Bien,
amigos lectores, se ha producido la escandalosa elección de la ANC. Como era
presumible, diversos observadores han confirmado el fraude masivo que fue
llevado acabo el día 30 del mes julio. Por ejemplo, Smartmatic (la empresa que
proveyó las máquinas de votación) ha señalado que al menos un millón de votos
fue añadido a la votación. Por otro lado, diversas fuentes (agencia Reuters y
Jennifer McCoy) han respaldado la cifra de 3.720.465 votos sufragados a las
5:30 pm. Hora en que cerraban las mesas de votación. Finalmente, el rector
principal del CNE, Luis Emilio Rondón, ha advertido sobre la imposibilidad de
avalar la votación anunciada por Tibisay Lucena. Estos testimonios han
respaldado empíricamente las advertencias de fraude denunciadas por los
dirigentes de la oposición del país.
En
fin, estamos en presencia de una profundización de la crisis política. Esta
grave situación se exterioriza en diversos ámbitos. Mencionemos algunos de esos
escenarios. Por ejemplo, en el área institucional tenemos la convivencia de dos
concreciones del poder en el país. La clase gobernante, expresión de una
minoría ciudadana y, en el otro extremo, la Asamblea Nacional que representa a
la inmensa mayoría de la población. Esta contradicción se manifiesta,
igualmente, en la coexistencia de dos ordenamientos jurídicos excluyentes. Por
un lado, la Constitución democrática del año 1999 y, por el otro, la
constituyente de talante autoritario.
En
este marco político gran parte de la población se pregunta ¿tiene sentido
participar en las venideras elecciones de gobernadores y alcaldes? ¿En estas
circunstancias se celebrarán las presidenciales? ¿Se ha agotado definitivamente
la vía electoral como medio de salir de esta crisis política? Sin lugar a
dudas, son legítimas estas interrogantes y, desde luego, es imprescindible
intentar producir las respuestas apropiadas a las mismas.
En
torno a este tema se han tejido diversas posiciones. Me voy a referir a las que
se ubican en los extremos y, desde luego, aportan repuestas distintas al dilema
político que confronta la población hoy en día.
Hay
un sector de la oposición que no percibe una salida electoral a la actual
crisis. Y, en consecuencia, descartan la posibilidad de participar en las
venideras elecciones. Sus argumentos son principistas y, si se quiere, un tanto
irracionales. Descartan la política electoral y abogan por la concreción de un
gobierno en transición. Una suerte de “soviets” democráticos que llegada la
hora desplazarán al madurismo del poder.
En
el otro extremo se ubica una posición más realista y pragmática. Sin desconocer
las dificultades y la vocación al fraude de las autoridades electorales, son
partidarios de participar en la próxima contienda electoral. En este sentido
señalan que hay que inscribir los candidatos y en el ínterin que separa este
acto del sufragio desplegar iniciativas que, por un lado, puedan garantizar una
cierta pulcritud en las votaciones y, por el otro, entusiasmar a la población
en torno a esta participación electoral.
Me
voy a detener en explicar con más detenimiento esta opción. Lo sustantivo de la
misma es la distinción que se hace entre inscribir los candidatos y su
participación electoral. Es decir, lo primero (inscripción) no conduce
automáticamente a lo segundo (participación). Recientemente, esta opción fue
explicitada en un documento (Informe de la subcomisión TREN sobre el tema de la
Participación en las Elecciones Regionales) de la manera siguiente: “Inscribir
candidatos anunciando, simultáneamente, que ello no implica necesariamente la
participación. Esta decisión nos permite superar el álgido escollo de tomar una
decisión de naturaleza más trascendental –la participación- en un escenario
constreñido por la premura y las tensiones, tanto a nivel de la opinión pública
como al interior de la MUD por las diferentes visiones que se tiene sobre cómo
abordar el desafío del Régimen. Con esta decisión se pasa a otra etapa donde el
juego estratégico continúa. La discusión no se agota. Continúa”.
Me
parece que esta opción responde acertadamente las legítimas interrogantes que
en torno a la participación electoral se han suscitado recientemente. Y está a
tono con la delicada situación política que vive la nación.
Cualquiera
que sea la decisión que se adopte, es importante prestar atención a la
dimensión emocional del tema. La población se encuentra desanimada. En cierta
forma se formó en la percepción colectiva la idea de una salida definitiva a la
situación política. En consecuencia, es imperativo crear una nueva narrativa
que lleve esperanza y emocione a los ciudadanos. Conformar una nueva
subjetividad a tono con las tareas que están por venir. No olvidemos que para
convencer hay que emocionar.
Definitivamente,
la política es así.
Articulo del profesor jubilado de la U.C Nelson Acosta E .