A mis compañeros de armas
Caracas, 23 de junio de 2018.
Estimados
compañeros:
Todos ustedes deben
conocer los ataques, saturados de mentiras, que el Vicealmirante Carratú me ha
dirigido, tanto en forma escrita como verbal, en todos los escenarios donde ha
tenido la oportunidad de narrar los hechos ocurridos el 4 de febrero de 1992,
atribuyéndome fallas y negligencias en mis funciones como ministro de la
Defensa. Es también conocido por ustedes que, hace muchos años, le respondí con
la discreción que correspondía aclarando los hechos y evitando una absurda diatriba que no
beneficiaba, ante la opinión pública, a las Fuerzas Armadas Nacionales. Sin
embargo, en virtud de la necesidad de aclarar esta engorrosa situación, he
decidido pronunciarme ante ustedes para tratar si no de poner fin, de una vez
por todas, a la inquina, cargada de un egocentrismo patológico del Almirante
Carratú en contra de mi persona; por lo menos ofrecerles mi versión de las
verdaderas razones que tiene este oficial, para tratar de descalificarme, lo
cual, afortunadamente, no ha logrado. El
último episodio de esta larga cadena de injurias, aparentemente tiene su origen
en una comunicación que, también supuestamente, envié a mi amigo el Dr.
Asdrúbal Aguiar. Digo “supuestamente” porque no recuerdo haberla enviado, ni
tampoco la he encontrado en mis archivos.
La única
explicación que encuentro en el encono
contra mi persona que manifiesta el
mencionado almirante, son los hechos ocurridos en mi ejercicio como ministro de
la Defensa, cuando, en vista de las graves acusaciones de corrupción que se
ventilaban públicamente relacionadas con la ejecución de los contratos del Plan
Global para dotación y equipamiento de las Fuerzas Armadas, ordené al
Vicealmirante Elías Daniels, Inspector General de las Fuerzas Armadas, realizar
una investigación exhaustiva sobre el estado de cada uno de esos contratos. Al
finalizar dicha investigación, el Inspector General me expuso los resultados y
su recomendación de ordenar la apertura de una averiguación sumarial en algunos
casos. Entre esos contratos figuraba el relacionado con el caso Turpial,
orientado a la adquisición de equipos e instalaciones de la Armada, asignado a
la empresa IECA representada por el Sr. Pedro Lovera. La averiguación sumarial
fue abierta por órdenes expresas del presidente Carlos Andrés Pérez. La
instrucción del expediente fue realizada por un juez militar. Ese juez, después
de un minucioso estudio de los hechos, decretó cuatro autos de detención en
contra de las personas a cargo de la ejecución y supervisión de los compromisos
contractuales. Uno de los afectados fue el vicealmirante Iván Carratú Molina.
No conozco las causas por las cuales fue acusado el mencionado almirante, ya
que la investigación de los hechos la realizaron, con total autonomía, los tribunales militares.
Con respecto a lo
ocurrido el 4 de febrero de 1992, escribí el libro “Así se rindió Hugo Chávez”,
publicado, en el año 2007, por El Nacional. Ese libro contiene una
investigación muy bien sustentada sobre ese acontecimiento histórico, ampliada
con diferentes hechos que ocurrieron en tan difícil situación política y
militar. Al final de dicha investigación expreso: “He reconocido que durante mi
actuación cometí errores. Los he confesado con absoluta sinceridad en estas
páginas. También tuve muchos aciertos. Creo que el balance de mi actuación fue
positivo. Mi mayor orgullo ha sido siempre haber evitado un doloroso
derramamiento de sangre durante los sucesos del 4 de Febrero. Ese día sólo hubo
35 muertos entre soldados, estudiantes y policías. Muertes muy dolorosas. Eran
todos jóvenes venezolanos que merecían vivir. La responsabilidad de esos
asesinatos fue de los jefes de la sublevación militar, en particular del
teniente coronel Hugo Chávez. Esa es la verdad. Manuel Caballero sostiene que
la historia no es tribunal de nadie, que sólo narra los hechos. No estoy de
acuerdo con ese criterio. Creo que la historia al contar, en el tiempo, un
acontecimiento, valora con sentido crítico la actuación de los hombres. Espero
sin temor el juicio de la historia. Tengo mi conciencia tranquila”.
Lo cierto es que a raíz
del resultado de la averiguación sumarial, comenzó esta cadena de ataques del almirante
Carratú, valiéndose del poco o nulo conocimiento de los asuntos militares que
tiene nuestra sociedad, para erigirse en adalid del rescate de la democracia.
Debo aclarar que me causó gran extrañeza, que en una página virtual que el
general Juan Ferrer Barazarte ha puesto a circular para su promoción como
candidato a vocal de la junta del IORFAN, fuera publicado el último ataque de
Carratú. No cabe duda que quienes lo publicaron tuvieron la aviesa intención de
dañar mi reputación y someterme al escarnio público. Por eso, alerto a todos
mis compañeros de armas para que no se presten inconscientemente a servir de
multiplicadores a quienes pretenden injustificadamente dañar el buen nombre de
quienes consideran sus enemigos. No pretendo evadir responsabilidades. De
hecho, las he asumido públicamente en forma verbal y escrita. Pero no puedo
permanecer impasible ante tantas calumnias. La mitomanía que se ha
apoderado de la personalidad del Almirante Carratú, a quien leemos y oímos
permanentemente magnificando su actuación el 4 de febrero de 1992, como si él
hubiese sido el único en defender la vida del presidente Pérez y la integridad
del palacio presidencial, durante el asalto perpetrado por los insurrectos en
la madrugada de ese día. Dice poco de su interés por la verdad.
Varios oficiales han
rechazado esta absurda posición, entre ellos el general, entonces Coronel,
Rafael Hung Díaz, lamentablemente fallecido, quien se desempeñaba como sub-jefe
de la Casa Militar, cuya valentía y arrojo repeliendo el artero ataque golpista
junto al general, entonces Teniente Coronel Rommel Fuenmayor y un pequeño grupo
de soldados y escoltas civiles,
impidieron la toma del Palacio Presidencial. Solo quisiera agregar que fui yo,
no Carratú, quien hizo despertar al
presidente Pérez por una de sus hijas y le sugerí trasladarse inmediatamente a
Miraflores y que luego se dirigiera a los venezolanos, como lo hizo desde
Venevisión. En nuestra conversación acordamos que él se dirigiría a Miraflores
y yo al Ministerio de la Defensa. Mientras tanto, el Almirante Carratú
permanecía en su residencia y después de arribar al Palacio, en lugar de
activar el Plan de Defensa Inmediata, tardó más de media hora en tomar las
acciones necesarias, lo que permitió el ingreso de 9 tanques en poder de
los insurrectos a la vialidad interna de
la sede presidencial. Es decir, su incapacidad militar fue lo que en
verdad puso en grave riesgo la seguridad
de Carlos Andrés Pérez. En todo caso, en mi libro narro todas las ocurrencias
de ese aciago día. Tengo copia virtual, la cual pongo a la orden a quien lo
quiera leer.
Por último debo agregar
que lamento mucho encontrarme en esta enojosa situación, pero no me ha quedado
otra alternativa sino salirle al paso a ese egocentrismo exacerbado que a lo
único que contribuye es a confundir a la opinión pública. La mentira tiene que
ser enfrentada con la verdad en beneficio del honor militar. La mitomanía
enfermiza de Carratú lo lleva hasta el extremo de afirmar que yo me encontraba comprometido en dicha
asonada. Si esta afirmación tuviese un
ápice de verdad, difícilmente Carlos Andrés
Pérez me hubiese permitido continuar ejerciendo, en momentos tan
delicados para la seguridad de su gobierno, mis funciones de ministro de la
Defensa, ni posteriormente, al pasar al retiro, me hubiese honrado nombrándome
canciller de la República. Por último, le sugeriría al almirante Carratú que emplee toda esa energía que
utiliza para maltratar y ofender en limpiar su nombre y aclarar a la opinión
pública las razones por las cuales se vio envuelto en el bochornoso caso
Turpial.
Cordialmente, Fernando
Ochoa Antich. (fochoaantich@gmail.com).