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12 mayo, 2017

Empoderar a la Juventud para un Desarrollo Sostenible


Cuando en clase abordo con mis estudiantes el tema del Desarrollo Sostenible y vemos los retos a los que se enfrenta la sociedad hoy en día, nunca aprecio en ellos sorpresa alguna. Conocen bien el mundo en el que están, aunque no lo creamos. Puede que no todos los jóvenes vean los telediarios o lean los periódicos, pero tampoco son ajenos a la realidad que les rodea.


Tengo la misma sensación entonces que Alain Minc, consejero político francés. En una entrevista que el otro día publicaba El País, el intelectual –así le presentaba el artículo- decía que su medio discípulo Emmanuel Macron “es visceralmente europeo y de manera natural, como la generación Erasmus”. Del mismo modo, la juventud ve la globalización como algo dado, lo tienen bien asumido, como algo no a lo que enfrentarse, sino con lo que vivir. Es lo único que han conocido y, por tanto, su hábitat natural.
Vemos en clase aspectos clave de la sostenibilidad, como la diversidad, el cuidado del medioambiente o la deslocalización de la producción. Y no les sorprende que esos sean retos para las empresas. Porque también son retos para los ciudadanos. Ellos saben que viven en ese entorno. Tienen -sí, aunque no lo creamos- sensibilidad por el cuidado de nuestro planeta, por la naturaleza. Reconocen también la riqueza personal de relacionarse con personas con capacidades distintas o en riesgo de exclusión. No les ven como “gente de segunda”. Esa la experiencia que me han transmitido a través de su participación en los programas de aprendizaje-servicio.
Que los jóvenes son cómodos y no tienen espíritu de lucha es una cantinela que he escuchado demasiadas veces. Que quieren que todo se les dé hecho. Tal vez es verdad que se les facilita todo. Pero no porque lo quieren, sino porque se les da, sin que nos lo pidan. Así sucede en los entornos familiares actuales y así sucede a menudo en las aulas. En el primer caso, por el miedo de los padres a perder el cariño de unos hijos para los que no siempre tenemos el tiempo que éstos necesitan. En el segundo, porque muchos profesores sabemos que nuestro desarrollo profesional está ligado a las encuestas de evaluación de los alumnos. Y eso es una trampa peligrosísima, que puede hacer pensar a algunos colegas que lo más importante es sonar continuamente a música celestial. ¡Craso error!
Me sorprende, sin embargo, que en clase los chicos agradecen que se les digan las cosas claras. Que lo que hacen mal sea resaltado y no encubierto con buenas palabras. Siempre con respeto, claro, desde una postura constructiva. Solo así pueden reconocer los límites. Solo así identifican el espacio de juego donde poder hacer las cosas bien. Tratémosles como adultos y responderán como adultos. No les sobreprotejamos tanto. Ellos demandan, si se les escucha, que las líneas sean trazadas nítidamente. Y que se respeten. Si no, ¿para qué existen esas reglas?
Por otro lado, sí noto a menudo su sorpresa cuando descubren que el futuro está en sus manos. Que son ellos quienes están llamados a liderar las empresas, instituciones y organizaciones del mañana. Esas, las de mañana mismo, que tendrán que enfrentarse a los desafíos de la humanidad. Y plantear soluciones que luego tendrán que llevar a cabo.
Se sorprenden y les motiva que reconozcamos su poder para transformar el mundo. Porque es evidente que no seremos los que ya somos mayores quienes estaremos a la cabeza del cambio. Son ellos. Y es importante que se lo hagamos saber.