«No os vayáis por favor, no, no os
vayáis», les gritan los pequeños mientras los persiguen hasta el coche cuando
acaba el acto
Tras el cierre de las fronteras, la estación de Idomeni es el hogar
forzoso de cientos de refugiados que se resguardan de la lluvia como
pueden. Los niños pequeños con chubasqueros chapotean en el barro aburridos de
esperar. Pero de repente entra en escena un payaso bailón. Globos, juegos y
sonrisas para todos. Una brizna de ilusión en medio de la desgracia.(...)
Abraham, Iván y Peter Punk han viajado desde Galicia para repartir
alegría a los pequeños refugiados. «Pallasos en Rebeldía» se
hicieron notar en el campo improvisado. Fue un soplo
de aire fresco necesario para los niños marcados por la guerra. «Nos quieren,
nos besan, nos dan comida. Hoy me han regalado un sombrero y me han dado su
bocadillo. Las madres nos llaman para que veamos a los pequeños. La relación
con ellos es increíble. Muy emocionante», explica Iván el bailón antes de
empezar a repartir narices azules al ritmo de samba.
María quiere tener una nariz como la de Iván. No se lo va a poner fácil,
balancea el preciado tesoro. Intenta hipnotizarla. Lo consigue. Al tercer
intento la pequeña siria tiene su recompensa. Dando saltos se la enseña a su
madre, no puede parar de sonreír. Los mayores se agolpan alrededor de los niños
y preguntan: «¿De dónde vienen?». Dan las gracias por la visita una y otra
vez. «Qué bonito es todo esto, mira a los niños, mira sus caras»,
explica Hamed, padre de cuatro niños.
Ivan y Peter Pan no dan abasto, dan forma a los globos, coronas, espadas y
caniches. «Otro, otro yo quiero otro», repiten los niños una y otra vez. «Nos
quieren mucho, me llaman papá porque hago un número en el que digo papá».
Iván salta corriendo sobre uno de los asistentes, lo abraza, lo besa y los
pequeños repiten «papá». El tiempo de la actuación llega a su fin y los payasos
tienen que visitar otros campos de refugiados antes de que caiga la
noche. «No os vayáis por favor, no, no os vayáis», les gritan
mientras los persiguen hasta el coche. Ellos les prometen que volverán pronto.
«Aquí no hay un campo de refugiados. Esto es un campo de
concentración. Idomeni es una zona cero de la humanidad y ahora mismo se ve
lo que significa para Occidente la solidaridad», dicen los tres payasos. Las
condiciones de los refugiados empeoran cada día que pasa. No para de llover.
Hacen falta mantas, tiendas de campaña y ropa. Todo está inundado por el agua.
Los voluntarios no dan abasto.
Sin embargo, lo que los refugiados piden es que se abra la frontera. No
quieren caridad, quieren seguir su camino. La desesperación empieza a notarse.
Un pequeño grupo se sienta sobre las vías para pedir la apertura del puesto
fronterizo. En la carretera más personas protestan y dan las gracias a Grecia por su
ayuda. «No queremos quedarnos aquí, lo tienen que entender. ¿Cómo vamos a creer
que nos reubicarán si hasta el momento no lo han hecho? Tienen que dejarnos
pasar. Encontraremos otros caminos», se juramenta Absalán portando una pancarta
donde se puede leer «Abrid la frontera».
La ruta de los refugiados está cerrada. Macedonia hizo
oficial la decisión en un comunicado donde informa que desde el martes nadie
puede entrar en su país si no tiene un pasaporte de la zona Schengen. Eslovenia, Croacia y Serbia aplican
también las restricciones fronterizas. La decisión supone el fin de la ruta de
los Balcanes. Para los refugiados. Grecia ha dejado de ser un país de tránsito
para convertirse en un gran campo de refugiados.
María, Hamed, Mustafá, Aysha: los pequeños que duermen sobre el barro en
Idomeni seguirán en la estación. Sus padres aún creen que el milagro puede
llegar, que Angela Merkel todavía puede salvarlos.
Así que ellos continuarán jugando en las vías del tren, chapoteando sin zapatos
en los charcos, con una ilusión renovada: los payasos les han prometido que
volverán así que esperarán.