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En su último año al frente de la ONU, Ban Ki-moon ha buscado avances en conflictos estancados como el de Oriente Medio y el del Sáhara Occidental, una apuesta que por ahora le ha dado principalmente disgustos con Israel y Marruecos.
Liberado por el inminente fin de su mandato y en busca de un legado, Ban
ha decidido dar un paso al frente ante dos poderes regionales que,
lejos de cooperar, han respondido con fiereza.
Primero fue Israel. Tras años de delicados equilibrios
en sus mensajes sobre Oriente Medio, el secretario general de Naciones
Unidas comenzó en los últimos meses a endurecer su postura ante las
autoridades israelíes, denunciando con claridad la ocupación de los
territorios palestinos y la política de asentamientos.
La respuesta del Gobierno israelí fue inmediata, al acusar a Ban de "justificar el terrorismo" y exigirle rectificaciones.
Pero lejos de hacerlo, el surcoreano respondió con una carta abierta en
el "New York Times" titulada con un contundente "No dispare al
mensajero, Israel".
En ella Ban acusaba a dirigentes
israelíes de "retorcer" sus palabras e insistía en el mensaje que tan
mal sentó al Gobierno de Tel Aviv: que medio siglo de ocupación es una
de las grandes causas de la violencia en Oriente Medio.
"Ignorar esto no va a hacer que desaparezca. Nadie puede negar que la
realidad cotidiana de la ocupación provoca ira y desesperación, que son
grandes factores de la violencia y el extremismo", subrayó.
Con ese enfrentamiento público tan poco habitual para la ONU y el mundo
de la diplomacia aún caliente, en las últimas semanas Ban se ha
convertido además en el blanco de las iras de Marruecos como
consecuencia de su reciente viaje a la región del Sáhara Occidental.
La tensión latente desde hace años entre Naciones Unidas y Rabat se
desbordó después de que el diplomático utilizase en su visita la palabra
"ocupación" para referirse a la situación en la excolonia española y
dejase varios gestos y mensajes "insultantes", a juicio de las
autoridades marroquíes.
Y una vez más, en lugar de
una clásica respuesta diplomática, Ban se encontró con una durísima
reacción. Marruecos dio alas a una multitudinaria manifestación en su
contra, lanzó numerosos ataques contra el secretario general y anunció
medidas contra la misión de la ONU en el Sáhara Occidental.
En ambos casos, pero sobre todo en este último, Ban se ha encontrado
solo, con un Consejo de Seguridad que ha preferido no dar la cara por
él.
La situación se hizo absolutamente evidente esta
semana, cuando el diplomático buscó el apoyo del máximo órgano de
decisión de la ONU y no recibió más que un vago mensaje que, si ayudó a
alguien, fue a Marruecos.
"Creo que habría sido mejor
si hubiésemos recibido palabras más claras del presidente del Consejo
de Seguridad", dijo tras esa reunión el portavoz de Ban, Stéphane
Dujarric, dejando clara la decepción de su jefe.
El
año pasado éxitos como el acuerdo sobre cambio climático y la aprobación
de la nueva agenda contra la pobreza quedaron oscurecidos por la
impotencia de Naciones Unidas ante conflictos como los de Siria, el
Yemen, Libia, Sudán del Sur y muchos otros.
En la
mayoría de esos casos, la organización tiene las manos atadas por los
Gobiernos o por la división del Consejo de Seguridad.
En 2016, por ahora, Ban está comprobando en sus propias carnes que
plantar cara a los Estados -al menos a aquellos con un cierto poder-
sale caro.
La imagen de la ONU, y por extensión de su
máximo responsable, se ha visto mientras tanto afectada por el
escándalo de los abusos sexuales por parte de "cascos azules", por un
sonado caso de corrupción y por las crecientes críticas al
funcionamiento de la organización.
"En términos de su
misión general, gracias a una colosal mala gestión, Naciones Unidas
está fracasando", aseguró esta semana Anthony Banbury, un veterano alto
cargo que dejó su puesto en la ONU el pasado febrero.
Aunque Banbury salvaba a Ban de la quema -definiéndole como un hombre
de "gran integridad"-, el ataque golpea la credibilidad de la
organización y da alas a sus críticos en un momento delicado.