(Imagen: AFP)
La mayoría obtenida por Alianza País en
las elecciones de este domingo confirma que un sector significativo del
electorado ecuatoriano supo discernir lo que estaba en juego: la continuidad de
un gobierno que marcó un antes y un después en la historia contemporánea del
Ecuador o el suicida salto al vacío emulando la actual tragedia argentina.
Lenín Moreno y Jorge Glas representaban la consolidación de los avances
logrados durante diez años bajo el liderazgo de Rafael Correa; sus principales
contendientes, Guillermo Lasso y Cynthia Viteri, eran el retorno de la alianza
social que tradicionalmente había gobernado al Ecuador con las desastrosas
consecuencias por todos conocidas.
Un país con grandes mayorías nacionales
sumidas en la pobreza, con índices de desigualdad y exclusión económica, social
y cultural aberrantes; víctima de la insaciable voracidad de banqueros y
latifundistas que saqueaban impunemente a una población que tenían como rehén y
que, en su desenfreno, provocaron la megacrisis económico-financiera, social y
política de 1999 que acabó con la moneda nacionalo, reemplazada por el dólar
estadounidense, y provocó la estampida de unos dos millones y medio de
ecuatorianos que huyeron al exterior para ponerse a salvo de la hecatombe.
Son varios los factores que explican este
alentador resultado, si bien las cifras definitivas todavía no permiten
asegurar que no habrá baltottage. Uno: los traumáticos recuerdos del 1999 y el
descaro con que los agentes sociales y las fuerzas políticas de aquella crisis
proponían la adopción de las mismas políticas que la habían originado. Abogaban
por la desregulación de las fuerzas del mercado, reducción del gasto público y
los impuestos y acabar con la hidra de siete cabezas del populismo económico.
La política social sería recortada porque la versión local de la “lluvia de
inversiones” de Mauricio Macri ofrecería empleos a manos llenas y la salud
pública sería privatizada porque, como dijo Viteri, visto lo ocurrido con el
Obamacare la iniciativa privada cuidará mejor la salud de los ecuatorianos que
los fracasados -según ella- programas de salud pública instaurados por el
presidente Correa. O sea que los profetas del cambio eran emisarios del pasado
con pretensiones de retorno.
Otro factor importante fue la fórmula
presidencial, capaz de establecer un profundo vínculo con la base social del
correísmo y de llevar a cabo una extenuante recorrida por las 24 provincias del
país, afianzando una presencia territorial y organizacional cuyos réditos
fueron evidentes a la hora de abrir las urnas. Otro factor explicativo, el
tercero, fue el apoyo de Correa y su denodado esfuerzo por apuntalar con una
vertiginosa dinámica gubernamental, la campaña del binomio oficialista.
Más allá de si se gana en primera vuelta o
no, Alianza País (foto de sus simpatizantes) ha ratificado de nueva cuenta que
es la principal fuerza política del Ecuador. Lo cual no es poca cosa, habida
cuenta de la crisis económica que golpea al país, las devastadoras
consecuencias –económicas y humanas– del terremoto del año pasado y el desgaste
natural que sufre un gobierno luego de diez años de gestión.
En los días previos predominaba en los
ambientes del oficialismo una profunda preocupación. Las encuestas no estaban
arrojando los resultados que se esperaba y había datos contradictorios: por un
lado, el entusiasmo militante con que Moreno y Glas eran recibidos en todo el
país. Pero la campaña de terrorismo mediático fue de tal magnitud y bajeza
moral que hizo que el voto aliancista temiese manifestarse ante las preguntas
de los encuestadores. Las acusaciones lanzadas en contra de Correa y Glas eran
tan tremendas como carentes por completo de sustancia. Abrumados e intimidados
por esta artillería mediática y por las veladas amenazas de los profetas de la
restauración una parte significativa de los encuestados se definían como
“indecisos” cuando en realidad no lo eran. Otros, sin embargo, fueron
persuadidos por la propaganda de la derecha y optaron por apoyar otras
candidaturas.
En una nota anterior decíamos que esta
elección sería la “batalla de Stalingrado”, porque de su desenlace dependería
el futuro del Ecuador y de toda América Latina. Una derrota daría pábulos a la
derecha regional y aceleraría la modificación regresiva del mapa sociopolítico
sudamericano, fortaleciendo a los tambaleantes gobiernos de Argentina y Brasil,
protagonistas fundamentales del actual retroceso político. La victoria, en
cambio, sería un punto de inflexión, una muralla contra la cual se estrellaría
la contraofensiva conservadora y refutaría la tesis de algunos analistas
agoreros que se apresuraron a decretar el “fin del ciclo progresista” mientras
el finado seguía respirando. Al momento de terminar esta nota no hay datos
concluyentes que permitan saber cuál será el resultado final.
La probable victoria en primera vuelta de
Alianza País –algo que sólo se sabrá una vez que termine el recuento total de
los votos– confirmaría la reversión de las tendencias conservadoras. Si hubiera
que ir a una segunda vuelta se postergaría la batalla definitiva hasta el 2 de
abril. Y aún bajo esa hipótesis las chances del oficialismo de alzarse con la
victoria siguen siendo muy significativas. ¡Impacientes abstenerse!