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07 marzo, 2017

En la Sociedad Civil está la salida a la democracia

Tomado de POLITIKA UCAB 

Carlos Carrasco
En el medio de una creciente desconfianza de la población ante los dirigentes políticos de ambos bandos de la marcada polarización, se puede percibir una necesidad latente por protestar y exigir los derechos más fundamentales para el bienestar del ser humano. A pesar del letargo impuesto a través de las colas para buscar alimentos, la búsqueda interminable por medicinas o la inagotable violencia diaria, la ciudadanía puede identificar con bastante facilidad quiénes son los responsables de esta crisis, que ya transciende todo eufemismo técnico, para posicionarse como una dictadura de frente y sin complejos.

Ante esta realidad, los eruditos de las redes sociales o esos, que se pueden calificar como personas más radicales, se preguntan por qué no existe una reacción en las calles por la situación que atraviesa Venezuela. La respuesta a esta interrogante, afortunadamente, encontró una voz dentro de la opinión pública nacional. El 28 de febrero en una entrevista realizada al padre Luis Ugalde por Contrapunto, el jesuita afirmó que “la gente no es suicida: si no ve una salida, no se va a mover”. Un pensamiento sencillo, pero bastante asertivo.
Si esto es así, resulta necesario preguntarse por qué no existe una salida política en este momento. En primer lugar, para buscar una salida se necesita coordinación y compartir una estrategia común. Estos elementos hoy no los posee la oposición venezolana. Desde diciembre de 2016 se habla de una reestructuración de la Mesa de la Unidad Democrática.
Ya nos encontramos en el mes de marzo de 2017 y la ciudadanía no siente ningún cambio que plantee una ruta a seguir. Además, los infructuosos resultados del dialogo entre gobierno y oposición aceleraron la desconfianza de la población para ambos bandos.

El ciudadano, lamentablemente, sobre la base de la desconfianza, la desesperanza y la irresponsabilidad de los políticos, no cree en la incidencia ante las instituciones para mejorar su calidad de vida. Esto representa un reto ingente para cualquier líder, sobre todo si te enfrentas ante una dictadura coercitiva o una relegitimación de los partidos políticos ante el Consejo Nacional Electoral.
Sin embargo, desde este espacio del activismo social y las relaciones construidas en ciertas comunidades, se puede sugerir uno de muchos pasos para cambiar este panorama de desconfianza. Resulta necesario que la oposición venezolana se integre al grueso de la sociedad civil para reinventarse genuinamente y así concretar un gran acuerdo nacional.
Esta afirmación se hace bajo una reflexión de la cotidianidad. La gente quizás hoy no crea en sus líderes políticos, pero sí cree en esa organización que le presta ayuda, ese colegio que sigue brindando formación a sus hijos, ese empresario que aún mantiene trabajando a empleados a pesar de la situación económica, esa iglesia que alimenta la espiritualidad frente a los miedos y retos diarios. En esas organizaciones tan diversas de la sociedad civil venezolana se encuentran los verdaderos y últimos bastiones de la democracia. Es ahí donde puede renacer un movimiento masivo que obligue a un cambio de gobierno de forma democrática y pacífica.
Pero, el tiempo se agota, el gobierno de Maduro sabe de esto, no en vano se presentan ataques a la iglesias, reformar curriculares a los colegios y persecuciones a la empresa privada y ONG. Si no utilizamos, los pocos espacios disponibles para plantear una lucha ciudadana en los próximos meses, la dictadura crecerá y el hermetismo será total.
La detención del profesor universitario Santiago Guevara es una muestra de esta nueva radicalización. Si aún existe alguna voz reflexiva dentro de la oposición venezolana, llegó el momento de empoderase y plantear una agenda de lucha verdaderamente ciudadana e inclusiva, acompañada de un proyecto país.
Para cerrar este artículo, cito una frase emitida por la Conferencia Episcopal Venezolana, que puede parecer muy obvia, pero que pareciera que ningún representante político del país la entiende: “Hay que escuchar el malestar de la gente”.