Hablo
en representación de los rectores eméritos de la Universidad de los
Andes, Néstor López Rodríguez, Miguel Rodríguez Villenave y Genry Vargas
Contreras, quienes acordaron que en el nombre de ellos y en el mío
propio, en los tres minutos pautados por los organizadores de esta rueda
de prensa, comunicara a través de los medios aquí representados, un
mensaje “En defensa de la institucionalidad democrática” de Venezuela.
He
decidido hacerlo comenzando con una nota ajena que puede ser
considerada como muy poco alentadora para nosotros, pero que se
corresponde a la cruda realidad como nos ven muchos desde afuera.
En
estos días, en entrevista dada a la televisora “Onda Alemana” (Deustche
Welle de Berlín), el norteamericano Evan Ellis (profesor del Instituto
de Estudios Estratégicos del Colegio de Guerra del Ejército de Estados
Unidos) dijo: “Lo que ocurre en Venezuela no es una cuestión política o
de relaciones internacionales, sino un golpe del crimen organizado de
gran escala: Un grupo de criminales ha tomado el control del Estado y
asaltado su tesorería.
El
problema de fondo es que no existe un mecanismo jurídico internacional,
ni un modelo de cooperación regional, que permita rescatar a un Estado
en esas circunstancias, sin violar su soberanía.
De momento, no hay cómo liberar a Venezuela, a su gente y a sus recursos de quienes los secuestran a punta de pistola”.
No
quisiéramos tener que darle la razón al profesor Ellis, pero en
Venezuela está dicho y escrito lo que puede pasar, sobre todo después de
la convocatoria del engendro mussoliniano al que se le ha dado el
nombre de constituyente originaria, ciudadana comunal y sectorial. Ya se
ha anunciado por parte de conocidos voceros del gobierno que serán
aplastadas la Asamblea Nacional y la Fiscalía General de la República,
es decir, la más genuina representación del pueblo y la encargada de
velar por el recto acatamiento de la ley. Va a concluir el aplastamiento
de las alcaldías en manos democráticas, proceso comenzado hace tiempo, y
vendrá también el aplastamiento de las universidades, particularmente
de las autónomas.
No
podrá ser aplastada la Iglesia Católica de Venezuela, porque no pasan en
vano más de 2.000 años de historia, ni el hecho de contar hoy con un
lúcido y unificado liderazgo institucional, en el extraño e
irreconocible país, en que se ha convertido Venezuela después de 1998.
Tiene
lugar en este año de 2017 la tóxica aleación de dos metales, la plata
(producida por la corrupción y el negocio de la droga), y el plomo
(representado por las armas en que se ha malgastado buena parte de la
riqueza nacional y por núcleos humanos desmoralizados que las
custodian).
Esta
aleación, sazonada con la falta de ética de quienes gobiernan, comandan
o los que ocupan posiciones de magistrados, tiene una capacidad muy
grande para envenenar a la parte de la población todavía dormida si no
logra despertar a tiempo de la pesadilla en que está sumida.
Por
cierto, en las universidades tendremos que hacernos la pregunta de por
qué están saliendo tantos rábulas de nuestras aulas en los últimos
tiempos.
A pesar de este panorama, no estamos condenados como sociedad a ser desahuciados si hacemos lo que tenemos que hacer.
Al
término de estos primeros cinco meses de 2017, el duro y cruel rostro
de la violencia que se vive ha servido para ponerle el verdadero nombre a
muchas cosas.
La
protesta que sacude al país en estos momentos no es el resultado de la
sola voluntad de los partidos políticos opositores por respetable que
ella sea, sino la expresión del descontento y malestar de toda la
colectividad, por lo que no tiene sentido distinguir intereses de clases
ni hacer distinciones sociales de otra índole.
Y
el escenario de la confrontación no es ya, como antes, la capital de la
República sino la vida urbana que se agrupa en ciudades y en pueblos
grandes y pequeños.
El régimen se ha quitado la máscara.
Ya
no quiere, porque no puede, seguir aparentando la ficción de una
democracia en la que nunca creyó. Como lo dijera hace poco el ilustre ex
rector de la Universidad Católica Andrés Bello, el padre jesuita Luis
Ugalde: “La de Venezuela, hoy, no es una dictadura con apoyo militar, es
una dictadura militar” (cf. entrevista en “La Voz de las Américas”).
En
estas condiciones, por lo tanto, de lo que se trata, si queremos
encontrar el camino apropiado, es seguir la pauta que está dando la
sabiduría del pueblo, lo cual quiere decir abrir tanto como sea posible
el espacio para el encuentro de los demócratas, de todos los demócratas
independientemente de su vinculación o no con partidos ni de sus
compromisos pasados con la minoría que hoy pretende aplastar al país.
Hay
que mejorar la organización de los demócratas, esa es la mejor defensa
de la institucionalidad democrática. Por todo lo cual nos permitimos
recomendar dos cosas.
Una,
el establecimiento en Mérida, de ser posible esta misma semana, del
capítulo correspondiente al “Frente de Defensa de la Constitución y la
Democracia”, en el entendido de que la MUD debe quedar integrada en este
frente y replicar esa iniciativa en cada uno de los municipios del
estado.
Dos,
exigir al comité nacional de ese frente que se informe ampliamente la
conducta que debemos adoptar como ciudadanos frente a la constituyente
espuria que ha sido convocada.
(*) Palabras pronunciadas en el Edificio Rectoral de la Universidad de los Andes (Mérida/Venezuela) el 29/05/2017