Lisa Jeanne, de 5 años, en el interior de la avioneta en la que vive su
familia, en el aeropuerto de Bangui. A. ROJAS
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La población de la ciudad de
Bangui huye de la violencia religiosa a los países vecinos
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También se esconden en
asentamientos improvisados dentro del país
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18.000 personas ocupan el
aeropuerto en un limbo con olor a sudor, mugre y aguas fecales
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'Vivimos como animales', dice una
desplazada que ocupa un avión desvencijado
ALBERTO ROJAS / EL PAÌS.
Lisa Jeanne vive en
un avión. Es un trasto que ya no despegará jamás, pero ella se
muestra orgullosa y defiende que muy pocos pueden decir lo mismo. La familia de
esta niña de cinco años duerme sobre los asientos en los que, hace décadas,
colocaron sus posaderas los nobles de las más grandes casas reales europeas.
Esta avioneta, como casi todas las de alrededor, llevaba a los hombres más
ricos del mundo a cazar elefantes a la selva centroafricana o transportaba
sacas de diamantes y oro de las minas de Bria y Carnot. Hoy sirven para alojar
a los desplazados del kilómetro cero de África, a los pobres del país más pobre
y, según la revista 'Forbes', el más triste del planeta.
Algunos
afortunados, los primeros que llegaron al aeropuerto de M'Poko huyendo de las
balas en diciembre de 2013, ocuparon el interior de los aparatos disponibles
del vetusto Aeroclub de Bangui. Fue el día de los 3.000 muertos, la mayoría
asesinados a machetazos por las calles de la capital de República
Centroafricana. El resto tuvo que conformarse
con colocar tiendas de plástico bajo las alas, dentro de los hangares o al lado
de la pista de aterrizaje. En total, 18.000 almas en un limbo con olor a sudor, mugre y aguas fecales.
"Vivimos como animales", dice la madre de la niña, que vende bolsitas
de azúcar para sobrevivir bajo las alas de su casa.
Es el precio de la
seguridad. Los rebeldes Seleka, de mayoría
musulmana, arrasaron las casas de los cristianos para robarles hasta los marcos
de las puertas. Las milicias de los barrios cristianos hicieron lo mismo con
las casas de los musulmanes. El aeropuerto, defendido por las
tropas francesas, acusadas de abusos sexuales a menores, fue lo más
cercano que encontraron a un lugar seguro y aquí siguen. Muchos de sus vecinos
huyeron a Congo, Camerún o Chad. República
Centroafricana es una de los lugares
en emergencia humanitaria de Naciones Unidas junto a
Irak, Siria y Sudán del Sur.
En la mezquita de Bangui
Muy cerca del
aeropuerto malvive Fana Ali. Su caso es el mismo, pero en el otro bando. Tiene
36 años y cinco hijos y ningún hermano porque el que tenía lo mataron a
machetazos. Su marido huyó con cuatro de ellos al Chad pero ella permaneció con
su madre enferma dentro de la mezquita central de Bangui con
otros 350 musulmanes que pueden y tienen objetos para cocinar gracias a que
Oxfam se los repartió. Ahora su madre está enterrada en uno de los jardines del
recinto y Fana no puede volver a la casa de la familia Ali porque ya no existe.
- ¿Por qué no puedes salir de la
mezquita, Fana?
- Sí que puedo. He salido dos
veces disfrazada de cristiana y cambiando mi nombre por uno cristiano. Si no lo
hago me matan.
Fana Ali (centro), con otras
mujeres musulmanas, en la mezquita de Bangui. A. R.
De cuatro millones
y medio de habitantes que tiene este país, del tamaño de España y Portugal
juntas, medio millón de ellos viajó con lo puesto más allá de sus fronteras.
Nadie debe extrañarse si algunos grupos llegan en breve a nuestras playas
europeas llenas de turistas. Otro medio millón está escondido en su interior. Como
Lisa, la niña del avión, una más en la estadística global
que ofrece ACNUR para ilustrar este gran
éxodo humano: 20 millones de refugiados y 40 de desplazados
internos que huyen de la violencia, refugiados en su propio
país, a pocos kilómetros de sus casas pero a un océano de miedo de
distancia. Boniface Mussa muestra el
muñón de ladrillos que hoy ocupa el lugar de su vivienda. "El gobierno no
quiere que estemos en el aeropuerto y nos obligan a volver pero ¿dónde vamos a
volver? Sin reconstrucción no habrá reconciliación".
La manipulación de los 'señores de la guerra'
La rebelión de 2012
contra el Gobierno de François Bozize, con una agenda política, se transformó
pronto en un sangriento conflicto
religioso en el que los mercenarios
musulmanes llegados de Darfur y Chad arrasaron los barrios
cristianos sin contemplaciones. Y estos crearon su propia milicia, los Antibalaka (literalmente, los 'inmunes a las
balas'), que pronto les igualó en crueldad. Con una buena dosis de manipulación
política, los 'señores de la guerra' convencieron al pueblo de que sus vecinos,
con los que habían convivido en paz, eran los enemigos a eliminar barrio a
barrio y casa por casa.
- ¿Por qué empezó la guerra?
- Es algo que no puedo explicarme
ni yo mismo. ¿Cómo quiere que se lo explique a usted?
El que habla es
Nguebande Honoré, el jefe del barrio Sara Blague, en el tercer distrito, uno de
los más destruidos. Su lealtad le ha llevado a jugarse la vida para defender la
de su amigo Mahamat Amat, el único musulmán que queda en el barrio. Lo tiene
escondido en su propia casa, amenazado de muerte.
El hogar de Amat está ocupado por la familia de Juvenal Banga, que asegura que
ha firmado un contrato con el jefe Honoré por el que se comprometen a
abandonarlo cuando Amat pueda regresar. "Es una manera de protegerla. Si
los Antibalaka vienen querrán quemar la casa. Por eso dejamos que la ocupen
familias cristianas que se comprometan a devolverlas".
Cerca del
aeropuerto, en el distrito de Bimbo, un antiguo trabajador de la radio nacional
asalta a los periodistas blancos. "Estamos en unas condiciones precarias.
Más de mil personas no tienen ayuda de nadie", dice. Se encuentran en un
seminario cristiano donde varios seminaristas han dejado
embarazadas a chicas desplazadas y han terminado con su carrera
sacerdotal.
- ¿Por qué quieren matarles en su
barrio? ¿Por su religión?
- Matar a un hombre no es
defender ninguna religión. Es sólo matar a un hombre.