Por
Enrique Ochoa Antich
Por invitación generosa del MAS, asistí a una
conversación/encuentro de eso que por comodidad puede llamarse la
oposición participacionista. El propósito era debatir una hoja de
ruta que nos fuera común a todos los que nos identificamos con la
vía democrática para conseguir un cambio político en paz y soberanía.
Teniendo la ventaja... o desventaja, de ver hoy los procesos desde lejos del
activismo partidista, más como una sugerencia que como una propuesta formal, me
atreví a exponer allí (casi pensando en voz alta) el esquema que sigue:
1. La primera estación de esa hoja de ruta debe ser la conformación orgánica de una referencia. De centro democrático, en que puedan confluir la centro-derecha y la centro-izquierda democráticas. Gustavo Márquez y quien suscribe propusimos hace meses basarnos para ello en los Estatutos del Frente Amplio uruguayo que es mucho más que una alianza electoral, es un partido, pero es a la vez un movimiento de movimientos. En vez de un archipiélago de 7 islitas de 1 % o menos c/u, preferible es ser una sola de 7 %, que no es poca cosa, dada la deplorable situación de la oposición en su conjunto. Mayor fuerza centrípeta se tendría.
2. Producir un recambio generacional de las
principales vocerías de la oposición democrática. No descalifico para nada
el aporte que puede ofrecer la experiencia de quienes tenemos más de 60, pero
no creo que estemos en capacidad de representar a un país predominantemente
joven. No se trata de ponernos al margen, pero sí en segunda fila.
3. Ocuparnos ya del sufrimiento de las mayorías
nacionales, sin esperar a llegar a la "tierra prometida" del cambio
político. Es decir, con Maduro en la presidencia. Ofrecer nuestro
concurso. Apoyar lo que sea apoyable, sin pruritos moralistas ni radicalismos
infecundos. Formular nuestras críticas en tono positivo. Ser una
oposición de Estado, no una subalterna oposición oposicionista. Demasiada
gente padece la dañina confluencia de una mala política económica y de las
sanciones gringas como para pedirles esperar.
4. Convocar a la unidad nacional de todos para
enfrentar la crisis. Proponer (incluso con Maduro en la presidencia) fórmulas
para la conformación de un gobierno de emergencia. Redactar
un programa mínimo común y promover con empeño las cinco,
seis, siete propuestas programáticas más urgentes.
5. Negociar con el gobierno la conformación
plural, volviendo a la Constitución, de los Poderes Públicos. No sólo del
CNE, del TSJ y del Poder Ciudadano también.
6. Convocar a todos los demócratas a una unidad
electoral amplia, sin vetos. Para lo que debe redactarse un
texto/compromiso con los conceptos básicos de la ruta democrática, a saber:
voto, siempre; diálogo, siempre; Constitución; protesta, sólo pacífica; defensa
innegociable de la soberanía: rechazo explícito a cualquier tutelaje
extranjero, a las sanciones económicas y financieras unilaterales contra
Venezuela y a la propuesta de una intervención militar extranjera. Dentro
de esos parámetros, la unidad debe ser con todos.
7. Promover la selección de los candidatos
unitarios en los estados prioritarios con mayor opción mediante la combinación
inteligente de la participación determinante de cada uno de ellos y de los
partidos nacionales y de métodos diversos como el consenso, las encuestas y las
primarias. Cada región tiene su nombre, como decía la propaganda aquélla.
8. Ver con mucha prudencia la propuesta de intentar
convocar a un revocatorio en 2002. Está visto, por la experiencia reciente,
que la transición política democrática pacífica exitosa que necesitamos
no tendrá lugar desafiando a quien hoy ejerce el poder sino con su concurso:
no tanto contra él, sino con él. Y no veo que
un revocatorio pueda ser integrado a esta estrategia. Además, sabemos que con
un juez de parroquia en Caicara del Orinoco ese revocatorio puede ser detenido
con las consecuencias trágicas que en la moral del pueblo puede tener esa nueva
derrota... de cara a 2024. Ya se puso una primera piedra en ese camino, al
convocar (como ocurrirá) las elecciones municipales para el año del
revocatorio: 2022.
9. Escoger de una vez un horizonte preciso
para la lucha que recién se inicia: ese horizonrte real, tangible,
constitucional, son las elecciones presidenciales de 2024. Y de aquí a
entonces negociar los términos en los que una derrota del
chavismo-madurismo y un cambio político pacífico en paz y soberanía,
pueda darse sin traumas. Claro, eventualmente pueden producirse
circunstancias que provoquen un cambio con anticipación a esa fecha. El diálogo
y la negociación de todos los sectores nacionales (no sólo gobierno y oposición
sino todos los sectores nacionales) puede arrojar por ejemplo la posibilidad
de pactar una reforma de la Constitución que conduzca a unas elecciones
generales de relegitimación de todos los Poderes Públicos, pero todo eso es
un imponderable, y las estrategias no se construyen con base en
imponderables. La próxima disputa por el poder que de acuerdo a la
Constitución tenemos pautada son las presidenciales de 2024. Cometidos
los descomunales errores a los que el extremismo nos arrastró de 2016 a 2020, y
que pagamos todos, no queda sino amarrarse los pantalones y emprender esa larga
travesía. Los errores se pagan en la vida ...y en política más.
10. Acordar desde ahora que en enero de
2024 será escogido mediante primarias, consenso y/o encuestas una candidato
presidencial unitario de la oposición democrática.
Los desafíos de la Venezuela de hoy son de tal
magnitud que no admiten que cada feudo, ¿qué digo cada feudo?, cada conuco político-partidista
destruya o comprometa la posibilidad de construir la gran unidad nacional que
se reclama para salir todos juntos, con el esfuerzo de unos y de otros, del
pantano de odios, intolerancias y destrucción en que nos encontramos sumidos.
Nuestros hijos, y los hijos de nuestros hijos, merecen que así sea.