Cuando, durante la Guerra de Sucesión, una flota
angloholandesa tomó la plaza de Gibraltar en nombre del archiduque Carlos, los
ingleses izaron su bandera y se apropiaron de la ciudad
Germán Segura
Durante los años siguientes, Felipe V hizo numerosos intentos
de recuperar la plaza, tanto por vías diplomáticas como militares. Pero el
sitio de 1727 terminó en fracaso, al igual que el que emprendió Carlos III
entre los años 1779 y 1782.
Carlos II de España, el hechizado, último monarca de
la Casa de Habsburgo, moriría sin descendencia. Este hecho desencadenó una
lucha entre las mayores potencias europeas por el trono español que se
convirtió en lo que se conoce como la guerra de Sucesión. La principal
consecuencia fue la instauración de la dinastía borbónica en España, con el rey
Felipe V.
Una roca disputada
El peñón de Gibraltar posee una amplia red de galerías y
túneles. Los más antiguos fueron excavados entre 1779 y 1783 por los ingleses
para defenderse de los españoles.
Desde el inicio de la guerra de Sucesión, los aliados sabían
que, para que el conflicto se desarrollara según sus intereses, sería crucial
conseguir una base naval en el Mediterráneo. Gibraltar cumplía todos los
requisitos. La localidad andaluza, gobernada por el sargento mayor Diego
de Salinas, tenía una guarnición de apenas unos cien soldados mal equipados, a
los que se podían unir, en caso de peligro, otros quinientos hombres, entre
paisanos y milicias. Parecía que la suerte estaba echada.
El 28 de julio convocó en su barco un consejo de guerra para
decidir dónde podría actuar la todavía potente fuerza expedicionaria. Desechado
un ataque sobre Cádiz, donde
los aliados habían fracasado en 1702, éstos pusieron el punto de mira en
Gibraltar, una plaza codiciada por los ingleses a causa de su posición estratégica
y su condición de llave del Mediterráneo.
La conquista de Gibraltar por una flota angloholandesa, en
1704, se produjo tras intensos y desiguales combates entre unos cientos de
defensores faltos de artillería y la poderosa escuadra aliada. El asalto a a
plaza tuvo lugar el día 3 de agosto, tras un durísimo bombardeo desde el
mar.
La conquista de 1704, realizada casi por accidente, terminó
siendo una de las consecuencias más duraderas de la guerra de
Sucesión.
Por la paz de utrecht (1713), Felipe V cedió
a Gran
Bretaña "la plena y entera propiedad de la ciudad y castillos de
Gibraltar [...], para que la tenga y goce con entero derecho y para
siempre". España se
reservaba una primera opción de "recompra".
A pesar de que hoy forma parte del Reino Unido, Gibraltar ha vivido
gran parte de su historia bajo dominio árabe. Tras la presencia romana y
visigoda, los musulmanes estuvieron presentes en el peñón casi
ininterrumpidamente desde el siglo VIII hasta el siglo XV. Esta fortificación
de la Edad Media es uno de los vestigios de la época de dominación
musulmana.
La ocupación de Gibraltar por los ingleses en 1704
A finales de mayo de 1704, una flota inglesa y holandesa se
presentó ante Barcelona. El comandante de la armada, el
almirante Rooke, esperaba ocupar la ciudad para convertirla en base de
operaciones contra Felipe
V, el rey Borbón que al suceder a Carlos
II en el trono de España, en 1700, había provocado una conflagración
europea: la guerra de Sucesión española. En ella, Austria, Inglaterra y
los Países Bajos se aliaron para combatir el poder de los Borbones de
Francia y España. Pero la esperada sublevación en la capital catalana no se
produjo; el sitio sobre la ciudad resultó un fracaso y las tropas aliadas
hubieron de reembarcar. Tras avanzar hasta Niza para hacer ostentación de su
fuerza, los navíos emprendieron el camino de vuelta hacia su base de partida,
Lisboa, donde se había instalado el candidato de los rivales de los Borbones,
el archiduque austríaco Carlos.
Las esperanzas puestas en Cataluña se
habían frustrado, pero la armada aliada se resistía a volver con las manos
vacías. El 28 de julio, frente a la costa de Tetuán, el almirante Rooke convocó
en su barco un consejo de guerra para decidir dónde podría actuar la todavía
potente fuerza expedicionaria. Desechado un ataque sobre Cádiz, donde
los aliados habían fracasado en 1702, éstos pusieron el punto de mira
en Gibraltar, una plaza codiciada por los ingleses a causa de su posición
estratégica y su condición de llave del Mediterráneo.
La localidad andaluza, gobernada por el sargento mayor Diego
de Salinas, tenía una guarnición de apenas unos cien soldados mal equipados, a
los que se podían unir, en caso de peligro, otros quinientos hombres, entre
paisanos y milicias. Había muy pocos artilleros, del todo necesarios para
resistir un asedio, y el centenar de cañones de la plaza tampoco estaba en las
mejores condiciones.
Salinas había expuesto ante el capitán general de Andalucía,
marqués de Villadarias, el estado de indefensión en que se hallaba
Gibraltar en caso de un asalto aliado. Sin embargo, las principales fuerzas
francoespañolas se hallaban entonces en la frontera de Portugal y
las pocas tropas de que podía disponer Villadarias apenas aseguraban la defensa
de Cádiz. Lo único que pudo hacer Salinas fue pedir al capitán general que
transmitiera a Felipe V "la decisión de la ciudad de sacrificarse
en su servicio".
Como anotó un testigo presencial, el cura Romero, aquel fue
un "fatal mes para Gibraltar; sitio por mar y tierra… el primero de
agosto, entró la escuadra inglesa…". En efecto, el primero de
agosto de 1704, la flota aliada echaba anclas en la bahía de Gibraltar y
desembarcaba cerca de dos mil hombres en el istmo que separa esta población del
resto del continente. Una pequeña partida de caballería salió de la plaza para
oponer alguna resistencia al desembarco, pero fue fácilmente rechazada por el
fuego de los marines ingleses.
Gibraltar bajo fuego enemigo
Antes de iniciar el ataque, el general austríaco Jorge de
Hesse-Darmstadt transmitió a las autoridades de Gibraltar una carta del
archiduque Carlos en la que se instaba a la ciudad a unirse a la causa
austríaca. La respuesta no se hizo esperar: los gibraltareños
declararon su resolución de sacrificar vidas y haciendas en defensa de Felipe V.
"El sábado 2, echaron bombas a medianoche; no es decible
los llantos y gritos, angustia y tristezas [que produjeron]"
Un ultimátum de Darmstadt recibió igual contestación, por lo
que la escuadra aliada decidió pasar a la acción la noche del 2 de
agosto. Mientras un comando aliado penetraba en el muelle viejo para
incendiar un barco francés que había en su interior, una parte de la flota
trataba de situarse en línea para bombardear la ciudad, cosa que no se pudo
ejecutar con la eficacia deseada debido al fuerte viento. Sin embargo, Romero
apuntó en su diario: "El sábado 2, echaron bombas a medianoche; no es
decible los llantos y gritos, angustia y tristezas [que produjeron]".
Las condiciones mejoraron a la mañana siguiente y los buques
aliados desencadenaron un furioso bombardeo que no pudo ser contrarrestado por
las baterías españolas. El humo provocado por el fuego artillero era tan
intenso que desde los barcos no se podían ver los objetivos y se dio la orden
de disparar con menor cadencia de tiro. Los aliados reconocieron haber
arrojado sobre la ciudad 14.000 proyectiles en menos de seis horas. En
cuanto al ataque terrestre, Darmstadt lanzó sus tropas contra los fuertes de la
puerta norte, mientras una partida de catalanes al servicio del archiduque
desembarcaba en la playa oriental de Gibraltar, en la que hoy se conoce como la
bahía de los Catalanes, y trataba de coronar las alturas para sorprender a los
defensores.
Recompuestos después de la voladura del fuerte español, los
aliados se hicieron fuertes en el muelle nuevo y quedaron en disposición de
avanzar
En este punto, los aliados observaron que las baterías del
muelle nuevo parecían inactivas y dirigieron sus botes de desembarco
hacia el castillo que protegía Gibraltar por el sur. Los marines ingleses
empezaron a escalar las murallas de la fortificación cuando los defensores
hicieron saltar una mina que tenían preparada; entre sus ruinas perecieron
medio centenar de ingleses y otros cincuenta resultaron gravemente heridos.
Parte de los marines trataron de retomar los botes que no habían sido dañados
tras la explosión, pero Rooke, testigo de la escena, envió una nueva
oleada de desembarco que aumentó la fuerza a 1.500 hombres. Recompuestos
después de la voladura del fuerte español, los aliados se hicieron fuertes en
el muelle nuevo y quedaron en disposición de avanzar hacia la ciudad en
cualquier momento y sin mayor obstáculo.
Durante el bombardeo, las mujeres y los niños,
conducidos por algunos religiosos, habían huido de la ciudad para refugiarse en
el santuario de Nuestra Señora de Europa, en la punta sur de Gibraltar. Sin
embargo, al verificarse el desembarco aliado en el muelle nuevo, trataron de
retornar a la ciudad para evitar verse cercados. La artillería aliada disparó
sobre esta multitud que volvía hacia la ciudad y aunque el daño no fue mucho
bastó para que los defensores, que veían instalados a sus enemigos en el muelle
nuevo y a muchas mujeres aún fuera de la plaza, decidieran parlamentar
antes que sufrir el asalto definitivo, y el más que previsible e inevitable
saqueo.
La ciudad se rinde a los ingleses
Reunido el cabildo de Gibraltar el 4 de agosto, se
resolvió entregar la ciudad para no malograr las honrosas
capitulaciones que el príncipe de Darmstadt había concedido, entre ellas, la
salida de la guarnición con honores de guerra y la concesión, previo juramento
al archiduque Carlos, de los mismos privilegios de que gozaban en tiempos de
Carlos II. Los ingleses se comprometieron igualmente a escoltar sanas y salvas
a las personas que habían quedado retenidas en el santuario.
Al día siguiente, la mayoría de los gibraltareños
tomaba la triste resolución de abandonar su amada ciudad, asegurando a
Felipe V que no consentirían otro soberano y que únicamente "por las
fuerzas tan superiores que han combatido [Gibraltar] y por la fatalidad de no
haber tenido [una gran] guarnición para su defensa, no han podido resistir
semejante invasión". De los cerca de cinco mil habitantes con que contaba
la población, tan sólo permanecieron en ella algo más de 60 personas, que
juraron al archiduque como rey de España con el nombre de Carlos III.
El día anterior, al tomar posesión de Gibraltar, el
príncipe de Darmstadt había izado el estandarte real del archiduque Carlos de
Austria, pretendiente al trono español, sobre las murallas de la ciudad.
Sin embargo, como escribió un historiador contemporáneo,
"resistiéronlo los ingleses; plantaron el suyo, y aclamaron a la
reina Ana, en cuyo nombre se confirmó la posesión y se quedó presidio
inglés". Gibraltar no habría de pertenecer al archiduque, ni aun cuando
éste lograra vencer a Felipe V y convertirse, de este modo, en rey de
España; los ingleses habían decidido reservarse la posesión de tan
estratégica plaza, que se convertiría desde entonces en una base de
operaciones inglesa desde donde su potente armada podría controlar el acceso al
Mediterráneo, objetivo largo tiempo ansiado por Inglaterra.
Gibraltar se convertiría desde entonces en una base de
operaciones inglesa desde donde podría controlar el acceso al Mediterráneo
Ese mismo año de 1704, y siguiendo órdenes de Felipe V, el
marqués de Villadarias intentó recuperar Gibraltar; pero los aliados eran
los dueños del mar y la guerra en su conjunto estaba tomando un cariz negativo
para los borbónicos. Al final, el conflicto acabó inclinándose de parte de
Felipe V, pero para ello el monarca tuvo que hacer importantes concesiones a
sus enemigos, entre ellas la misma plaza de Gibraltar, que quedó
reconocida como posesión británica en la paz de Utrecht, firmada en 1713.
Durante los años siguientes, Felipe V hizo numerosos intentos de recuperar la
plaza, tanto por vías diplomáticas como militares. Pero el sitio de 1727
terminó en fracaso, al igual que el que emprendió Carlos III entre los años
1779 y 1782. Así, la conquista de 1704, realizada casi por accidente, terminó
siendo una de las consecuencias más duraderas de la guerra de Sucesión.
Fuente:National Geografhic