Junto con la inmensa mayoría de
los venezolanos, nosotros religiosos de la Compañía de Jesús en Venezuela
estamos horrorizados con la realidad de miseria, persecución, exilio y muerte
que estamos viviendo. Ante Jesús crucificado y el pueblo crucificado nos
preguntamos ¿qué hemos hecho y hacemos por Venezuela y qué debemos hacer para
que los venezolanos cuanto antes superemos esta situación y emprendamos el
camino de vida para todos?
Agradecemos a nuestros obispos
que, unidos a la Santa Sede, han levantado, con claridad y valentía, su
voz de venezolanos seguidores de Jesús y de pastores exigiendo un rápido
y profundo cambio de esta realidad de muerte causada por el empeño en imponer
un proyecto totalitario que ha fracasado en todas partes. El Papa
Francisco y la Santa Sede nos dicen “Mientras me uno al dolor de los
familiares de las víctimas, para quienes aseguro oraciones de sufragio, dirijo
un apremiante llamamiento al gobierno y a todos los componentes de la sociedad
venezolana para que se evite cualquier ulterior forma de violencia, sean
respetados los derechos humanos y se busquen soluciones negociadas a la
grave crisis humanitaria, social, política y económica que está agotando
a la población”. Nuestros obispos subrayan que no saldremos de la
ruptura democrática mientras no sean respetadas la Constitución y los derechos
humanos, se mantenga anulada a la Asamblea Nacional electa, sigan y se
incrementen el número de presos, exiliados y perseguidos políticos, y no se
realicen elecciones libres para que el pueblo soberano elija sus representantes
en todos los niveles e instancias, como lo exige la Constitución. La Iglesia,
interpretando el clamor del pueblo, exige la inmediata apertura de la
ayuda humanitaria internacional en medicinas y alimentos y la pronta apertura
a todas las iniciativas para la activación de una economía
productiva con libre iniciativa comprometida con el bien común y
una Fuerza Armada no partidista que respete y defienda la Constitución.
Nosotros los jesuitas en esta dramática
hora nos sentimos llamados a acompañar a la gente y a sacar lo mejor de lo que
hemos recibido de Jesús de Nazaret y su Iglesia: poner a los pobres de
Venezuela en el centro de nuestras vidas y trabajo y aportar el espíritu del
Evangelio para discernir los caminos de vida con el fin de lograr la necesaria
reconciliación de todos los venezolanos. Sólo el amor construye; el odio mata,
divide y destruye. Pedimos a los venezolanos de diversos sectores, mirar al
rostro dolorido de quienes consideran estar más lejos y en nombre de Jesús
abrazarlos para juntos rescatar la democracia y la pacífica construcción del
bien común. No seremos capaces de producir la nueva Venezuela unida, honesta y
productiva mientras no estemos convencidos de que los pobres deben estar
en el centro de la nueva Venezuela democrática como sujetos activos de la
política y de la economía. El eje central de la Venezuela productiva ha
de ser la oportunidad de trabajo digno para todos en la producción exitosa en
nuestras fábricas, campos abandonados y centros de servicios.
Prolongar la actual dramática situación
con jóvenes sin esperanza, exiliados y perseguidos, resulta criminal. El tiempo
urge y debemos buscar sin demora la transición a una Venezuela reconciliada e
inclusiva. Cada día que se demora aumenta la muerte y la miseria, el éxodo y la
desesperanza. Con gran dolor, lamentamos el asesinato de jóvenes durante los
últimos meses.
La Compañía de Jesús tiene una presencia
educativa variada en universidades, colegios, centros educativos populares de
Fe y Alegría… Desde ahí queremos levantar un grito de alarma y de esperanza: se
está ahogando la buena educación y con ello el futuro de los niños y jóvenes,
tanto en la formación de personas en sus competencias profesionales, como en su
formación en valores cimentados en el amor y la solidaridad. Faltan educadoras
y educadores, se está matando su tan necesaria vocación y se ahogan las
instituciones educativas. Nada es más urgente e imprescindible que la
renovación de toda la educación con una amplia invitación a que la sociedad
entera sienta y desarrolle su responsabilidad educativa, junto con su
estado democrático. Necesitamos que florezcan múltiples iniciativas apoyadas
por el presupuesto público y por las empresas productivas con colaboración
activa de las familias en su mantenimiento y desarrollo integral. Con una pobre
educación para los pobres Venezuela no tiene futuro. Lamentablemente la
educación en todos los sectores y niveles vive en una gran crisis.
Los jesuitas trabajamos junto con
decenas de miles de personas, animados por la vida, vocación y trabajo “a mayor
gloria de Dios”. Jesús nos enseña que la mayor gloria de Dios es que
vivan dignamente los hombres y mujeres y que esa nueva vida no es posible
construirla con el odio y la muerte. Agradecemos su generoso trabajo en
condiciones difíciles y con recursos económicos precarios.
En esta hora los venezolanos no claman
por el cambio de la Constitución, sino por su cumplimiento. Como muy bien
han dicho los obispos, ahora una Asamblea Constituyente es innecesaria y
contraproducente: “Lo que necesita y reclama el pueblo, en primer
lugar, es comida, medicinas, seguridad, paz y elecciones justas”.
Nuestro seguimiento de Jesús en esta
hora trágica nos llama a que el lema ignaciano “en todo amar y servir” se
centre en la pronta superación de esta agonía y en la renovación espiritual
empeñada en la reconciliación y encuentro como constructores de la nueva
Venezuela de esperanza y vida.
Pedimos al Espíritu Santo que nos
confirme en la construcción de un país con posibilidad de vida digna para
todos.
P. Rafael Garrido, S.J.
Provincial de la Compañía de Jesús en Venezuela .