El psiquiatra Enrique Rojas, autor de «Todo lo que tienes que
saber sobre la vida», asegura que una vida feliz tiene sobre todo cuatro notas.
«Saber perder es fundamental. Las derrotas a mí me han
educado mucho», revela el prestigioso médico que dirige el Instituto Español de
Investigaciones Psiquiátricas. «Las únicas personas sin dificultades de pareja
son los solteros y los viudos», nos advierte
Con una anécdota de una parada imprevista en una gasolinera,
la fortaleza de su matrimonio y su sentido del humor, Enrique Rojas (Granada,
1949), psiquiatra hijo de psiquiatra y padre de psiquiatra (de Marián
Rojas Estapé), «médico del alma», explica sin ambigüedades ni fórmulas
complejas de qué va la felicidad, cómo superar una depresión o
afrontar la vida en pareja. El autor de Todo lo que tienes que saber
sobre la vida (quinta edición) nos atiende recién llegado de
su conferencia de clausura del Congreso Internacional de la Juventud en Roma, a
la que asistieron jóvenes de 22 países. ¿Cómo vio a esos jóvenes? «Una de las
preguntas que me hicieron fue qué hacer con el bombardeo informativo. Hoy, hay
un síndrome que es el síndrome por exceso de información. Excesiva información,
y casi toda, negativa: la guerra en Ucrania, el problema del 9,8 % de la
inflación en España, la pandemia...», comienza el director del Instituto
Español de Investigaciones Psiquiátricas. «Todo eso genera un fondo depresivo.
Hay una sensación de falta de horizonte».
—¿Qué ve más hoy en consulta?
—Lo primero, depresiones. Lo segundo, ansiedad, la ansiedad
flotante o las crisis de pánico. Lo tercero, los trastornos de la personalidad,
que hoy se han multiplicado (tiene que ver la falta de madurez o de autoestima,
con no haber superado heridas del pasado, con complejos o con la tendencia a
convertir los problemas en dramas...) y el cuarto motivo de consulta son las
crisis de pareja.
—Su fórmula de la felicidad es ya un clásico: buena salud y
mala memoria. Pero a menudo se nos olvida...
—La fórmula mía de tener buena salud y mala memoria significa
que la capacidad para olvidar y para perdonar, para perdonarte a ti mismo y a
los que te han ofendido, es salud mental.
—Vemos felicidades por todas partes, pero cómo se encuentra
la real, la que no necesita filtros. ¿Es genética o depende de las
circunstancias?
—Hay dos tipos de felicidad. La felicidad absoluta, que no
existe, que se da en el otro barrio cuando te mueres, y la relativa, que es la
real. La felicidad relativa consiste en lo siguiente: que haya buena relación
entre lo que yo siento, lo que yo pienso y lo que yo hago.
—Así que la felicidad es coherencia...
—Coherencia de vida.
—La memoria escoge lo bueno, edulcora. ¿Fuimos más felices en
la infancia o solo somos capaces de ver lo felices que fuimos a toro pasado?
—Hay una relación entre la felicidad y la temporalidad. La
felicidad en relación con el pasado es sufrimiento superado. En relación con el
presente, es carpe diem, saber disfrutar de la vida cotidiana, con
lo que uno hace, y en relación con el futuro, la felicidad consiste en ilusión.
El hombre viejo es aquel que mira más hacia el pasado que hacia el futuro. El
joven, el que tiene siempre ilusiones por cumplir, aunque tenga 80 años. La
juventud va por dentro.
—¿Por qué aumentan hoy las cifras de ansiedad, autolesiones y
suicidios entre los adolescentes? ¿No tienen nuestros chicos las ilusiones del
joven?
—Los adolescentes viven un fenómeno nuevo. Los jóvenes están
siendo bombardeados permanentemente. Se aprieta un botón y se tiene lo que se
quiere, esa inmediatez. El móvil y las redes sociales favorecen esto y los
jóvenes no aprenden a tener capacidad para afrontar y superar las
frustraciones. De ahí vienen la ansiedad, el estrés...
—¿Qué pasa con el alto índice de suicidios en jóvenes, cómo
se explica?
En Francia hay actualmente muchos suicidios juveniles. ¿Por
qué? Porque la gente está perdida. Estás perdido cuando no tienes claro lo que
quieres hacer. Cuando uno no sabe lo que quiere no puede ser feliz.
—¿Qué significa saber lo que uno quiere? No es lo mismo
querer tener un coche que querer tener hijos...
—Saber lo que uno quiere tiene que ver, primero, con haber
luchado por tener una personalidad de cierta madurez, estructurada, y en
segundo lugar, con tener un proyecto de vida, un programa vital con cuatro
grandes notas, que son amor, trabajo, cultura y amistad. En fútbol se habla del
proyecto deportivo del año... Así debería ser en la vida. Las dos grandes patas
del proyecto de vida son amor y trabajo; vida afectiva y vida profesional.
—Y perseverancia en ellas, ¿no?
—Decía Miró que la clave del éxito de su pintura era un poco
de talento, y orden y constancia. La constancia es la madre de las mayores
conquistas personales, esa perseverancia en lo pequeño.
—¿Cómo se entrena la felicidad?
—La felicidad está en tu cabeza, en tu mente, no depende de
la realidad. Te voy a contar una anécdota. Volvía yo de Ávila con mi mujer de
visitar a una de mis hijas. Íbamos con un par de nietos y paré en una
gasolinera, la más cutre de la zona, pero uno de mis nietos quería ir al baño y
otro tenía carraspera... Cuando entro a preguntar por el baño, me dice la chica
que estaba atendiendo la gasolinera: «¡Mire usted qué suerte tiene, que acabo
de arreglar el baño!». Le digo que quiero unos caramelos porque mi nieto tiene
carraspera de garganta y me dice: «Mire, la mejor miel de la zona la hace mi
abuela, se la traigo ahora. Y además me dice: «¿Quiere llevarse un saco de
naranjas, que son de aquí y son buenísimas?». Y yo, que no sé decir que no,
salgo con las naranjas, con los caramelos, con la miel, con unos bollos...
Asombrado con la chica. Vuelvo al coche con todo y le pregunto a la chica: «¿Usted
es feliz?». Y responde: «¿Cómo no voy a ser feliz si lo tengo todo?». La
felicidad no depende de la realidad, sino de cómo interpretas la vida. La chica
también me preguntó a qué me dedicaba yo y le dije: «Soy médico, médico de la
cabeza». «¿De toda la cabeza?». «No, de la frente para dentro. Soy psiquiatra».
«El de los nervios...». La felicidad depende de la capacidad para interpretar
de forma positiva la realidad personal, depende de enfatizar lo positivo y
minimizar lo negativo.
—¿Todas las cabezas tienen arreglo?
—Pues sí. La psicología y la psiquiatría han cambiado el
mundo. Me quedo asombrado con lo que es hoy la psicoterapia, el arte de ver el
lado bueno de las cosas. La derrota es el gran aprendizaje, la derrota te
enseña lo que el éxito oculta.
—¿Hay que saber perder?
—Saber perder es fundamental. Yo he tenido en mi vida unas
cuantas derrotas que me han educado mucho. Hay que moderar las ambiciones, no
pedirle a la vida lo que no te puede dar. Conozco mucha gente que vive
modestamente y muy feliz. Y conozco gente en Madrid que lo tiene casi todo y
siempre está insatisfecha...
—Igual tiene todo, salvo lo esencial...
—Claro. El argumento esencial de la vida, para la felicidad,
es el amor. Decían los clásicos, los escolásticos, que el amor es el primer
movimiento de la voluntad hacia el bien. El amor es un trabajo, es artesanía,
dedicación. No es un señor que está a tu lado y te dice: «Te amo, te adoro,
eres maravillosa». La convivencia conyugal, ese es el gran examen.
—El amor que nos alucina, que nos venden, no tiene que ver
con eso...
—El amor es entrega y magia, códigos secretos. Su meta es
hacer feliz al otro, preguntarse: «¿Qué puedo hacer por hacer feliz a mi
mujer?». El amor es sentirse feliz haciendo feliz al otro. Y esto lo saben las
madres... Uno ama como ha sido amado.
—¿Y si no te amaron bien de niño?
—Entonces te diré que hay dos tipos de aprendizaje, el
aprendizaje por imitación y el aprendizaje por contraste. Un problema de hoy es
que en el terreno afectivo se han puesto de moda las revistas del corazón. Y un
periodista español de cuyo nombre no quiero acordarme me decía: «Me interesa
mucho la vida de los famosos cuando está rota». Es muy importante tener buenos
modelos de identidad en la vida. Yo he tenido a mi padre, que era un tipazo,
psiquiatra; mi madre, que hablaba francés y alemán, y me enseñó a leer a Valera
y a Galdós. Mi hermano Luis era ejemplar... y la gran suerte de mi vida es mi
mujer. Yo no me creo aún estar casado con Isabel, y llevamos 39 años. Cuando
llega la Navidad y me dicen que compre lotería, digo: «¡Si me tocó el premio
gordo hace años, es mi mujer!». Ella es rápida, dinámica; yo, lento,
tranquilón.
—¿Las parejas que funcionan son entonces de complementarios?
Los diferentes se atraen y, muchas veces, encajan.
—Sí. Mi mujer y yo tenemos, eso sí, un fondo común: la
curiosidad por la cultura, el ser disfrutones, la fe, la familia. Mi suegro,
cuando empecé a salir con mi mujer, le dijo a uno: «Hemos tenido muy mala
suerte. Es andaluz, que allí no trabaja nadie, y es psiquiatra, que están mal
de la cabeza». Ese fue mi suegro. Luego me lo metí en el bolsillo, con trabajo.
Pasados los años, me dijo: «Tampoco eres tan malo...».
—¿El que algo quiere algo le cuesta?
—La voluntad es la joya de la corona de la conducta. Si tienes
voluntad, tus sueños se hacen realidad. La realidad forma un binomio estrella
con la motivación.
—¿De qué cosas o actitudes nos arrepentimos más en la vida?
—La enfermera australiana Bronnie Ware hizo un estudio sobre
las cinco cosas de las que más se arrepiente la gente en su lecho de muerte. La
primera era haber trabajado demasiado, y la segunda, haberle dado una
importancia decisiva a cosas que, realmente, no merecían la pena. Es importante
saber perdonarse a sí mismo. La vida es arte y oficio, y la experiencia,
sabiduría acumulada. Aprendes a base de aciertos y errores, por eso debes ser
tolerante contigo y con los demás.
—Denos tres buenos consejos para una pareja que atraviesa
dificultades.
—El que no tiene dificultades conyugales es que está soltero
o está viudo. Saber esto es importante. Y luego, lo primero es evitar
discusiones innecesarias. Segundo, no sacar la lista de reproches del pasado.
Tercero, aprender a darle a las cosas que nos pasan la importancia que tienen,
no convertir una discusión en una tragedia griega. Y cuarto, aprender a
perdonar y evitar el rencor. La diferencia entre una persona infeliz y una
feliz es que el feliz no tiene rencor, pasa página, y la persona infeliz se queda
atrapada, no sabe pasar página.
Fuente: La Voz de Galicia / España.