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12 septiembre, 2021

Josephine Baker (1906-1975), al Panteón de Paris (2)

Por Orlando Arciniegas * 

«La mujer más sensacional que

nadie haya visto».

                               Hemingway

Tras algunas giras, en 1926, vendrían las actuaciones de Baker en el Folies Bergère, el mítico teatro-cabaret de variedades, en el número 32 de la calle Richer. Este, nacido como un teatro de ópera, toma en 1872 su nombre inmortal, y queda abierto a los cambios. En 1882 el artista Édouard Manet pinta su famoso cuadro, Un bar en el Folies-Bergère. En 1886 el cabaret pasa a manos de los señores Allamand, sin experiencia en el espectáculo, pero asistidos por Édouard Marchand, un ducho director artístico. Con él al frente, el Folies tendrá un nuevo tipo de entretenimiento: la revista del music-hall. Un tipo de espectáculo que mezcla la canción popular, comedia y baile, muy similar al vodevil estadounidense y a la revista española, que tiene actos cómicos. Y que, en el caso francés, tiene como señal de identidad la presencia de mujeres cada vez más ligeras de ropa.

 

En 1918, Paul Derval comediante y productor teatral se hizo cargo de su dirección. Estaría a la cabeza por casi 50 años. Derval quiso agregar a sus revistas nuevos «delirios»: disfraces, efectos extravagantes, decorados, y lo que sería el sello distintivo de sus revistas musicales, «pequeñas mujeres desnudas». También insistió en que las estrellas que actuaban en el Folies fueran cada vez más prestigiosas, aunque fueran descocadas. En 1930, se recuerda, la incorporación que hizo Josephine de un guepardo, Chiquita, al espectáculo y al exotismo. Al director Derval se le atribuye el lanzamiento de las carreras de extraordinarias figuras del espectáculo francés como Maurice Chevalier, Mistinguett Miss Music Hall‒, Fernandell, Josephine Baker y muchos otros.

 

La revista de estreno de Josephine en el Folies Bergère se llamó Folie du jour |1926-1927 (Delirio del día). Entonces la incombustible bailarina usó un disfraz que consistía de una falda hecha con una cuerda de la que pendían plátanos artificiales y un poco más. Con lo que se acentuaba su desnudez, su sensualidad y su capacidad para desatar fantasías sexuales. Se sabe que fue Jean Cocteau, poeta, artista y escritor, quien diseñara la «falda de las bananas». El baile fue frenético y sensual. Allí introdujo el charleston. Del escándalo se pasaba a la adoración: nacía una nueva estrella y París se rendía ante el exotismo de la recién bautizada Perla Negra. Baker pasó a ser, en poco tiempo, la más celebrada de las bailarinas y la mejor pagada de toda Europa, recibiendo la admiración pública, entre otros, de figuras como Picasso, Hemingway e incluso del gran poeta estadounidense, EE Cummings, un visitante constante de París.

 

Las relaciones entre el Folies Bergère el más célebre de los cabarés y la diva Baker continuaron a lo largo de su carrera. Se recuerda que, en 1936, Derval la urgió a viajar desde Nueva York, donde estaba en gira, para dirigir la revista En Super Folies. Entonces Michel Gyarmathy, un joven húngaro, diseñó el cartel de promoción de dicha revista basado en una fotografía del Studio Harcourt. Luego, cuando Gyarmathy pasó a ser director de arte del cabaret, tras la II Guerra Mundial, esa imagen se convirtió en el póster clásico para anunciar los retornos de la Baker al Folies. Al menos así fue durante la vida de Paul Derval, su director y luego su dueño, hasta su muerte en 1966. Ya para 1970 podía hablarse de una cierta decadencia del music-hall y del desvanecimiento de sus grandes figuras.

 

En general puede decirse que Josephine brilló en el escenario, la pantalla y la grabación musical. Inaugurado su propio club en 1926, el «Chez Josephine», en tiempos de la compañía de su amante y representante, el «conde» Pepito de Abatino en verdad: Giuseppe Abatino, comenzó a grabar, un acto entonces complicado, pero que ella confió al sello alemán Odeon. Su voz resultaba más suave que las de otras cantantes gringas en París, que la rivalizaron, como por ejemplo: Valaida Snow, que era música, cantante de jazz, bailarina, animadora y la «Reina de la trompeta» ‒«la segunda mejor trompeta de jazz del mundo», según dijera Louis Armstrong. Esta maravilla estuvo en París en 1926 con las revistas de Lew Leslie; o Elizabeth Welch, igualmente cantante, actriz y animadora, que estuvo entre 1928 y 1929 en el Moulin Rouge como cantante de cabaret.

 

En 1927, la Baker hace su primer film: La Sirene des tropiques, una película muda, ambientada en las Indias Occidentales. En ese tiempo fue modelada en escultura por Alexander Calder c. 1927 y fotografiada por George Hoyningen-Huene. Inteligente, tenaz y carismática, supo ganarse el favoritismo del público de la vida alegre, desenfadada y trivial de París. Incluso de más allá, si tomamos en cuenta sus giras por Europa, y, en especial, la de Berlín en 1927, adonde, como lo había hecho en París, introdujo el charleston, desencadenando una fiebre del baile. El jazz conquistó a Alemania durante la República de Weimar (19181933), que se convirtió en símbolo de «los felices años veinte». Berlín con 3,9 millones de habitantes y su salvaje vida nocturna: con sus 40 teatros y más de 170 locales de variedades, prometía distracción y libertinaje. Los palacios de entretenimiento más grandes, como el Admiralspalast, el Haus Vaterland y el famoso Winter Garden, albergaron las estrellas más importantes de la época, entre los que se cuentan los comediantes armonistas y la diva Josephine Baker.

 

En Berlín, el compositor de musicales, Rudolf Nelson, le ofreció su propio teatro. Era el fundador y director de Nelson Revue, una importante compañía de cabaret de la década de 1930. Desde el escenario de Kurfürstendamm, como «Venus negra», conquistó la ciudad en 1926. «En ninguna otra ciudad he recibido tantas cartas de amor, tantas flores y regalos. ¡Berlín, eso es realmente genial!». Escribió la bailarina en sus memorias. Celebrada y cortejada por artistas teatrales como Max Reinhardt y Karl Vollmoeller, Josephine disfrutó del afecto y de las ofertas mostradas en Berlín, pero decidió regresar pronto a París. Llevaba consigo trajes cada vez más extravagantes que se adaptaban a su cuerpo, y que redondeaban la imagen exótica de africana con la que el espectáculo la promocionaba en Europa.

 

Antes, en la segunda mitad de los años 1920 y durante los años de 1930, Baker tuvo una distinguida actuación en el modelaje y como pin up, esto es, como modelo de pósteres o portadas de revistas y periódicos. En 1927, se lanza de lleno a la industria musical. Poco después, saldrían al mercado sus primeros discos y, en 1930, tiene un gran éxito con la grabación de J'ai deux amours Yo tengo dos amores‒, del francés Vincent Scotto. El tema fue escrito para la revista musical Paris qui remue, protagonizada por Josephine Baker, que se estrenó en el Casino de París en 1930. Por este tiempo la artista se hacía acompañar de Chiquita, la guepardo, que tomaría como mascota. Diferentes cineastas como Marc Allégret, le ofrecen papeles en sus filmes. Pero sus dos películas importantes: Princesse Tam Tam (1934) y Zouzou (1935) no alcanzaron el éxito esperado. En cambio, reúne un público más amplio cantando y bailando, inclusive el tango «Voluptuosa» del compositor español José Padilla.

 

Su regreso a Estados Unidos

 

En 1936, dentro de una ola de popularidad, vuelve a los Estados Unidos, quizá pensando en establecerse como artista en su país. Josephine regresa para actuar en The Ziegfeld Follies, una serie de elaboradas producciones de revistas teatrales en Broadway y la ciudad de Nueva York, ocurridas entre 1907 y 1931, que, al final, se convirtieron en programas de radio. Las Follies estaban inspiradas en el cabaret Folies Bergère de París y fueron creadas y dirigidas por Florenz Edward Ziegfeld Jr., un empresario estadounidense nacido en Chicago, notable por sus revistas teatrales, casado con la actriz polaca, Ana Held. El padre de Ziegfeld había sido un músico alemán de la vieja escuela, que se convirtió en presidente del Chicago Musical College.

 

Pero las presentaciones de Josephine fueron de bajo taquillaje. El país, en curiosa reacción, parecía mostrarse ajeno a su condición de estrella. Los criticismos hacia su persona se extendían hasta el hecho de que hablara a veces en francés o en un inglés con acento francés, matizado de risas desbordantes. Fue objeto, además, de hostiles reacciones racistas. Por otra parte, un sector conservador consideró escandalosos sus espectáculos. Para sus detractores aquí, allá y acullá, la Baker «bailaba como un mono»; mientras que para sus lovers, el caso de Pablo Picasso, era: «la gran Nefertiti negra del Jazz». La revista Time se refirió a ella como una «moza negra… cuyo baile y canto podría ser superado en cualquier lugar fuera de París». ¿Verdad? Poco pudo hacer entonces Josephine para contrarrestar a sus críticos, bien en el mundo del espectáculo, bien en los medios de opinión. Finalmente, abandonó la obra y regresó a París en 1937. Abatida.

 

Poco después de su regreso, contrajo matrimonio con el magnate francés del azúcar, Jean Lion. Entonces renunció a su nacionalidad y optó por la ciudadanía francesa. Sin mucha tardanza vuelve al espectáculo en grande, al Olympia… Lion, que era judío, tendría problemas durante la ocupación alemana nazi iniciada en 1940. Este mismo año, por razones que se ignoran, la pareja decidió divorciarse.

 

Baker: del divismo al espionaje

 

En junio de 1940, como se sabe, se produjo la ocupación nazi de Francia. Esta duraría desde el 22 de junio de ese año hasta diciembre de 1944. Y según el armisticio que se firmara, el norte y el oeste quedaron bajo la ocupación directa de Alemania, las siempre disputadas provincias de Alsacia y Lorena fueron anexadas, y el sur quedó bajo el gobierno francés del mariscal Henri Petain, con Vichy como ciudad capital. Josephine, como muchos, abandona París y se dirige al suroeste, a su casa, Le Château des Milandes, en el departamento de Dordoña.

 

Al comienzo de la guerra, Jacques Abtey (1906-1998) agente secreto del servicio de contraespionaje francés reclutaba nuevos funcionarios. Uno de sus colegas le recomendó a Josephine, quien consultada no vaciló en ayudar. «Francia me hizo lo que soy; los parisinos me dieron su corazón y yo estoy lista para darle a ellos mi vida». Suficiente. Ella, en cierto modo, podía considerarse una espía ideal. Como animadora que era, tenía la excusa para moverse por doquiera, sin despertar mayores sospechas. Así, pudo visitar las naciones neutrales, como Portugal y algunas otras en Sudamérica. Debía recabar información delicada para transmitirla a Inglaterra sobre tópicos como puertos, aeródromos y concentraciones de tropas alemanas en el oeste de Francia.

 

Las notas debían escribirse con tinta invisible en las partituras de Baker, como consta en «Cleopatra de la era del jazz». Otras irían con ella entre su ropa interior. La diva, derrochando simpatía, se especializó en reuniones en embajadas,  ministerios y lugares exquisitos, encantando como lo hacía en los escenarios, pero esta vez fijando la atención para espigar siempre lo debía transmitir. En 1941, ella y su séquito se establecieron en Marrakech. La razón declarada era la salud de Baker (que se recuperaba de una neumonía), pero en verdad buscaba estar cerca de las colonias francesas del norte de África. Desde su base en Marruecos, realizó giras por España. Y, en muchas ocasiones, puso notas con la información que reunía dentro de su ropa interior (su celebridad le evitaba un registro al desnudo).

 

Su amistad con el Pachá de Marrakech, le ayudó a superar un aborto espontáneo (el último de varios), que se le convirtió en una infección grave que la obligó a aceptar la histerectomía y un tratamiento urgente contra la septicemia. Tras su recuperación, comenzó a viajar para entretener a los soldados británicos, franceses y estadounidenses en el norte de África. Los franceses libres no tenían una red de entretenimiento organizada para sus tropas, por lo que Baker y su séquito se las tuvieron que apañar casi siempre por su cuenta. No permitieron en esto civiles ni cobraron entradas. Acabada la guerra, seguiría colaborando con la Cruz Roja. El cargo militar que tuvo fue de subteniente auxiliar en las Fuerzas Aéreas Francesas.

 

En 1961, Josephine Baker recibió de Francia la Medalla de la Resistencia y la Cruz de Guerra de los militares franceses. En aquel momento Baker cantó: «Tengo dos amores, mi país y París», el gran éxito que creara Vincent Scotto autor de cuatro mil canciones, sesenta operetas y la música de más de doscientas películas. También fue recordada por su épica frase de la guerra. «Estoy estoy dispuesta a dar mi vida por Francia». Unos años después, el general Charles de Gaulle la nombró Caballero de la Legión de Honor. Y ahora, tal como ha sido anunciado por el presidente francés, Emmanuel Macron, Francia habrá de colocar sus restos, que yacen en Mónaco, en el Panteón de los grandes de la historia de Francia, «por sus muchos compromisos y luchas».

 

Los nuevos tiempos de paz

 

Sigamos con su vida. En 1947, Josephine volvió a casarse, esta vez con el director de orquesta Jo Bouillon. Regresó a sus actividades y trabajó por años en el circuito de cabarets de París. Después fue a Cuba, antes de regresar de nuevo a EE.UU., donde apoyó los movimientos de lucha de los afroamericanos. Luego hizo una gira mundial de despedida y dejó el mundo del espectáculo en 1956. Pasó a dedicarse de lleno a sus hijos adoptivos, a quienes llamó La Tribu del Arco Iris. Pero hubo de regresar varias veces al escenario por sus dificultades económicas y en apoyo al movimiento de los derechos civiles. Fueron cuatro conciertos en el Carnegie Hall para la noble causa civil. El 28 agosto de 1963 dio un discurso en las ofrendas preliminares de la Marcha sobre Washington, a la que acompañó, y que encabezara el activista y ministro bautista, Martin Luther King. Entonces, desde los escalones del Lincoln Memorial, en Washington, DC, pronunció su histórico discurso «I have a dream», que pidió parar el racismo.

 

En 1957, anunció su separación de Bouillon, de quien se divorciaría en 1961. Con él había compartido varios años de trabajo artístico y la adopción de gran parte de la docena de niños que Baker quiso reunir para proteger, y demostrar que, por encima de las diferencias étnicas y culturales, podía haber una humanidad única, capaz de vivir en paz y armonía. De entre esos niños, saldría quizá su mejor biógrafo, Jean-Claude Baker.

En junio de 1964, Josephine Baker hizo un llamado para salvar su propiedad en Dordoña, pero sus deudas eran gigantes. Un gasto desorbitado y sin control había arruinado a la Diva. En su auxilio salieron Brigitte Bardot y, principalmente, la princesa Grace de Mónaco, gran amiga de la cantante, quien le ofreció una casa en Roquebrune-Cap Martin para que pasara el resto de su vida, y la invitó a Mónaco para que asistiera a espectáculos en funciones de caridad.

En 1975, celebró sus 50 años de trayectoria artística desde su llegada a París para actuar en la Revue Nègre en el Teatro Bobino de París. Fue un gran espectáculo. Donde fueron sus amigos, entre los que se contaban reconocidas figuras del espectáculo como Sophia Loren, Mick Jagger, Shirley Bassey, Diana Ross y Liza Minnelli. Esa noche la diva Josephine Baker, bailarina, cantante y animadora, se lució ganándose las mejores consideraciones. A los pocos días ocurriría su fallecimiento.

Ese día fatal sería el 10 de abril de 1975, y ocurrió mientras permanecía en su departamento. La causa fue un derrame cerebral. Aún viva fue llevada al parisino hospital de Pitié Salpêtrière en coma profundo, donde murió el 12 de abril. Tenía la edad de 68 años. Su funeral contó entonces con todos los honores militares, siendo enterrada en el cementerio de Mónaco.

Culminaba así, la asombrosa historia de Josephine Baker, la primera superestrella negra, que fue la primera en muchas cosas. Pero que antes, mucho antes, había nacido pobre en Missouri. Sin padre, prácticamente, debiendo sobrevivir en la calle valiéndose de su arte, bailar. Josephine, la que siendo muy joven, se decidió a bailar en Francia, para ser al poco tiempo aclamada como la Reina nocturna de París, y admitida luego como una de sus grandes artistas. Y a la que la nación francesa ha decidido agradecer con dignidad los servicios que, con valentía prestara a su segunda patria, en la difícil circunstancia de la ocupación nazi durante la Segunda Guerra Mundial. ¡A Josephine, gloria eterna!  

*Doctor en historia, profesor (J) de la Universidad de Carabobo.