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22 marzo, 2016

Israel y Marruecos amargan las apuestas de Ban en su último año en la ONU


eldiario.es

En su último año al frente de la ONU, Ban Ki-moon ha buscado avances en conflictos estancados como el de Oriente Medio y el del Sáhara Occidental, una apuesta que por ahora le ha dado principalmente disgustos con Israel y Marruecos.
Liberado por el inminente fin de su mandato y en busca de un legado, Ban ha decidido dar un paso al frente ante dos poderes regionales que, lejos de cooperar, han respondido con fiereza.


Primero fue Israel. Tras años de delicados equilibrios en sus mensajes sobre Oriente Medio, el secretario general de Naciones Unidas comenzó en los últimos meses a endurecer su postura ante las autoridades israelíes, denunciando con claridad la ocupación de los territorios palestinos y la política de asentamientos.
La respuesta del Gobierno israelí fue inmediata, al acusar a Ban de "justificar el terrorismo" y exigirle rectificaciones.
Pero lejos de hacerlo, el surcoreano respondió con una carta abierta en el "New York Times" titulada con un contundente "No dispare al mensajero, Israel".
En ella Ban acusaba a dirigentes israelíes de "retorcer" sus palabras e insistía en el mensaje que tan mal sentó al Gobierno de Tel Aviv: que medio siglo de ocupación es una de las grandes causas de la violencia en Oriente Medio.
"Ignorar esto no va a hacer que desaparezca. Nadie puede negar que la realidad cotidiana de la ocupación provoca ira y desesperación, que son grandes factores de la violencia y el extremismo", subrayó.
Con ese enfrentamiento público tan poco habitual para la ONU y el mundo de la diplomacia aún caliente, en las últimas semanas Ban se ha convertido además en el blanco de las iras de Marruecos como consecuencia de su reciente viaje a la región del Sáhara Occidental.
La tensión latente desde hace años entre Naciones Unidas y Rabat se desbordó después de que el diplomático utilizase en su visita la palabra "ocupación" para referirse a la situación en la excolonia española y dejase varios gestos y mensajes "insultantes", a juicio de las autoridades marroquíes.
Y una vez más, en lugar de una clásica respuesta diplomática, Ban se encontró con una durísima reacción. Marruecos dio alas a una multitudinaria manifestación en su contra, lanzó numerosos ataques contra el secretario general y anunció medidas contra la misión de la ONU en el Sáhara Occidental.
En ambos casos, pero sobre todo en este último, Ban se ha encontrado solo, con un Consejo de Seguridad que ha preferido no dar la cara por él.
La situación se hizo absolutamente evidente esta semana, cuando el diplomático buscó el apoyo del máximo órgano de decisión de la ONU y no recibió más que un vago mensaje que, si ayudó a alguien, fue a Marruecos.
"Creo que habría sido mejor si hubiésemos recibido palabras más claras del presidente del Consejo de Seguridad", dijo tras esa reunión el portavoz de Ban, Stéphane Dujarric, dejando clara la decepción de su jefe.
El año pasado éxitos como el acuerdo sobre cambio climático y la aprobación de la nueva agenda contra la pobreza quedaron oscurecidos por la impotencia de Naciones Unidas ante conflictos como los de Siria, el Yemen, Libia, Sudán del Sur y muchos otros.
En la mayoría de esos casos, la organización tiene las manos atadas por los Gobiernos o por la división del Consejo de Seguridad.
En 2016, por ahora, Ban está comprobando en sus propias carnes que plantar cara a los Estados -al menos a aquellos con un cierto poder- sale caro.
La imagen de la ONU, y por extensión de su máximo responsable, se ha visto mientras tanto afectada por el escándalo de los abusos sexuales por parte de "cascos azules", por un sonado caso de corrupción y por las crecientes críticas al funcionamiento de la organización.
"En términos de su misión general, gracias a una colosal mala gestión, Naciones Unidas está fracasando", aseguró esta semana Anthony Banbury, un veterano alto cargo que dejó su puesto en la ONU el pasado febrero.
Aunque Banbury salvaba a Ban de la quema -definiéndole como un hombre de "gran integridad"-, el ataque golpea la credibilidad de la organización y da alas a sus críticos en un momento delicado.