La
historiadora se ha dedicado a estudiar al chavismo que, explica, comenzó
su declive en 2007. Cree que la proclamación de Juan Guaidó como
presidente interino de Venezuela y el despertar de las fuerzas contra Nicolás
Maduro son obra de los líderes de la oposición y no de otros países. No
descarta una intervención militar en Venezuela, pues la Casa Blanca de hoy es
impredecible
Margarita
López Maya conoció personalmente a Hugo Chávez a principios de 1996. No le
faltaron más de tres horas para comprender la megalomanía del sujeto: “Me dijo
a mí, que soy historiadora, que en Venezuela no había pasado nada importante
desde 1830 hasta el 4 de febrero de 1992, y aunque aparentó ser un tipo buena
gente, me pareció muy mal formado”. Un grupo perteneciente al Movimiento
Bolivariano Revolucionario 200 la había trasladado desde su estudio en Los
Chaguaramos, a un apartamento en La Trinidad, donde se encontraba el entonces
candidato a la Presidencia de la República. “Me pareció piratísimo, de una
piratería horrorosa. Su discurso no podría calar a menos que nosotros
estuviéramos en un nivel muy bajo, pero caló”. Era 25 de marzo de 1996,
faltaban poco más de dos años para las elecciones presidenciales que le darían
el triunfo a un candidato outsider para la política nacional.
López Maya no
militaba en ningún partido. Sus trabajos como investigadora la habían llevado a
vincularse a esos grupos emergentes frente a la profunda crisis que se vivía el
país. “Mi interés particular era conocer cuáles eran los actores que estaban
emergiendo. Yo entendí que la sociedad se estaba moviendo para hallar por dónde
iba a ser el cambio y se encontró con Hugo Chávez”. Los encuentros con el
fallecido mandatario no fueron recurrentes, aunque se mantuvo muy cerca de las
cúpulas de poder y hoy conoce sus flancos. En 1996 no veía en Chávez ni
siquiera carisma. “Él estaba en un sitio y yo estaba en otro. De donde yo
estaba eso no se veía, ese nivel de deterioro, de resentimiento para llegar a
decir que en Venezuela no había pasado nada desde 1830, siendo él de Sabaneta,
yo venía de Caracas y no podía ver la dimensión del malestar y rencor que había
allí”.
–¿De dónde
vino la vocación por la historia, de familia?
–En
bachillerato yo estudié Humanidades, yo vengo de una familia con una muy fuerte
vocación humanista: un abuelo lingüista, mi mamá fue profesora, a mí toda la
vida me encantó la literatura. Yo no nací en Venezuela, nací en los Estados
Unidos, en Nueva York. Mi papá es venezolano, mi mamá es norteamericana, yo
llegué al país a los seis años. Yo hubiera podido estudiar letras, arte,
antropología, pero me pareció que la historia me daba una formación más
estable, porque vivir de la inspiración de uno es… muy inestable
emocionalmente. La metodología de las ciencias sociales permite tener capacidad
de sistematizar el conocimiento y no dependes mucho de las emociones.
–Si llegó a
Venezuela a los seis años y nació en 1951, eso significa que llegó con la
democracia en 1958.
–Llegué
después del 23 de enero. Mi papá no era político, él estaba en Nueva York
porque se había casado con mi mamá que era norteamericana y decidió regresar a
Venezuela por nostalgia. En Nueva York había muchos exiliados, movimientos y
eso, mi papá los conocía y en algún momento posiblemente los ayudó. Cuando cae
Marcos Pérez Jiménez le dicen que por qué no se regresa con su familia, él
aprovechó eso y se vino con mi mamá, llegamos en mayo. Mi mamá ya había estado
en Venezuela y no le había gustado, entonces él tuvo que convencerla para que
regresara y ella terminó quedándose aquí, murió el año pasado. El venezolano en
esa época no era muy afecto al exilio, a la emigración.
–¿Qué
recuerda de esa Venezuela recién salida de la dictadura?
–Recuerdo que
se hablaba mucho de política. Un tío mío recibió a los cubanos en 1959, cuando
llegaron a Caracas de visita. También recuerdo que comenzando las clases
teníamos que devolvernos porque siempre había atentados contra Betancourt. Mi
mamá como era norteamericana no tenía ese feeling de “Ay, no,
no pueden ir a la escuela”, sino que me llevaba. Recuerdo también imágenes en
la televisión cuando la guerrilla interrumpía, ya en los años sesenta, los
discursos de Betancourt. Sí, recuerdo todas esas cosas.
–A pesar de
ello, usted se ha dedicado más al trabajo de campo e incluso a la historia
reciente.
–Sí, ese no
es mi mundo. Lo que pasa es que en Venezuela la formación de pregrado te moldea
mucho y más la Escuela de Historia de la Universidad Central de Venezuela (UCV)
que te daba técnicas y metodologías, pero muy poca teoría. Yo, como te digo,
tenía una fuerte vocación humanista y conseguí trabajo en el área
sociohistórica del Centro de Estudios del Desarrollo (Cendes), la que fundó
Germán Carrera Damas. Luego me movieron al área sociopolítica. Yo comencé
incluso antes de graduarme como asistente de los investigadores. Entonces, me
fui formando y hoy incluso tengo una formación politológica quizás más
importante que la sociológica. Así fui haciendo mi carrera y, como dice Manuel
Caballero, uno trata de comprender y se mete en esas áreas, porque para
comprender el proceso sociohistórico y sociopolítico de Venezuela, hay que
tener teoría: procesos de legitimidad, caudillismo, populismo y hasta marxismo.
–La UCV era
un bastión de la izquierda y más la Facultad de Humanidades con el
estructuralismo y todos los aportes del materialismo histórico, ¿cómo influyó
eso?
–Esa es una
verdad relativa, porque cuando yo entro a la universidad estaba la vieja
Escuela de Historia, con unos profesores que no podríamos decir que eran de izquierda
realmente, aunque también era difícil definirlos ideológicamente.
Efectivamente, el pensamiento predominante allí era el de Carrera Damas, el
materialismo histórico y eso. Pero sí, yo interrumpí mi carrera unos años y
cuando regresé fue durante el proceso de renovación. Había una corriente muy
fuerte del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) con este profesor
marxista, Agustín Blanco Muñoz, que nos daba Marta Harnecker. Debo confesar que
a mí siempre me costó mucho el marxismo, lo veía como una teoría difícil,
claro, ahora soy un lince, pero digamos que siempre me costaba esa
interpretación tan rígida, tan llena de categorías. Después, en el Cendes lo
estudié a fondo, también porque varios intelectuales de América Latina nos
vinieron a visitar: Fernando Henrique Cardoso, Aníbal Quijano, Ernesto Laclau,
su esposa Chantal Mouffe… era un sitio privilegiado porque por allí pasó una
gran parte de la intelectualidad latinoamericana
–¿Aún
considera que tiene alma de izquierda?
–Creo que soy
una persona de izquierda, lo que pasa es que la izquierda se ha distorsionado
tanto…
–¿Cómo lidia
con eso en un país donde el socialismo ha causado tantos estragos?
–Yo soy una
absoluta crítica del chavismo, no desde ahora sino desde hace muchos años. Yo
entré a apoyar el proceso de cambio a finales del siglo XX porque ya era una
investigadora, ya había trabajado con todo lo que fue la reforma del Estado, la
búsqueda del cambio a la descentralización, los principios de participación, de
mejorar la democracia venezolana, porque la crisis de los años ochenta y
noventa fue una crisis muy severa. Cuando ocurre el Caracazo, justamente, yo
estaba trabajando a las organizaciones emergentes, como La Causa R y el
Movimiento Bolivariano Revolucionario 200. En el Cendes sacamos un libro que se
revisa mucho en las bibliotecas de Estados Unidos: De Puntofijo al
pacto social, que es un diagnóstico del sistema político venezolano.
Entonces, mi
interés particular era conocer cuáles eran los actores que estaban emergiendo,
pero no es que yo estaba con ellos, sólo que yo entendí que la sociedad se
estaba moviendo para hallar por dónde iba a ser el cambio y se encontró con
Hugo Chávez. En ese tiempo, di una ponencia sobre el Movimiento Bolivariano
Revolucionario 200 en la Universidad Simón Bolívar y uno de los directores me
dijo que eso no tenía futuro, que se iba a acabar, que para qué estaba
estudiando eso. Así era la ceguera que tenía la gente, al punto de que cuando
salí, los empleados de la universidad me estaban esperando para felicitarme.
–¿Y cuál fue
su reacción con lo ocurrido el 4 de febrero de 1992?
–Yo no estaba
en Venezuela en 1992. Yo estaba haciendo mi tesis doctoral en los Estados
Unidos. Llegué a Washington como el 31 de enero, no conocía a nadie y me metí
en el apartamentico que había conseguido y justamente estaba en frente del
centro de posgrado donde yo me había afiliado, la School of Advanced
International Studies. Al llegar me invitan a un evento sobre Venezuela, cruzo
la calle, llego y le preguntan a una profesora: “¿Usted cree que va a haber un
golpe de Estado en Venezuela?”, ella responde: “No, si en Venezuela hay una
democracia súper estable”. Eso fue como el 3 de febrero, y el 4 yo pongo la
radio y lo primero que oigo es que hubo un golpe en Venezuela, imagínate.
Resulta que en ese instituto donde yo me inscribí, el director del área de
estudios latinoamericanos, Riordan Roett, era el principal asesor de Carlos Andrés
Pérez y había estado con él en Davos, Suiza, antes de regresar.
–Su defensa
de la democracia participativa la llevó a que la vincularan con el chavismo.
Fue oradora de orden durante la sesión en la Asamblea Nacional tras los
resultados del revocatorio de 2004…
–Yo estaba en
una reunión y me manda a llamar la secretaria de Francisco Ameliach (entonces
presidente de la Asamblea Nacional), me dice que fui designada como oradora de
orden en el acto de reconocimiento de la continuación del mandato de Hugo Chávez.
¿Por qué no iba a aceptar? Eran tantos años de una carrera académica para eso.
Así que me encerré aquí, porque me dieron como 48 horas para hacer el discurso
de cadena nacional. Recuerdo que la gente me saludaba desde los autobuses y
todo. Allí vi por segunda vez a Chávez, yo estaba al lado de su mamá y de Tarek
William Saab. Llegó con un cuaderno para hacer apuntes, pero al parecer nunca
anotó nada.
Fíjate que
cuando yo di ese discurso, el único que lo entendió perfectamente fue Teodoro
Petkoff, que hizo la editorial de TalCual al día siguiente con
esas palabras que no eran chavistas. Yo sólo dije que el pueblo habló y él ganó
el referendo, e hice una descripción de cómo llegamos hasta allá, de la
posición aberrante de la oposición, y no sólo me refería a los partidos
políticos, sino al golpe de Estado, a la brutalidad por parte de Fedecámaras.
También dije que venían retos, acabar con la polarización y llamar a la
reconciliación. Chávez entendió todo lo contrario, pensó “ahora yo soy el que
ganó, voy al socialismo del siglo XXI”. Una tragedia porque nadie se lo pidió,
sólo le dieron la legitimidad para que desarrollara la Constitución y él
decidió que no, que desarrollaba lo que le daba la gana.
–También fue
candidata a diputada por el partido Patria Para Todos en 2010. ¿Qué la movió a
apoyar una de las toldas de un gobierno que ya se mostraba con pretensión
totalitaria?
–Yo fui
candidata independiente. Eso fue en 2010, yo siempre tuve mucho activismo por
la despolarización. Nosotros, como académicos, teníamos un grupo con el que nos
reuníamos, incluso antes del golpe del 2002, porque estábamos muy preocupados
por la situación del país; estaba José Virtuoso, por ejemplo. Claro, hoy no me
van a encontrar en una posición de esas de equilibrio. En ese momento, al ser
investigadora de partidos de izquierda, tuve relación con Aristóbulo Istúriz,
Bernardo Álvarez, Alí Rodríguez, Jorge y Delcy Rodríguez, sobre todo los que
fueron del PPT, y cuando Chávez amenazó al partido, diciendo que se volverían
polvo cósmico, los que quedaron empezaron a llamar a intelectuales de
izquierda.
Me llamaron a
mí, me dijeron que el chavismo los había expulsado de las parlamentarias, que
los había insultado en un Aló Presidente porque querían
debatir las candidaturas. Allí empezaron a llenar las planchas con
independientes, con gente intelectual, reconocida. Me dijeron que si estaba
dispuesta y yo, que estaba buscando una vía alterna a la polarización, dije: lo
hago siempre y cuando ustedes llamen a otra gente, no voy a salir sola. Les
dije que llamaran a Luis Fuenmayor Toro, Orlando Chirinos, al sindicalismo
alternativo, a esa gente que a pesar de ser independiente, podían empujar
votos. Entonces nos metimos a apoyar al Patria Para Todos para que no se
muriera, a mí me lanzaron en este circuito donde vivo y donde nunca habían
tenido un voto y saqué como 2000. Estaba todo muy polarizado.
–¿Fue allí,
con esa exclusión y decisiones monolíticas, cuando se dio cuenta de que el
chavismo había fracasado como proceso?
–Los que nos
incorporamos a las planchas del PPT es la gente que era crítica en ese momento.
Yo empecé mi crítica mucho antes, muchísimo antes, fíjate que ni siquiera voté
en 2006, cuando Chávez arrasó. Yo estaba sumamente preocupada, porque cuando él
comenzó esa campaña para ir al socialismo del siglo XXI, yo dije esto no es la
democracia participativa, esto es otra cosa y fui muy crítica en esa campaña,
no voté. Me llamó El Nacional y me entrevistó, eso salió poco
después de que ganó Chávez. Esa entrevista la hizo Alonso Moleiro y cuando
salió publicada, el domingo siguiente, Chávez en Aló Presidente me
regañó en público.
–En 2015
usted dijo en una entrevista que si las elecciones parlamentarias le daban al
menos una mayoría simple a la oposición, comenzaría un proceso de transición
política. ¿Ocurrió?
–Es
complicado. La transición es el proceso que se produce cuando viene un cambio
hegemónico. Aquí todavía no hay un cambio hegemónico, habrá uno cuando Maduro
baje de esa silla y pasemos a otra cosa. Aquí lo que ha habido es una evolución
del chavismo hacia un autoritarismo de rasgo totalitario al estilo cubano, pero
no ha habido transición política, de ningún tipo.
–¿Ese
resultado fue un punto de inflexión para el denominado ocaso del chavismo?
–Yo pienso
que el declive de Chávez comenzó en el 2007, porque en el momento en el que
Chávez plantea el proyecto de reforma, él trata de llevarlo a que se legitime
democráticamente pero no lo logra. Entonces él tuvo que irse por el autoritarismo.
La gente lo seguía apoyando porque tenía plata y él era Chávez, pero la
legitimidad por las urnas, la democrática, ya no la tenía. Es un ocaso largo,
pero ya es una agonía porque ya no es el proyecto de la democracia, ya es otra
cosa que no tiene nada que ver. Cuando él se muere hay menos legitimidad,
porque a él lo seguían porque lo querían, entonces, ¿cuál es la legitimidad de
Maduro? No es carismática. La legitimidad de Maduro es represión y dinero, más
nada. La teoría weberiana te lo dice, es una legitimidad tradicional de
carácter patrimonial y sultanesca. Él es como un sultán pues, es caprichoso,
arbitrario, no obedece leyes.
–¿Cómo ve la
proclamación de Juan Guaidó como presidente interino?
–La sociedad
venezolana no ha dejado de resistirse a esa evolución. Juan Guaidó es una nueva
estrategia en esta coyuntura. Veníamos buscando un liderazgo desde hace tiempo
y él apareció de la nada, cuando ya íbamos a tirar la toalla. Tú lees las
reseñas que hay antes de la juramentación de Guaidó y son lapidarias. Él es la
pieza del rompecabezas que faltaba, porque la comunidad internacional estaba
allí, las sanciones estaban puestas, la crisis empeora, pero faltaba el
liderazgo, la calle y los militares… ahora tenemos el liderazgo, la calle y
faltan los militares. Es lo que nos falta para salir de eso.
–¿Qué
significan las acciones de los Estados Unidos? ¿Sólo disuasión o es real?
–Lo primero
es que esto no es la Guerra Fría. La iniciativa que toma Guaidó por supuesto
que la conversó con los Estados Unidos, sino no la hubiese tomado, pero no es
de allá, es de la oposición venezolana, yo diría que es de Leopoldo López.
Entonces lo que hay en este momento es una coordinación con el gobierno de los
Estados Unidos, la Unión Europea y los gobiernos latinoamericanos. Ellos
lograron coordinar una cosa que estaba muy distante y uno de sus artífices fue
Julio Borges. Él mismo me dijo que él hablaba todos los días con Leopoldo.
Entonces esto es una estrategia venezolana que compró los Estados Unidos. Hasta
ahora su apoyo ha sido institucional, el Grupo de Lima también, gracias al
cambio del contexto latinoamericano a favor de la oposición, pero ellos no
están recibiendo guión de los Estados Unidos, las vías son institucionales e
interamericanas, las sanciones son legales. Pero tienes una baraja loca que
tiene su costo: Donald Trump. Conozco a gente del Departamento de Estado y
todas las instancias están alineadas con esa estrategia, cuando Trump diga
invadan, van a invadir, así como también puede dedicarse a Afganistán y dejar
todo así.
–Hay una
popular frase que dice “Pueblo no tumba gobierno”. Está de acuerdo con esa
premisa?
–No, para
nada. Ese es el resorte principal para salir, para tener un cambio político.
Ese es el pueblo que le demuestra a la comunidad internacional que Nicolás
Maduro se tiene que ir. Los ciclos de protestas tienen su saldo: cambios de la
estructura, simbolismos, organización y esta vez sí ha habido un saldo
positivo. Para tener democracia la gente se tiene que movilizar, es la pieza
indispensable.
–Las oleadas
de protestas han sido 2014, 2017, 2019… ¿a la tercera va la vencida?
–Yo creo que
ya esta es nuestra quinta.