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12 abril, 2016

HAY COSAS QUE DEBES SABER SOBRE EL GURI Y EL COLAPSO ELÉCTRICO EN VENEZUELA: DEBEMOS REVERTIR LA DESTRUCCIÓN DE LA SELVA SI QUEREMOS NORMALIZAR EL SERVICIO


¡Adiós luz que te apagaste!
 
Por Samuel A. Scarpato Mejuto*
 
 
 
"Suerte que tenemos registro de lo que avisábamos veinte y treinta años atrás, lástima que muchos no tengan memoria", me decía un viejo ecologista, compañero de senderos, hoy postrado y olvidado en una cama, más por la frustración y la tristeza que por sus ochenta y siete años de edad.
Veinticinco años atrás dejaba el excursionismo a secas para dedicarme por completo al ecologismo o ambientalismo militante, nos íbamos por los campos y selvas levantando reportajes, canalizando denuncias y trabajando de la mano con comunidades rurales e indígenas. Fue un riesgoso tramo de nuestras vidas, para nada fácil; algunos compañeros desaparecidos y todos con la anciana angustia del bien colectivo a cuestas, haciendo mella de nuestra adolescencia y buena parte de nuestra juventud.
Pero algo hay que rescatar de esa experiencia y es lo que precisamente vengo a decirles, lo que nadie les dice del Guri y de la generación de energía hidroeléctrica en Venezuela.(...)
En torno a aquellas fogatas discutíamos por noches enteras la enorme situación de vulnerabilidad climática de Venezuela en función de su dependencia para con el estado de conservación la selva amazónica que detentan nueve países del subcontinente, especialmente nuestro voraz pero querido hermano, Brasil. Escuchábamos las palabras del Dr. Carlos Schubert (fallecido hace más de dos décadas), quien conocí por medio del ecologista Leobardo Antonio Acurero, para entonces compañero de senderos (veníamos del Frente Ecológico Regional, y luego -1993- fundamos en casa de mi madre el Centro de Investigación e Información Ecológica - CINECO).
Para entonces contrastamos en campo muchas investigaciones nacionales e internacionales, tal vez la más terrorífica o dantesca, era la evidenciada por el insigne Geólogo Carlos Schubert. Una de las últimas publicaciones de este investigador del IVIC y de otras tantas instituciones venezolanas, planteaba una controvertida y aterradora conjetura basada en las evidencias edafológicas: el norte de Suramérica (donde está hoy gran parte de Venezuela) era un desierto antes de la existencia de la selva tropical amazónica.
Schubert analizaba los suelos de nuestra Gran Sabana y otras porciones del sur venezolano y cada vez se convencía más de que estamos sobre un enorme desierto de suelos pobres, arenas cuársicas, con una muy frágil vegetación encima (muy superficial) que dependía de la novedosa existencia de un gran motor climático: la selva amazónica. Esta selva tropical lluviosa tiene pocos miles de años allí (en términos geológicos es muy nueva). No hay materia orgánica en sus suelos, ni fósiles de mega fauna, tampoco fósiles de remotos y profusos bosques, nada..., sólo rocas y arena.
En los años '90 del siglo XX, ya disponíamos de imágenes satelitales donde se estudiaba el patrón de vientos y el régimen de lluvias en Venezuela. Las masas de vientos que traen las lluvias sobre el territorio venezolano (de marzo a septiembre, con énfasis de mayo a agosto), los vientos alisios que corren desde el sureste hacia el noroeste, recogen (recogían) la evapotranspiración de la selva y traen (traían) toda esa humedad hacia el territorio venezolano. Entonces, a medida que se reduce la masa forestal amazónica, se reducen también las precipitaciones sobre Venezuela.
Cuando los vientos vienen del perfecto este o del noreste, nos traen agua que se evapora del océano Atlántico y del mar Caribe. Pero cuando los vientos vienen del sur-sureste y del sureste, deben recorrer ciertos corredores selváticos y traernos las inmensas masas de agua que la selva transpira. Por ejemplo, la hoy ocupada Guyana (territorio venezolano en reclamación) preserva aún importantes corredores de selva tropical, al igual que el extremo sur de Venezuela (más hacia el estado Amazonas) y el extremo centro norte del Brasil; en otras palabras, cuando el patrón de vientos pasa por los corredores de vida, suficientemente poblados de densa selva tropical lluviosa, esas masas de vientos traen suficiente nubosidad para el centro y sur de Venezuela.
Pero, ¿qué pasa cuando los vientos pasan por corredores secos?
Si observan la imagen satelital anexa (de toma reciente), verán un corredor de vientos que pasa por zonas terriblemente deforestadas, devastadas, al suroeste de Guyana, al sureste de Venezuela y al norte de Brasil (en torno a Boa Vista); allí han acabado con toda la selva amazónica para dar paso a la minería y al cultivo de soja, pastizales y otros cultivos cerealeros para forraje (consumo animal) o para consumo humano. Los suelos son tan pobres (recuerden al Dr. Schubert) que en seguida sobrevienen las dunas, enormes regueras de arena sin vida.
Hemos insulado (insulación, fragmentación boscosa, creación de islas boscosas), luego sabanizado (convertidos los suelos en praderas y sabanas casi estériles) y finalmente desertizado (pérdida de la fertilidad de los suelos) de lo que fue hasta hace pocos años una masa continua de bosque tropical lluvioso o pluviselva.
Cuando los vientos pasan por esos corredores secos, llegan secos a Venezuela. No es el fenómeno de "El Niño", es la intervención antrópica (humana) sobre tan frágiles ecosistemas. La avaricia y la ignorancia dieron paso a un proceso de ocupación espacial inmisericorde, sin evaluación (predictiva) del impacto ambiental que tendría, me refiero a la integración entre el norte de Brasil y el sur de Venezuela.
Hemos roto el ciclo de las lluvias porque hemos roto los corredores que permitían la "lluvia horizontal", cuyas masas de agua no provienen mayormente de la evaporación de los mares y lagos como nos enseñaron en la escuela, sino de la evapotranspiración de la selva. La selva, literalmente, es la que genera y regula la mayor parte de las lluvias que caen sobre Venezuela, al menos casi la totalidad que caen sobre las cuencas de los ríos Paragua y Caroní, responsables de abastecer de agua al embalse del Guri, cuyas masas de agua a su vez mueven (movían) las turbinas que dan electricidad al setenta por ciento de la población venezolana y al noventa por ciento de la economía venezolana.
Por décadas nos hemos opuesto al desarrollo del sur. Desde el primer periodo constitucional del presidente Rafael Caldera, hasta la actual presidencia de Nicolás Maduro, todos (absolutamente todos) los gobiernos venezolanos han buscado la explotación minera del sur venezolano, junto con la integración vial y productiva con el Brasil.
En la última década y media, hemos ampliado y asfaltado la vialidad que interconecta la Gran Sabana y Santa Elena de Uairén, en Venezuela, con el norte de Brasil, con epicentro en Boa Vista. Aunado a ello el fenómeno de el "bachaqueo" (fuga masiva o comercio ilegal de productos) por tan franca frontera, ha contribuido cuantiosamente con el afianzamiento social y económico de esta enorme porción norte de Brasil.
Si nos alarmábamos hace veinte años por saber que se deforestaban unas cuatro hectáreas por minuto de selvas, luego nos aterrorizábamos hace diez años porque la tasa de deforestación subió a once hectáreas por minuto; ahora estamos muertos por cuanto los modelos computarizados basados en las imágenes satelitales demuestran que superamos las veinte hectáreas por minuto de destrucción de selvas tropicales (en un entonces selvas lluviosas o pluviselva).
El proceso de recuperación va a ser lento, pero se requiere frenar con urgencia (hace veinte años ya era urgente hacerlo) la deforestación, la minería y el cultivo de ciclos cortos en el sur de Venezuela, centro y sur de Guyana, y norte de Brasil. Si la degradación y desaparición de los bosques tropicales no se detiene, no volveremos a ver normalizados los torrentes de agua que llenaban el vaso de las cuencas que llenan el embalse de Guri.
El proceso de sabanización debe revertirse, las "hermosas" sabanas en los entornos selváticos son un error de la historia humana, jamás se produjeron por obra y gracia de la naturaleza, menos aun los enormes arenales, dunas y zonas desérticas que ya vemos al sur del Parque Nacional Canaima, o en casi toda la cuenca del río Caroní, peor todavía en el extremo suroeste de Guyana y en el norte de Brasil (al rededor de Boa Vista).
Nuestro gobierno debe establecer petitorios y acuerdos urgentes para con los vecinos gobiernos, especialmente con el gobierno del Brasil. Nuestro parlamento nacional debe hacer lo propio. Ya no se trata de un asunto partidista, sino de unirnos en torno a la vida.
Este es un asunto tan estratégico para la sobre vivencia de Venezuela, que si no recuperamos la selva a mil kilómetros a la redonda de Guri (al este, sureste, sur y suroeste del embalse) -dije mil kilómetros, por efecto de los corredores de vientos alisios-, lamentablemente debemos desconectar el interruptor de las actividades económicas en el país, no queda de otra. Y, si queremos recuperar el patrón de lluvias en el llano venezolano y en las cuencas cuyo régimen hídrico depende del mismo patrón de lluvias (vientos alisios del sureste o patrón marzo-septiembre), es decir, cerca del ochenta por ciento del territorio venezolano, el rango de recuperación de la selva amazónica debe ampliarse a muchos más que pocos miles de kilómetros a la redonda.
Nuestro motor climático, lo sentenció el Dr. Schubert hace tres décadas, es la presencia de la selva amazónica; la ausencia de ella nos regresará a lo que fuimos antes que existiera: un enorme desierto.

 
*Samuel Antonio Scarpato Mejuto / @samscarpato
Orden José Félix Ribas - Área Conservacionista (Teatro Teresa Carreño, Caracas, 1996).
Graduado y postgraduado en Políticas públicas, Ciencia política, Gerencia educacional, Gestión ambiental, Economía social y Administración de empresas.
Profesor de Gerencia Ambiental y de Teoría Administrativa en la Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado - Venezuela.