Opinión
Por Ariel Goldstein *Página 12 - Argentina
¿Cómo se llegó a esta situación de crisis tan profunda en el segundo mandato de Dilma? Para su comprensión, consideramos necesario analizar el proceso de surgimiento de las distintas crisis y la confluencia de unas con otras.
Comencemos por las
elecciones presidenciales de 2014. Estas no oficiaron, como lo habían sido
entre 2002 y 2010, como una instancia de resolución de la conflictividad política,
sino que reforzaron la polarización en los ánimos despertada inicialmente por
las manifestaciones de junio de 2013. El deseo de “revancha social” de un
sector de la clase media ante la derrota electoral por escaso margen de su
candidato del PSDB, fue expresado a través de un discurso racista en las redes
sociales, donde se pedía liberar al Sur del país de los “ignorantes del
Nordeste”, que estarían cooptados por el Bolsa Familia y otras políticas
sociales del gobierno.
Esta polarización política
y social como saldo pos-electoral se reflejó desde el inicio del mandato en
2015, con las manifestaciones en favor del impeachment a Dilma, y las réplicas
en defensa de su gobierno. La aparición de los escándalos de Petrobras,
interpretados por un sistema de medios predominantemente opositor, produciría
una canalización de la indignación ciudadana responsabilizando por la corrupción
especialmente a Dilma y a su gobierno, cuando los implicados en este escándalo
pertenecen a toda la clase política y empresarial.
A su vez, al definirse
por un ministro de economía de corte neoliberal como Joaquim Levy, Rousseff
contradijo sus promesas de campaña, que denunciaban el ajuste a los pobres que
aplicarían Aécio Neves o Marina Silva en caso de triunfar, se distanció del PT
y, en especial, propinó un garrotazo a la base social de sus propios electores.
El pacto social lulista –retomando la expresión de André Singer– que funcionó
entre 2003-2013 se basaba en la conciliación de clases en la medida en que el
ciclo económico regional expansivo brindaba posibilidades de distribuir hacia
abajo con políticas sociales y hacia arriba con subvenciones a empresarios y
banqueros. Con los efectos de la crisis internacional y el ajuste económico
local, ese pacto social comienza a disolverse.
Uno de los requisitos de
ese pacto social para los de arriba era que la redistribución hacia abajo era
tolerada, siempre y cuando no hubiera lucha de clases. Con la polarización
poselectoral, esta posibilidad se rompe y es reemplazada por un no pacto, un “sálvese
quien pueda” de rapiña entre intereses privados y corporativos. También, los 39
millones de brasileños que han mejorado su condición en estos años,
experimentan el ajuste como un límite en sus posibilidades, por lo cual las
expectativas sociales de ascenso continuo que sostenían el pacto se fragmentan
también desde abajo.
En este marco, el
parlamento, que aunque tiene juego propio, es un vehiculizador de distintos
intereses sociales, va expresando a partir del pragmatismo extorsivo del PMDB
la intención de desalojar a Dilma de la presidencia, quien se encuentra en una
situación de debilidad política –al tener sólo un 10% de aprobación de su
mandato.
Con el abandono
definitivo del PMDB de la base gubernamental y el curso que da Eduardo Cunha al
pedido de impeachment como forma de salvar su propia cabeza, las distintas
crisis se van traduciendo en una maraña de intereses que confluye en el
objetivo de destituir a Dilma del gobierno.
Sin embargo, un eventual
gobierno de Michel Temer, tampoco la tendrá fácil, porque deberá experimentar
la oposición del PT y los movimientos sociales, en una sociedad polarizada y en
ebullición, indignada por los escándalos de corrupción que involucran al
conjunto de la clase política, y celosa de sus derechos adquiridos. Todo hace
pensar que la turbulencia prosperará por mucho tiempo más.
*
Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe.