Carmen Duerto. @cduerto
/ Tomado de La Razón.es
Esta semana, en Sotogrande, ese microcosmos del
descanso mundial ubicado en la provincia de Cádiz lindando con Gibraltar, se
comentaba, irónicamente, que el casi medio centenar de caballos especializados
en jugar al polo del financiero venezolano Víctor Vargas vivían mejor que
muchos paisanos suyos. Y es que los del suegro de Luis Alfonso de Borbón son
unos animales mimados que viajan en avión de carga privado y están muy bien
cuidados, no solo porque cada ejemplar cuesta un dineral, sino también porque
hace unos años algunos caballos del equipo de polo del millonario de 65 años
aparecieron misteriosamente muertos.
Para evitar
costosos sobresaltos lo mejor es tenerlos bajo vigilancia privada y contar con
el personal especializado en nutrición, atención veterinaria y mantenimiento.
En esta ocasión, y dado como está la situación política en su país, el miedo es
que te saquen una pancarta reivindicativa en mitad de un evento social. Con lo
bochornoso que eso sería y que muchos venezolanos temen... Bien es verdad que
la población que habita en Sotogrande no tiene mucho perfil reivindicativo.
Todo lo más que hacen es evitar. Una precaución que también parece tomar Víctor
Vargas, ya que no se prodiga demasiado en sociedad.
Mejor jugador
Así se evita
situaciones sonrojantes, como la que vivió el marido director de orquesta de la
actriz María Valverde en un concierto en Santiago de Compostela. Al artista
venezolano Gustavo Dudamel le desplegaron un mensaje desde el patio de butacas
–«Venezuela se muere de hambre, chavista»– un grupo de compatriotas
desesperados y contrarios al régimen de Maduro. Algo similar le ocurrió al
líder de Podemos, Pablo Iglesias. De ahí que el suegro de Luis Alfonso de
Borbón no frecuente la vida social de Sotogrande excepto para jugar al polo y
recoger sus trofeos deportivos. Este año le han premiado como el mejor jugador
de la final que jugó y ganó su equipo, el «Lechuza Caracas Team». También
corrió como la pólvora el rumor de que del nombre había desaparecido Caracas
por eso de tomar distancias con la situación. No es cierto, se siguen llamando
así sus equipos de polo. Igual que el casosoplón de estilo tailandés en Palm
Beach, que ahora ya casi no pisa porque reside en Santo Domingo, que es donde
se casó su hija Maria Margarita con Luis Alfonso, ascendiendo a su familia nada
menos que a aspirantes al hipotético trono de Francia. La mansión de Palm Beach
en Estados Unidos, que también se llama «Lechuza Caracas», cuando Vargas la
compró batió el récord de cotización «Real State» de la zona de Maralago y eso
que Donald Trump tiene allí una mansión, vecina a la suya, y el presidente es
conocido por no ser precisamente un hombre moderado en sus compras
inmobiliarias.
A pesar de
que a algunos «sotograndeses» de toda la vida les moleste respirar el mismo
aire del hombre que fue conocido como el «banquero de Chávez», lo cierto es que
gracias a él este año los partidos de polo han contado con «un diez goles»
(jugadores que son capaces de alcanzar esa cifra en un torneo). Un aliciente
importante ante la ausencia del mejor jugador del mundo, Adolfo Cambiasso, que
podría ser el Messi del polo. Vargas ha contratado a otro número uno, David
«Pelón» Stirling, el equivalente en el polo a lo que supone Cristiano Ronaldo
en el fútbol galáctico. Un jugador de los llamados en el argot polista «un diez
goles», esos que te aseguran 10 dianas por partido. Así que, sus contrincantes,
el millonario de la cerveza argentina Quilmes, Pascual Sainz de Vicuña, e Íñigo
Zóbel, de la familia que fue propietaria de los terrenos donde se levantó
Sotogrande, con su equipo «Dos lunas», no pudieron levantar la Copa de Plata,
que fue para Vargas, quien también fue premiado como el mejor jugador. En ese
partido no jugó su yerno, Luis Alfonso.
Será por la
situación tan precaria y complicada que vive su país y que sus compatriotas
tienen suficiente demostración de su opulencia con ser miembro de la lista
«Forbes» de millonarios, con vivir en su yate, conducir deportivos y viajar con
la cuadra de equinos de polo en sus aviones privados, que no desea prodigarse
mucho, de ahí que hace unos días unos viandantes que paseaban por la playa de
la finca Guadalquitón, esa extensión de alcornoques que fue de la familia
Koplowitz y ahora pertenece al mexicano Carlos Slim, a través de la empresa
Realia, vieron el desembarco de los Vargas, tipo Titanic antes de hundirse. Las
lanchas rápidas del yate Ronin trasladaban mesas, tiendas tipo jaimas,
manteles, platería y hasta flores frescas para que la familia y sus invitados,
los polistas y los Mora Figueroa, además de las niñeras uniformadas que cuidan
de los pequeños del financiero, degustasen las viandas en un agradable almuerzo
playero, alejado del mundanal ruido, en tonos blancos y relajados en la arena
de la playa semidesértica. Ya que a esa zona de Guadalquitón, lindando con
Sotogrande, solamente se llega por lancha o andando.
Su hija
María Margarita, su yerno y nietos prefieren desde hace años alojarse en un
chalet en la urbanización, pero Víctor Vargas elige cobijarse en su yate con su
segunda mujer, María Beatriz Hernández –diseñadora de joyas y ex modelo 30 años
más joven que él–, sus dos hijos pequeños, de 5 y 2 años, y su séquito de
tripulación. Por cierto, que el varón se llama Víctor por el progenitor y Simón
por Bolívar, considerado el padre de la revolución y del que toma también su
apodo la revolución bolivariana.
La casa flotante de los Vargas,
mientras están de vacaciones y juegan al polo en Sotogrande, es uno de sus dos
yates. El Ronin es una embarcación con estructura de aluminio, diseñada por
Norman Foster en 1993, con una longitud de 59 metros de eslora y dos motores de
6.000 caballos cada uno, pudiendo alcanzar los 34 nudos. Cuenta con todo tipo
de distracciones acuáticas e incluso una canasta de baloncesto. Pero hay algo
que al padre de María Margarita Vargas no se le puede negar y es que es
detallista. Por ejemplo, sus polistas y él mismo no huelen a sudor después de
un partido porque el algodón de sus camisetas es tan exquisito que impide el
hipotético olor desagradable. Las flores frescas en su yate se cambian dos
veces al día y los empleados reciben la recomendación de, si se cruzan en la
embarcación con los Vargas o sus invitados, no mirarles a los ojos
directamente. A los emperadores en Japón les ocurría lo mismo e incluso a
alguna estrella de Hollywood. Como dijo una vez durante una entrevista para el
«Wall Street Journal», «la gente escribe historias sobre mí diciendo que tengo
un Ferrari, un avión y un yate, pero no es verdad. Tengo tres aviones, dos yates
y seis casas. He sido rico toda mi vida».