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25 julio, 2016

Luis Britto García: El sueño de Miranda



Opinión
La Gran Colombia

Una maldición parece pesar sobre quienes forjan proyectos sobrehumanos. Cuando Juan Jacobo Rousseau crea la figura mítica del Legislador, el fundador de pueblos, dice que éste debe resignarse a morir sin ver la culminación de sus sueños. Sembrará en un siglo, para una cosecha que se recogerá en los venideros. ¿Cuáles serán los últimos sueños de Francisco de Miranda en las bóvedas de la fortaleza de La Carraca de Cádiz?   Un año antes de la muerte del Precursor, un exiliado a quien consumen la miseria pecuniaria y la fisiológica garrapatea una carta en Jamaica. Lo persiguen con igual saña acreedores y asesinos: uno de éstos se confunde y en la hamaca de su víctima apuñala en lugar suyo a su amigo Amestoy. Y sin embargo Simón Bolívar redacta, imperturbable: “Yo deseo más que otro alguno ver formar en América la más grande nación del mundo, menos por su extensión y riquezas que por su libertad y gloria”.


Parecen fanfarronadas de exiliado. En 1814 Bolívar había arengado a las huestes de Urdaneta en Pamplona con una frase que se convierte en programa: “Para nosotros, la patria es América”.  Poco más tarde el desterrado deja Jamaica, intenta varias veces la invasión desde las Antillas, trajina Tierra Firme, domina Guayana y sigue fanáticamente fiel a su plan estratégico: la Independencia americana sólo triunfará cuando sea asumida como proyecto continental. Al establecer por fin un Cuartel General en Angostura, el 12 de junio de 1818 escribe a las lejanas fuerzas patriotas de Argentina: “¡Habitantes del Río de la Plata! La República de Venezuela, aunque cubierta de luto, os ofrece su hermandad; y cuando cubierta de laureles haya extinguido los últimos tiranos que profanan su suelo, entonces os convidará a una sola sociedad, para que nuestra divisa sea Unidad en la América Meridional”. El 15 de febrero de 1819 reúne un precario Congreso en la calurosa Angostura. En el indisciplinado ejército cunden planes separatistas o secesionistas. Bolívar, tesonero, insiste: “La reunión de la Nueva Granada y Venezuela en un grande Estado, ha sido el voto uniforme de los pueblos y gobiernos de estas Repúblicas”. El 17 de diciembre de ese año el Congreso de Angostura sanciona la Ley Fundamental de la República de Colombia, cuyo primer artículo pauta que “las repúblicas de Venezuela y la Nueva Granada quedan desde este día reunidas en una sola baxo el título glorioso de República de Colombia”. El territorio es el que ocuparon antes la capitanía general de Venezuela y el virreinato del Nuevo Reino de Granada; se divide en los departamentos de Venezuela, Quito y Cundinamarca.  Colombia, es el nombre que dio Miranda a su desmesurado Incanato.
De nuevo, parece una utopía. Pero con esta utopía en las alforjas el ejército independentista cruza los Andes, fulmina los ejércitos de los virreyes, consolida el territorio de la Gran Colombia y domina lo que fuera el virreinato del Perú y luego serán las repúblicas de Perú y Bolivia. El antiguo exiliado quizá cree por momentos que delira, como en su ascensión al Chimborazo. Bajo su conducción se está  consolidando acaso “la más grande nación del mundo”, tanto por su extensión y riquezas como por su libertad y gloria.
No es sólo que un poder homogéneo domina una vastedad desmesurada: los ejércitos que la liberan en sí mismos son ejemplos de integración. Antonio José de Sucre expresa poco antes de la batalla de Ayacucho al secretario de Estado y de Relaciones Exteriores del Perú “mi persuasión de que la causa americana es una misma en todos los estados meridionales” (1 de febrero de 1823: De mi propia mano; Biblioteca Ayacucho, 1981, p.97). En sus arengas antes de la batalla de Ayacucho, dice del enemigo que “el número de sus hombres nada importa; somos infinitamente más que ellos porque cada uno de vosotros representa aquí a Dios Omnipotente con su justicia y a la América entera con la fuerza de su derecho y de su indignación”. (De mi propia mano, p. 184). Y en efecto, en Ayacucho consagra la Independencia de América comandando tropas de la Gran Colombia, hoy dividida en Colombia, Ecuador, Panamá y Venezuela, y mandando huestes de las Provincias Unidas de Sud América, hoy fraccionadas en Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay. En el último año de su vida comparte con Bolívar la angustia de conocer la conspiración que avanza para desintegrar la Gran Colombia: “Adiós, mi General: ¡Cuánta pena tengo, y cuanto disgusto por los disgustos de Vd! Un tumulto sobre otro, una novedad sobre otra, y las facciones que se suceden despedazan a Colombia y el Corazón de Vd. ¡Qué triste época y qué desgraciada patria!”(27 de diciembre de 1829: De propia mano, p.393). Y meses después todavía escribe a Bolívar “de todos modos yo emprenderé mi marcha al día siguiente de la última conferencia, pues ni quiero estar aquí dé cuenta de tonto conversando, ni quiero firmar la disolución de Colombia” (Cúcuta, 15 de abril de 1830: De propia mano, p. 399). La bala de un asesino le ahorra más pesares.