, pues las fallas en los
servicios públicos también son una traba para la producción. “Será necesario
lograr el milagro económico de crecer 10% anual durante 20 años para recuperar
el tamaño que la economía tenía en 2012″.
Pisella destaca un cambio reciente —de hace apenas unas
semanas— en la política económica que “va en el camino correcto”. Un total de
1.260 productos de una lista de 4.465 finalmente fueron sacados de las
exenciones arancelarias que hacen más caro comprar lo hecho en Venezuela. Esta
ha sido una reiterada petición al Gobierno de parte del disminuido empresariado
del país que ahora se concreta. Ese subsidio a la importación ha inundado los
comercios de artículos importados de todo tipo, lo que hace imposible competir
a la industria venezolana que sí debe pagar todos los tributos. Pero en contra
siguen la voracidad fiscal que afecta a los que producen en Venezuela y la
falta de acceso al crédito bancario, que el Gobierno ha eliminado casi por
completo para contener artificialmente la inflación y anclar el precio del
dólar.
Apertura económica, cierre político
Esta transformación de la economía hacia una mayor apertura
ha ocurrido, paradójicamente, en medio del cerco a Nicolás Maduro con las
sanciones de distinto niveles que han aplicado Estados Unidos, la Unión
Europea, Panamá, Suiza y Canadá como castigo por la deriva autoritaria que vive
el país, que también llevó a su ruina económica con una reducción en 80% del
PIB en ocho años y la migración de 6,1 millones de venezolanos.
Como ha ocurrido en otras naciones bajo sanciones, el
chavismo se ha acomodado. Los lazos con Estados Unidos, el que era el principal
comprador de petróleo y un aliado natural, quedaron cortados. Los nuevos amigos
fueron Irán, Turquía, Rusia y China. Con ellos se trató de sortear el golpe más
certero que dio Washington a partir de 2019: la imposibilidad de vender
libremente petróleo en el mercado mundial, lo que obliga a hacer
triangulaciones geopolíticas y grandes descuentos al crudo.
El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, para
contrarrestar la crisis energética derivada de la guerra de Rusia en Ucrania se
ha acercado de nuevo a Venezuela y ha hecho varias concesiones que han relajado
las tensas relaciones entre los dos países. La posibilidad de que se levanten
del todo las sanciones parece fuerte, aunque la diplomacia americana está atrapada
en su apoyo al Gobierno interino de Juan Guaidó. Si esas sanciones quedaran sin
efecto, el Gobierno podría disponer de más ingresos, aumentar los salarios y
que esto implique un aumento del consumo que ponga a andar la cadena de
crecimiento económico. Se prevén crecimientos del 5 al 10%, números nada
desdeñables en cualquier economía, pero insuficientes en Venezuela. A ese ritmo
la nación necesitaría décadas antes de llegar a sus niveles previos al
chavismo.
Maduro ha abierto su economía como ha podido. Se ha reunido
con empresarios, ha anunciado la venta de acciones de las quebradas empresas
estatales para la inversión, pero también ha confeccionado una
oposición a su medida y mantiene los controles sobre la vida cívica. En Caracas
uno puede hacer negocios, hacerse millonario si uno quiere y puede, pero no
puede hacer política. La persecución de la disidencia continúa y una ley para
limitar la cooperación internacional que sostiene a las ONG que defienden a
víctimas de violaciones a los derechos humanos está en discusión en el
Parlamento que controla el chavismo. Hace poco se detuvo a una anciana que hizo un chiste por Tik Tok sobre
la muerte de Maduro y todavía hay más de 200 presos políticos.
Después de años de fricción política, la oposición que
buscaba un cambio de Gobierno ha terminado arrinconada por sus propios errores
y la maquinaria represiva del chavismo. Pero queda todavía una palanca de
presión en la mesa de negociaciones de México y
precisamente en las sanciones, que esta semana ha vuelto a encender las
expectativas. Ida que está todo el día en la calle buscando hacer dinero dice
que el gobierno ha ganado al sobrevivir todos estos años de forcejeo. “A nadie
le importa la política, todo esos murió. La gente se acostumbró a que viviremos
con un mismo gobierno, algunos lo llamarán dictadura. Pero no puedes perder la
vida en eso, todos tenemos muchas cosas por hacer”.
Texto tomado de El País / España.