¡Adiós
luz que te apagaste!
Por
Samuel A. Scarpato Mejuto*
"Suerte
que tenemos registro de lo que avisábamos veinte y treinta años atrás, lástima
que muchos no tengan memoria", me decía un viejo ecologista, compañero de
senderos, hoy postrado y olvidado en una cama, más por la frustración y la tristeza
que por sus ochenta y siete años de edad.
Veinticinco
años atrás dejaba el excursionismo a secas para dedicarme por completo al
ecologismo o ambientalismo militante, nos íbamos por los campos y selvas
levantando reportajes, canalizando denuncias y trabajando de la mano con
comunidades rurales e indígenas. Fue un riesgoso tramo de nuestras vidas, para
nada fácil; algunos compañeros desaparecidos y todos con la anciana angustia
del bien colectivo a cuestas, haciendo mella de nuestra adolescencia y buena parte
de nuestra juventud.
Pero
algo hay que rescatar de esa experiencia y es lo que precisamente vengo a
decirles, lo que nadie les dice del Guri y de la generación de energía
hidroeléctrica en Venezuela.(...)
En
torno a aquellas fogatas discutíamos por noches enteras la enorme situación de
vulnerabilidad climática de Venezuela en función de su dependencia para con el
estado de conservación la selva amazónica que detentan nueve países del
subcontinente, especialmente nuestro voraz pero querido hermano, Brasil. Escuchábamos
las palabras del Dr. Carlos Schubert (fallecido hace más de dos décadas), quien
conocí por medio del ecologista Leobardo Antonio Acurero, para entonces
compañero de senderos (veníamos del Frente Ecológico Regional, y luego -1993-
fundamos en casa de mi madre el Centro de Investigación e Información Ecológica
- CINECO).
Para
entonces contrastamos en campo muchas investigaciones nacionales e
internacionales, tal vez la más terrorífica o dantesca, era la evidenciada por
el insigne Geólogo Carlos Schubert. Una de las últimas publicaciones de este
investigador del IVIC y de otras tantas instituciones venezolanas, planteaba
una controvertida y aterradora conjetura basada en las evidencias edafológicas:
el norte de Suramérica (donde está hoy gran parte de Venezuela) era un desierto
antes de la existencia de la selva tropical amazónica.
Schubert
analizaba los suelos de nuestra Gran Sabana y otras porciones del sur
venezolano y cada vez se convencía más de que estamos sobre un enorme desierto
de suelos pobres, arenas cuársicas, con una muy frágil vegetación encima (muy
superficial) que dependía de la novedosa existencia de un gran motor climático:
la selva amazónica. Esta selva tropical lluviosa tiene pocos miles de años allí
(en términos geológicos es muy nueva). No hay materia orgánica en sus suelos,
ni fósiles de mega fauna, tampoco fósiles de remotos y profusos bosques,
nada..., sólo rocas y arena.
En
los años '90 del siglo XX, ya disponíamos de imágenes satelitales donde se
estudiaba el patrón de vientos y el régimen de lluvias en Venezuela. Las masas
de vientos que traen las lluvias sobre el territorio venezolano (de marzo a
septiembre, con énfasis de mayo a agosto), los vientos alisios que corren desde
el sureste hacia el noroeste, recogen (recogían) la evapotranspiración de la
selva y traen (traían) toda esa humedad hacia el territorio venezolano.
Entonces, a medida que se reduce la masa forestal amazónica, se reducen también
las precipitaciones sobre Venezuela.
Cuando
los vientos vienen del perfecto este o del noreste, nos traen agua que se
evapora del océano Atlántico y del mar Caribe. Pero cuando los vientos vienen
del sur-sureste y del sureste, deben recorrer ciertos corredores selváticos y
traernos las inmensas masas de agua que la selva transpira. Por ejemplo, la hoy
ocupada Guyana (territorio venezolano en reclamación) preserva aún importantes
corredores de selva tropical, al igual que el extremo sur de Venezuela (más
hacia el estado Amazonas) y el extremo centro norte del Brasil; en otras palabras,
cuando el patrón de vientos pasa por los corredores de vida, suficientemente
poblados de densa selva tropical lluviosa, esas masas de vientos traen
suficiente nubosidad para el centro y sur de Venezuela.
Pero,
¿qué pasa cuando los vientos pasan por corredores secos?
Si
observan la imagen satelital anexa (de toma reciente), verán un corredor de
vientos que pasa por zonas terriblemente deforestadas, devastadas, al suroeste
de Guyana, al sureste de Venezuela y al norte de Brasil (en torno a Boa Vista);
allí han acabado con toda la selva amazónica para dar paso a la minería y al
cultivo de soja, pastizales y otros cultivos cerealeros para forraje (consumo
animal) o para consumo humano. Los suelos son tan pobres (recuerden al Dr.
Schubert) que en seguida sobrevienen las dunas, enormes regueras de arena sin
vida.
Hemos
insulado (insulación, fragmentación boscosa, creación de islas boscosas), luego
sabanizado (convertidos los suelos en praderas y sabanas casi estériles) y
finalmente desertizado (pérdida de la fertilidad de los suelos) de lo que fue
hasta hace pocos años una masa continua de bosque tropical lluvioso o
pluviselva.
Cuando
los vientos pasan por esos corredores secos, llegan secos a Venezuela. No es el
fenómeno de "El Niño", es la intervención antrópica (humana) sobre
tan frágiles ecosistemas. La avaricia y la ignorancia dieron paso a un proceso
de ocupación espacial inmisericorde, sin evaluación (predictiva) del impacto
ambiental que tendría, me refiero a la integración entre el norte de Brasil y
el sur de Venezuela.
Hemos
roto el ciclo de las lluvias porque hemos roto los corredores que permitían la
"lluvia horizontal", cuyas masas de agua no provienen mayormente de
la evaporación de los mares y lagos como nos enseñaron en la escuela, sino de
la evapotranspiración de la selva. La selva, literalmente, es la que genera y
regula la mayor parte de las lluvias que caen sobre Venezuela, al menos casi la
totalidad que caen sobre las cuencas de los ríos Paragua y Caroní, responsables
de abastecer de agua al embalse del Guri, cuyas masas de agua a su vez mueven
(movían) las turbinas que dan electricidad al setenta por ciento de la
población venezolana y al noventa por ciento de la economía venezolana.
Por
décadas nos hemos opuesto al desarrollo del sur. Desde el primer periodo
constitucional del presidente Rafael Caldera, hasta la actual presidencia de
Nicolás Maduro, todos (absolutamente todos) los gobiernos venezolanos han
buscado la explotación minera del sur venezolano, junto con la integración vial
y productiva con el Brasil.
En
la última década y media, hemos ampliado y asfaltado la vialidad que
interconecta la Gran Sabana y Santa Elena de Uairén, en Venezuela, con el norte
de Brasil, con epicentro en Boa Vista. Aunado a ello el fenómeno de el
"bachaqueo" (fuga masiva o comercio ilegal de productos) por tan
franca frontera, ha contribuido cuantiosamente con el afianzamiento social y
económico de esta enorme porción norte de Brasil.
Si
nos alarmábamos hace veinte años por saber que se deforestaban unas cuatro hectáreas
por minuto de selvas, luego nos aterrorizábamos hace diez años porque la tasa
de deforestación subió a once hectáreas por minuto; ahora estamos muertos por
cuanto los modelos computarizados basados en las imágenes satelitales
demuestran que superamos las veinte hectáreas por minuto de destrucción de
selvas tropicales (en un entonces selvas lluviosas o pluviselva).
El
proceso de recuperación va a ser lento, pero se requiere frenar con urgencia
(hace veinte años ya era urgente hacerlo) la deforestación, la minería y el
cultivo de ciclos cortos en el sur de Venezuela, centro y sur de Guyana, y
norte de Brasil. Si la degradación y desaparición de los bosques tropicales no
se detiene, no volveremos a ver normalizados los torrentes de agua que llenaban
el vaso de las cuencas que llenan el embalse de Guri.
El
proceso de sabanización debe revertirse, las "hermosas" sabanas en
los entornos selváticos son un error de la historia humana, jamás se produjeron
por obra y gracia de la naturaleza, menos aun los enormes arenales, dunas y
zonas desérticas que ya vemos al sur del Parque Nacional Canaima, o en casi
toda la cuenca del río Caroní, peor todavía en el extremo suroeste de Guyana y
en el norte de Brasil (al rededor de Boa Vista).
Nuestro
gobierno debe establecer petitorios y acuerdos urgentes para con los vecinos
gobiernos, especialmente con el gobierno del Brasil. Nuestro parlamento
nacional debe hacer lo propio. Ya no se trata de un asunto partidista, sino de
unirnos en torno a la vida.
Este
es un asunto tan estratégico para la sobre vivencia de Venezuela, que si no
recuperamos la selva a mil kilómetros a la redonda de Guri (al este, sureste,
sur y suroeste del embalse) -dije mil kilómetros, por efecto de los corredores
de vientos alisios-, lamentablemente debemos desconectar el interruptor de las
actividades económicas en el país, no queda de otra. Y, si queremos recuperar
el patrón de lluvias en el llano venezolano y en las cuencas cuyo régimen
hídrico depende del mismo patrón de lluvias (vientos alisios del sureste o
patrón marzo-septiembre), es decir, cerca del ochenta por ciento del territorio
venezolano, el rango de recuperación de la selva amazónica debe ampliarse a
muchos más que pocos miles de kilómetros a la redonda.
Nuestro
motor climático, lo sentenció el Dr. Schubert hace tres décadas, es la
presencia de la selva amazónica; la ausencia de ella nos regresará a lo que
fuimos antes que existiera: un enorme desierto.
*Samuel
Antonio Scarpato Mejuto / @samscarpato
Orden José Félix Ribas - Área Conservacionista (Teatro Teresa Carreño, Caracas, 1996).
Graduado y postgraduado en Políticas públicas, Ciencia política, Gerencia educacional, Gestión ambiental, Economía social y Administración de empresas.
Profesor de Gerencia Ambiental y de Teoría Administrativa en la Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado - Venezuela.
Orden José Félix Ribas - Área Conservacionista (Teatro Teresa Carreño, Caracas, 1996).
Graduado y postgraduado en Políticas públicas, Ciencia política, Gerencia educacional, Gestión ambiental, Economía social y Administración de empresas.
Profesor de Gerencia Ambiental y de Teoría Administrativa en la Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado - Venezuela.