A Tepito van miles de
personas a pedir protección, trabajo, salud y amor. En barrios como ése, donde
conviven la pobreza, el trabajo y la violencia arrasa Andrés Manuel López
Obrador, el candidato del partido Morena que lidera todos los sondeos.
Habría que llamarlo República Independiente de Tepito.
Comparado a este barrio popular de la ciudad de México, cualquier otro
laberinto del planeta es una alegoría agotada. Tepito es infinito y peligroso.
Los puestos callejeros donde se vende todo lo inimaginable se despliegan en una
renovada enredadera de callejuelas bajo la suspicaz vigilancia del crimen
organizado y su principal brazo activo, La Unión de Tepito. Nació a finales de
los 90 bajo el juramento de “proteger a la gente” de esta zona a la que todos
conocen como “el Barrio Bravo” de la capital. Cobran la seguridad de cada centímetro
cuadrado y son los amos del narcomenudeo. Protegen a los vendedores y a los
mismos compradores a cambio de una cuota mensual. Su territorio resguardado
está señalado con un sello bien visible en los comercios. Una suerte de “aquí
no se roba”. Su presunto fundador y líder, Francisco Javier Hernández, alias
“Pancho Cayagua”, fue asesinado hace más de un año en la capital mexicana. Hace
unos meses apareció muerto Jorge N, alias el Rey Pirata. Don Jorge N era el
patrón de la distribución de zapatos y zapatillas sin marca en los mercados de
Tepito. Corrió la suerte de quienes denuncian a La Unión de Tepito por
extorsión, se niegan a pagar la “cuota protectora” o roban dos veces donde no
se puede.
Tepito es un mito, una realidad barrial que también vota y la
morada del altar de la Santa Muerte. La gran señora regula la fe de los que no
tienen nada, de quienes no creen en la iglesia de los ricos o de quienes acuden
a pedir su protección antes de sumergirse en las sombras. “Doña Queta” es el
alma terrestre del lugar. La mujer de más de 70 años habla con la autoridad de
una ministra en funciones. No busca que entiendan lo que significa la fe en la
Santa Muerte. Sólo explica con tono sagaz que esa Muerte no está por encima de
todo. “Para nosotros, primero Dios, luego la virgencita de Guadalupe, San
Juditas Tadeo y mi Niña Blanca”, dice con una mirada de ojos intensos que no
llegan a ocultar el dolor que la cambió su vida cuando, a mediados de 2016, le
asesinaron a su marido, Raymundo Romero. “Doña Queta” hizo historia porque fue
la primera mujer mexicana que reivindicó el culto a la Santa Muerte cuando
levantó un modesto altar en la misma puerta de su casa. Hoy vienen miles de
personas a pedir protección, trabajo, salud, amor y “paz para México, porque si
México no está en paz tampoco nosotros tenemos seguridad”, dice Herminia, una
devota de la Santa Muerte que vino hasta Tepito desde muy lejos. Su
acompañante, don Ricardo, se arrodilla en silencio ante la figura de la Santa y
se queda un rato compenetrado con esa imagen de la muerte que espantaría a toda
persona que no perteneciera a esta delicada y polifónica cultura mexicana. Don
Ricardo se levanta respetuosamente y dice, con voz muy baja: “también le he
pedido por AMLO, para que cumpla su destino y mejore así el mero
nuestro”.
AMLO: Andrés Manuel López Obrador, el candidato del
camaleónico movimiento Morena, también arrasa en estos barrios de pobreza,
trabajo y violencia. Tepito, la Doctores, la Colonia Buenos Aires son el México
real y no ese absurdo e inexistente “México escandinavo” que la propaganda
política contra López Obrador vende con un mensaje absurdo que circula en las
redes sociales: “Disfrutando de las últimas semanas del MÉXICO escandinavo
antes de la venezuelización”. No existe ningún México escandinavo. Hay un
México híper adinerado cuya burguesía goza de una impunidad aterradora y este
país mayoritario de violencia, corrupción, trabajo y explotación. Tepito es un
ventanal a esa sociedad de excluidos, arrinconada entre el crimen organizado,
la complicidad policial y la pobreza. No se requieren de cifras oficiales para
entenderla, ni para sentirla hasta la emoción en cada poro de la piel. El
México de la Santa Muerte, de Judas Tadeo (santo de las causas perdidas), de
Malverde (Patrono de los ladrones) o de Rodolfo Guzmán, alias El Santo, el
personaje de la lucha libre más célebre de la historia, es el país donde vive
Hernán. El hombre de una juventud optimista trabaja en uno de los restaurantes
de lujo del opulento barrio de Polanco. Sonríe como si acabara de ganarse la
lotería, pero su vida es extrema. “Soy un luchador sin máscara”, dice con
resignación. Su lucha está, al desnudo, en el cuadrilátero social. Entre 14 y
15 horas de trabajo seis días por semana y un trayecto de su casa al trabajo
que le consume cinco horas de transporte diarios entre ida y vuelta. 20 horas
en total y “un poquito de tiempo para dormir”. México es un Tepito extendido,
donde se sobrevive a golpes y peligro y sacrificio y dignidad. Lo que está en
juego es mucho, tan hondo como el río de muertos que ha ido dejando una campaña
electoral durante la cual las encuestas anticipan una abultada ventaja de
Andrés Manuel López Obrador ante sus dos adversarios, José Antonio Meade (Todos
por México, coalición donde manda el PRI) y Ricardo Anaya (Por México al
Frente, colación liderada por el PAN). En los últimos 9 meses fueron asesinados
122 candidatos o aspirantes, alcaldes o ex alcaldes. 2017 fue también el año
más violento de la historia contemporánea: el porcentaje llegó a 20 homicidios
por cada 100 mil habitantes. Sólo en el mes de mayo se contabilizaron 2.890
homicidios, lo que da unos 92 por día. Hubo 12 periodistas asesinados en 2017,
4 desde que comenzó 2018.
“Alguien tendrá que arreglar esto. Los otros, el PRI o el PAN
(ambos partidos de gobierno) no pudieron. Le tocará al peje (sobrenombre de
López Obrador) ocuparse de una vez”, dice Hernán. Nadie, sin embargo, ha
hablado de este tema durante la campaña con propuestas serias sobre la mesa.
Tantos muertos y violencia volaron en silencio sobre las plataformas de los
candidatos. México se muere y no aguanta más. Ese es, en definitiva, el imán de
Manuel López Obrador: no es de izquierda, como dicen los optimistas, más bien
un centro derecha que apeló al nacionalismo revolucionario y, ante tanta
soledad, injusticias y desesperanza, se volvió como un acto de fe. Como decía
Doña Queta en las puertas del Altar de la Santa Muerte: “si tienes fe,
entiendes, sino no vale la pena explicar mucho”. AMLO es, en definitiva, la fe
en que podría haber algo más detrás de este misterio envuelto de impunidad que
es la expansión continua de la injusticia, la violencia y la muerte. Un acto de
fe que tomó cuerpo después de que los dos partidos, el PRI y luego el PAN -en
el 2000 encarnó una decepcionante transición-desencantaran a inmensos sectores
de la sociedad. AMLO no se impuso como una opción política consciente sino como
una evidencia de que habría que probar otra cosa para México deje de ser un
cementerio infinito. Tomado de Pagina 12 / Argentina.