Por JASON B. ROSENTHAL *
/ Tomado de New York Times
Pues yo soy ese tipo.
Hace poco más de un año, mi esposa, Amy Krouse Rosenthal,
publicó un ensayo de Modern Love titulado: “Te
recomiendo casarte con mi esposo”. Amy, a sus 51 años, se estaba muriendo
por cáncer de ovario y redactó ese ensayo como un perfil para que yo buscara
citas. La verdad es que fue una carta de amor para mí.
Fueron las últimas palabras publicadas por Amy. Ella falleció diez
días después.
Amy no podría haber anticipado que ese ensayo me daría la
oportunidad de que yo también formara parte de esta columna, en el contexto del
Día del Padre, y así poder contar lo que ha sucedido desde el año pasado. Claro
que no pretendo tener el extraordinario don que Amy tenía con las
palabras, pero algo es algo.
Durante toda nuestra vida juntos, Amy fue una escritora
prolífica; publicó libros para niños, memorias y artículos. Cuando supo que sus
días estaban contados, quiso terminar un último proyecto. En ese entonces
teníamos cuidado médico en casa, una manera gentil de lidiar con el fin de una
vida y que te permite cuidar a tu ser querido en un ambiente familiar, lejos de
los hospitales con máquinas ruidosas y frecuentes interrupciones.
Yo estaba en la mesa del comedor, con vista hacia la sala de
estar, donde Amy había construido su oficina. Entre siestas trabajaba ahí, en
el sillón.
Esos momentos de paz eran inducidos por la morfina que
necesitaba para paliar los síntomas. Un tumor había creado un bloqueo completo
del intestino, por lo que no podía comer nada sólido. Se sentaba frente al
teclado y empezaba a escribir, luego dormía un rato y al despertar volvía a
empezar.
Cuando Amy terminó ese ensayo me lo dio para que lo leyera,
como había hecho con todos sus textos. Pero esta vez fue distinto. En su libro
de memorias había escrito sobre nuestros hijos y sobre mí, pero nunca de este
modo. ¿Cómo es que logró combinar esos sentimientos de profunda tristeza con un
humor irónico y una honestidad total?
Cuando las personas piden que me describa siempre empiezo con
la palabra ‘papá’, pero pasé buena parte de mi vida adulta siendo “el esposo de
Amy”.
Para cuando salió publicado el ensayo, Amy estaba demasiado
enferma para poder celebrarlo. Conforme crecían las reacciones alrededor del
mundo, yo me sentí contrariado de que no pudiera apreciar el impacto tan
profundo que tuvieron sus palabras. El alcance de ese artículo, de todas las
obras de Amy, era mucho más profundo y enriquecedor de lo que me había dado
cuenta.
Me llegaron cartas de todo el mundo. Incluían notas de
admiración, consejos médicos, compasión y ofertas de mujeres que querían conocerme.
Yo estaba consumido por el pesar de los últimos días de Amy como para dedicarme
a responder. Era muy extraño que en ese momento yo fuera el centro de atención,
aunque la efusión global me hizo apreciar lo significativo que era su trabajo.
Cuando las personas piden que me describa siempre empiezo con
la palabra “papá”, pero pasé buena parte de mi vida adulta siendo “el esposo de
Amy”. La gente la conocía a ella y a su obra, mientras que yo era relativamente
anónimo. No tenía presencia alguna en redes sociales y con mi profesión,
abogado, no precisamente se obtiene mucha atención pública.
Después de que Amy murió me enfrenté a incontables decisiones
en mi nuevo papel de padre soltero. Como en cualquier matrimonio o unión entre
personas con hijos, teníamos una división de labores. Ya no. Muchos pensaban
que Amy era desorganizada porque tenía listas y listas: notas por doquier,
pedazos de papel y hasta mensajes que escribía en el dorso de su mano. Pero era
una de las personas más organizadas que he conocido.
Existen temas de la vida diaria que ahora enfrento, pero a
los que antes no les ponía mucha atención. ¿Cómo es que Amy lograba hacerlo
todo tan habilidosamente? Puedo hacer muchas cosas yo solo, pero si dos
personas se apoyan pueden lograr mucho más en los retos de la vida diaria.
Lo que sí he logrado entender es la magnitud del regalo que
me dio Amy al enfatizar que yo aún tenía una larga vida por delante que podía
estar llena de júbilo, felicidad y amor.
Muchas mujeres se tomaron al pie de la letra la recomendación
de Amy y me enviaron todo tipo de mensajes: muy frontales, chistosos, sabios,
conmovedores, sinceros. En una carta escrita a mano de seis páginas una mujer
enalteció su conocimiento sobre automóviles en un aparente intento de
conquistarme: “Sé cómo revisar el radiador del coche en caso de que necesite un
poco de agua antes de que explote el motor”.
Aunque no sé mucho sobre programas de telerrealidad, me llegó
una carta adorable de una niña: “Me gustaría meter una solicitud para mi mamá,
como los amigos y familiares pueden hacer para quienes participan en The
Bachelor“.
Y admiro el sentimiento y el estilo de la mujer que escribió:
“Tengo una imagen visual de mujeres esperanzadas haciendo fila afuera del Green
Mill Jazz Club los jueves. Madres solteras, divorciadas elegantes, tías
solteronas, amas de casa aburridas, hijas, señoras de edad avanzada… todas
ansiosas por ver si la zapatilla les quedará a ellas y ellas solas, si el
príncipe del cuento es el indicado. Que ellas son las indicadas para él”.
En ese momento no tenía cómo lidiar con estos mensajes, pero
desde entonces he encontrado consuelo y hasta risas en muchos de ellos. Lo que
sí he logrado entender es la magnitud del regalo que me dio Amy al enfatizar
que yo aún tenía una larga vida por delante que podía estar llena de júbilo,
felicidad y amor. Su decreto de que llenara mi vacío con una nueva historia me
ha dado el permiso de realmente aprovechar el tiempo que me queda en este
planeta.
Si puedo transmitir un mensaje sobre lo que aprendí gracias a
su regalo, sería este: habla con tu pareja, tus hijos y otros seres queridos
sobre qué quieres para ellos cuando fallezcas. Si haces eso les das la libertad
de vivir una vida plena a la que, con el tiempo, le conseguirán sentido. Habrá
mucho dolor y a diario pensarán en ti. Pero seguirán y construirán un nuevo
futuro a sabiendas de que les diste el permiso e incluso el ánimo de hacerlo.
Quisiera tener más tiempo con Amy. Quiero tener más tiempo
para ir de pícnic y escuchar música en el parque Millennium. Quiero tener más
cenas del sabbat con los cinco Rosies, como nos apodamos entre
nosotros, los Rosenthal.
Incluso me encantaría esperar en lo que Amy se tarda todo el
tiempo que quiera para despedirse de todos en las reuniones familiares, como
siempre hacía, incluso cuando ya habíamos estado ahí durante horas, teníamos
ante nosotros un largo camino a casa y muy probablemente nos veríamos de nuevo
en unos días.
Quisiera haber tenido más de todo eso, tal y como Amy también
lo deseó, pero nada de eso pasó. En cambio, como ella describió, seguimos el
plan de ser, que consiste en estar presentes en nuestras vidas
porque se nos acaba el tiempo juntos. Así que hicimos lo posible para vivir el
momento hasta que todo se terminó.
La peor ironía de mi vida es que cuando perdí a mi mejor
amiga, a mi esposa durante veintiséis años y a la madre de mis tres hijos, fue
que pude realmente apreciar todos y cada uno de mis días. Sé que suena a un
cliché, y lo es, pero también es verdad.
Amy aún me abre puertas, influye en mis decisiones y me
enfrenta con el mundo para que lo sepa aprovechar. Hace poco di una conferencia
TED sobre el fin de una vida y mi proceso de duelo que espero que
ayude a otras personas. Nunca me imaginé que iba a hacer algo así, pero
agradezco la oportunidad de conectarme con personas en una situación similar. Y
claro que esto solo lo escribo gracias a ella.
Ahora estoy consciente, de una manera que quisiera no haber
tenido que aprender, de que la pérdida es la pérdida, ya sea un divorcio,
perder un trabajo o a una mascota o enfrentar la muerte de algún familiar.
En ese aspecto no soy distinto a los demás. Pero mi esposa me
dio un regalo cuando, al final de su columna, dejó un espacio en blanco, uno
que ahora quisiera ofrecerte a ti. Un espacio que tú puedes llenar. La libertad
y el permiso para que escribas tu propia historia.
Aquí va. ¿Qué vas a hacer con este nuevo comienzo?
Atentamente,
Jason
*Jason B. Rosenthal vive en Chicago y es el coautor de “Dear
Boy”, un libro de próxima publicación que escribió con su hija Paris.