Tomado de Yahoo Vida y Estilo.
En pleno apagón de marzo de 2019, de
gira por Ecuador, la flautista venezolana María Gabriela Rodríguez anunció su
renuncia a El Sistema. Decidió sobre todo que quería seguir viviendo.
Por Jacqueline Goldberg/ Imágenes:
Álbum familiar María Gabriela Rodríguez
El 8 de marzo de 2019 la primera
mujer solista en la historia de la fila de flautas de la Orquesta Sinfónica de
Venezuela, lanzó un video a un mar de pixelados sargazos. A dos mil metros de
altura, en Loja, Ecuador, estaba por comenzar una gira que la llevaría a siete
ciudades. Era, literalmente, una gira por su vida.
Desde el día anterior, Facebook era,
en Venezuela, una negrura. En medio de apagones, casi nadie podía reproducir un
video. Balanceándose sobre un acantilado de lágrimas, rabia e
indignación, María Gabriela Rodríguez hizo pública su renuncia
al Sistema Nacional de Orquestas y
Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela, con el que había trabajado
durante dos décadas.
En la grabación dejó saber que su
tratamiento de brega final contra el cáncer de seno sudaba en
la nevera de un desolado apartamento en Caracas. Eran tres dosis de Herceptin
(de nombre genérico Trastuzumab), valoradas en 2.600 dólares cada una que, de
perderse, echarían por la borda ocho ciclos de quimioterapia, veinte de
radioterapia, otras tres vacunas de inmunoterapia y año y medio de sobresaltos.
La renuncia era cónsona con sus
críticas a El Sistema, que en 2012 la llevaron a discutir con el
propio José Antonio Abreu, creador de la institución, quien le
advirtió que los trapos sucios se lavan en casa, que era mujer, que tuviese
cuidado, que El Sistema era más grande que ella.
Otra decisión: migrar
En el video cuenta que en esos
instantes de penurias en Venezuela, la Orquesta Juvenil Sinfónica Simón Bolívar
iba rumbo a Roma. A María Gabriela le indignaba que la orquesta tocase
ante un Papa que no daba muestra alguna de solidaridad con los venezolanos.
Reflexionaba sobre las instituciones a las que pertenecía: “Ninguna se había
manifestado por mi enfermedad”. Se preguntaba para qué seguir en El
Sistema.
Mientras esas cavilaciones agriaban
el ánimo de María Gabriela, su pareja, que vivía en Palo Verde —urbanización
del este de Caracas, donde no hubo luz durante una semana—, atravesó lo
indecible para llegar al apartamento en el centro de la ciudad y rescatar los
medicamentos, que luego pasaron de casa en casa hasta que la flautista regresó
al país y pudo encargarse de la oscuridad, la refrigeración que salvaría su
vida.
Su vida, desde ese mirador
ecuatoriano, estaba ya signada por otra decisión: emigrar.
La pianista Gabriela Montero y la
flautista María Gabriela Rodríguez.
“No puedo seguir viviendo así, aún no
estoy preparada para morirme”, se dijo. “El cáncer no me mató. No lo hará el
socialismo”.
Vender la casa
Entre todos los trabajos que hacía su
sueldo apenas era de 16 dólares, y sus gastos médicos cuadruplicaban esa suma.
Debió vender su casa para partir.
El 6 de marzo de 2018, María Gabriela
iba camino a una clínica en Caracas, donde le practicaron una mastectomía de su
seno izquierdo. Justo un año después, volaba a Cuenca para continuar la
recolección de fondos que había iniciado en la plataforma Gofundme. En 18
meses, gracias a 332 personas, recogió 20 mil euros, 31 mil menos de los que
cuesta el tratamiento completo que habrá de frenar una posible metástasis.
Entre los donantes ha estado
especialmente cerca la pianista venezolana Gabriela Montero,
residente en Alemania.
“Quiero ayudarte”
No eran amigas, coincidieron muy
jóvenes en un concierto, las hermanaban sus reproches a El Sistema. Las reunió
la enfermedad, la empatía, la solidaridad.
Apenas se enteró de la situación de
su colega, la pianista le escribió: “Dime qué necesitas, estoy al tanto de tu
problema, quiero ayudarte”.
En adelante, en cada concierto en el
que habló de la crisis de Venezuela, Montero mencionó a María Gabriela. Lo hizo
también el 8 de diciembre de 2018 al recibir el IV Premio Internacional
Beethoven para los Derechos Humanos, la Paz, la Libertad, la Reducción de la
Pobreza y la Inclusión, que le otorgó la Academia Beethoven de Bonn.
Parte del galardón lo destinó al
tratamiento de la flautista.
La ansiada donación
Tan estremecedoras fueron las
palabras de Montero en el escenario, que el director artístico de la Academia Beethoven, Torsten
Schreiber, se dirigió a Wolfgang Holzgreve, director médico y presidente de
la Junta del Hospital Universitario de Bonn (UKB), para solicitarle el
tratamiento.
Semanas después, un mensaje anunciaba
que el UKB donaría las once vacunas aún pendientes. María Gabriela viajó a
Alemania para recibirlas y brindar, junto a Montero, un concierto de
agradecimiento a la Academia Beethoven y al hospital.
El 23 de mayo de 2019, tocaron
juntas. El valor de las entradas, así como el salario de todos los músicos de
ese concierto, se convirtió en ayuda humanitaria para Venezuela.
Rumbo a México
El tratamiento con Trastuzumab había
estado suspendido durante cuatro años en Venezuela. Volvió a las farmacias del
Seguro Social justo cuando María Gabriela lo necesitó a comienzos del 2018,
pero pendían dudas sobre su continuidad. Ante semejante temor —y el de un
“extravío” al ingresar a Maiquetía—, las vacunas donadas fueron enviadas a la
embajada germana en Ciudad de México, donde la flautista tenía planificado
llegar con su familia el 21 de julio.
María Gabriela está a salvo de la
incertidumbre que la impulsó a emigrar, pero no de las señales de su
cuerpo. Recientes exámenes revelaron 80% de probabilidad de que el
cáncer vuelva a reproducirse.
“Es solo una cifra. Ya ha pasado lo
peor”, se repite ante el dato.
“¿Por qué a mí?”
Su relación con Dios no pasa por la
mejor etapa. Cree en la gente, en el amor que ha recibido. Está llena de
preguntas. Algunas se las hizo una sola vez: “Por qué yo, por qué a mí”.
—Qué injusto el cáncer en este
momento, cuando lo que quería era echar pa’lante en mi país. Estaba cumpliendo
apenas un año con la persona con la que quiero pasar el resto de mi vida. Ella
se ha dedicado en cuerpo y alma a mi proceso, sin ella no hubiese podido salir
adelante.
María Gabriela Rodríguez pensó en
suicidarse cuando la diagnosticaron con distonía.
María Gabriela se había sobrepuesto
antes a la distonía, trastorno que se apropió de los dedos anular y meñique de
su mano izquierda con dolorosas e involuntarias contracciones. Y venció. Tenía
veintidós años, preparaba su concierto de grado, que incluía obras técnicamente
muy complejas que debió reemplazar. Su mano no reaccionaba.
Aquel momento de oscuridad
Creía que era estrés. Cada día fue
disminuyendo su capacidad de controlar la mano, hasta que no pudo tocar más. Su
médico reveló que era irreversible. Confiesa que pensó en el suicidio.
Se dijo que si no podía ser flautista, si no podía ser músico, para qué quería
estar en este mundo.
“Había vivido para tocar flauta, no
sabía ni podía hacer nada más. Fue un momento de oscuridad, tenía mucho miedo”.
La devolvieron a su ruta el fisiatra
Luis Parada y, sobre todo, su amiga Laura López, oboísta que le proporcionó el
mecanismo ortopédico gracias al cual continúa con la flauta hasta hoy.
La distonía tampoco pudo con
ella.
Otros caminos
Logró una carrera como pocas. Su
currículo se llenó de tantos hitos que aún un resumen ocuparía largos párrafos:
fue primera flauta de las orquestas sinfónicas Juvenil de Caracas y Gran
Mariscal de Ayacucho, y ganó en 2010 un Grammy Latino por su
participación en la colección de discos Tesoros de la Música Venezolana del
cantautor Ilan Chester.
“Me preparé para ser una flautista de
alta competencia, pero la vida me impuso otros caminos, mi cuerpo propuso otras
metas”.
El cáncer la acercó a una red de
solidaridad y tras cada quimioterapia en Caracas hacía labor social junto a su
pareja, visitando enfermos, donando medicinas.
“Lucho con la nostalgia”
Hoy, en México, encara la vida desde
su cuerpo en recuperación, su alma en busca de ciudadanía y sosiego, su talento
intentando nuevos refugios laborales.
Gabriela Montero no deja de darle
afectuosos espaldarazos. El 29 de agosto de 2019 escribía en su Facebook:
“Quiero compartir estas noticias de mi queridísima María Gabriela Rodríguez.
Una músico y ser humano excepcional. Está recién mudada a México DF y si
alguien la pudiese contratar, sería maravilloso. María Gabriela tiene mis más
altas recomendaciones”.
—Lucho a diario contra la nostalgia
—comenta María Gabriela—. Si estoy lejos es para terminar mi tratamiento bajo
condiciones más seguras y amables. Muchos días amanezco con el corazón arrugado
de ver cómo está mi Venezuela, pero sé que, como yo, también sanará.