Vistas de página en total

18 enero, 2016

Garbiñe Muguruza, retrato de campeona


El País


Tiene 22 años y en 2015 se ha coronado entre las tres mejores tenistas del mundo. Wimbledon fue su consagración

Tiene un estilo deportivo y estilístico diferente al de sus rivales. A mitad de camino de España y Venezuela, amante de la moda y con un carácter fuerte, ha nacido una estrella


Garbiñe Muguruza, la tercera jugadora en el ranking de la WTA, es mucho más alta de lo que puedas imaginar y completamente puntual. Todo en ella desprende naturalidad. Sus triunfos, su altura, su absoluta entrega al tenis. Pero al sentarse en una de las plantas altas del hotel Arts en Barcelona, sorprende descubrir en su figura curvas más bien asociadas a chicas Bond. Y toda su conducta es bastante más femenina de lo que estamos acostumbrados a observar en las deportistas. “Es mi parte venezolana”, desarma con una perfecta sonrisa y un ligerísimo movimiento de su melena. “No tengo el más mínimo interés en dejar de ser coqueta por ser la mejor tenista del mundo”, agrega con esa impecable sonrisa que, a medida que conversamos, va volviéndose implacable, casi tan fuerte y certera como sus saques en los torneos.

ADVERTISEMENT
“Este año ha habido momentos muy buenos y los malos muy malos. Wimbledon ha sido de los muy buenos. Te levantas esa mañana diciéndote: llevo toda mi vida entrenando para este momento y además con una contrincante que he admirado toda esa vida, Serena Williams. Es una posición muy privilegiada. ¿Cuántas personas pueden conseguirlo?”, explica. ¿Te dan ganas de abrazarla, porque ha sido tu ídolo?, pregunto. “¡Para nada!”, exclama. “Lo último que quieres en ese momento es perder. Deja de ser ídolo para volverse una contrincante”.

Garbiñe ha jugado al tenis desde los tres años y su mirada transmite que observa la vida como un partido: un reto, un triunfo y el siguiente. “Tomé la decisión de hacerme profesional porque estaba muy convencida desde muy joven. Nunca tuve dudas, porque todo era una progresión”. Explica con un tono de voz tan equilibrado como su acento, ligeramente español y ligeramente venezolano. “Mi nombre es muy complicado de pronunciar, cambia completamente en inglés y en francés, así que he aceptado presentarme como Garbín, pero en lo que me piden que lo repita ya digo Garbiñe. La ñ es muy importante para mí”.

Ahora que está en esos días de descanso en los que puede hacer lo que le da la gana, ¿se aburre? “La gente de mi edad no tiene mis responsabilidades. Y ellos creen que mi vida es como una película. Los tenistas somos muy difíciles para hacer amigos, somos muy competitivos y estamos todo el tiempo de gira. Y también es muy difícil hacer amistades entre otras tenistas porque al día siguiente vamos a competir. Los chicos es distinto, pero las chicas… nos odiamos todas. Literal. Y las que digan lo contrario mienten”, enfatiza con una buena carcajada. “Aunque también nos fijamos en cosas muy de mujeres. Nos repasamos y de repente pienso: ‘Tengo las uñas mejores”. Vuelve a reír. “No lo puedes evitar. Es increíblemente diferente que con los chicos”. ¿Puede ser machismo? “Lo he pensado muchas veces, porque veo a los chicos que son más amigos entre ellos. Cuando vamos a esos eventos, un poco por compromiso, previos a los torneos, la verdad es que echo en falta a alguien con quien poder cotillear: ‘¡Dios mío!, ¿vistes cómo iba esa?”.

El tenis es uno de los deportes con más estilo. ¿Se fija en alguien para mejorar su juego o la forma? ¿Recuerda los gritos de Monica Seles? ¿Navratilova le parece como si habláramos de los dinosaurios? “No me fijo en nadie, pero es porque el tenis ha cambiado mucho en estos años. Somos mucho más deportistas, estamos más entrenadas, más desarrolladas. Cuando veo un partido de Navratilova, admiro su juego, pero lo veo muy antiguo. Casi artesanal. Nosotras somos mucho más tecnológicas. Y con mucho más músculo”. ¿El dopaje es una pregunta demasiado recurrente? “Está muy controlado. Llegas a tu casa un día cualquiera y te dicen: ‘Oye, el doping’.

Tienes que dejar una hora libre todos los días para el control. Te llevan a una habitación y te pueden pedir análisis de orina o de sangre. Vives con ello”. ¿Se ha utilizado el doping para desdeñar el éxito deportivo español? “Es que nuestro éxito, como tú lo llamas, ha sido espectacular. Pero nuestros logros están ahí. Pienso que en mi caso, en el tenis femenino no se ha podido igualar lo que consiguieron Arantxa y Conchita”, dice, esbozando una sonrisa pícara, “porque es muy difícil, pero siento que lo estamos equilibrando. No me gusta compararme con ellas, no siento que sea mi meta ser la sucesora de Arantxa y Conchita. Estoy encantada con ser Garbiñe”.
Reacciono con ganas de aplaudirla y ella se embala. “A veces pienso que juego porque me impacta mucho cuando una niñita se me acerca y me dice: ‘Quiero ser como tú’. Porque pienso que las mujeres de hoy tenemos más fuerza, más libertad. Hasta hace poco una jugadora ganaba muchísimo menos que un jugador. Y ahora se ha igualado. Para mí es importante formar parte de una generación en la que hay más paridad. Sin embargo, un partido de Rafa Nadal va a ser en un estadio de 80.000 personas y el mío en uno de 40.000, pero sí se ha igualado el valor del esfuerzo. Es cuestión de tiempo que los estadios estén también igualados”.

¿Es complicado ser venezolana y jugar como española en la WTA y el equipo español en la Copa Federación de Tenis de la ITF? ”Me gusta estar un poco en mitad del agua, me gusta el apoyo que recibo de Venezuela, no quiero olvidar lo que nos ha dado a mi familia y a mí para estar donde estoy ahora en el tenis. Mis triunfos son para los dos países. El tenis puede durar 10 años y durante ese tiempo tienes que resolverte la vida. Soy una mujer que vive en un mundo muy exigente, me tengo que poner un caparazón porque soy muy sensible. Pero necesito marcar esa distancia para proteger mi sensibilidad, porque creo esa emotividad es la que hace que mi juego sea distinto”. ¿Hay alguien dispuesto a vencer toda esa protección y darle un beso?; Garbiñe me mira como si fuera una replicante de Blade Runner y el café se enfría de golpe. “Hay gente que en efecto quiere rascar y de inmediato me retraigo: ‘No entres. Es mejor que no entres”, zanja imitando una voz de niñita en una película de terror.

La tenista vive entre 10 y 11 meses al año nómada por el planeta.
La tenista vive entre 10 y 11 meses al año nómada por el planeta. / ana nance
¿El proceso soberanista que acontece en Cataluña le afecta? “Prefiero hablar de otras cosas, no encuentro que esté lo suficientemente informada para que mi opinión sea importante”. ¿El cambio climático está entre sus intereses? “En los 10 u 11 meses de competición te puedo asegurar que todo parece bastante estable. Siempre hace el mismo calor terrible en Australia cada enero”. ¿Apoya el matrimonio entre personas del mismo sexo? “Cuando el amor te llega, te llegó. Pienso muy poco en ese tema: si esa es tu vida, soy completamente respetuosa. Me asombra la gente que es todavía muy radical con respecto a la libertad de los demás. Al final, todo lo que prohíbes es lo primero que haces”.

La conversación se aligera porque Garbiñe es muy curiosa, en un momento dado me interroga a mí sobre tratamientos de belleza. ¿Cómo es la alimentación en esos 11 meses de torneos? “¡Serena Williams siempre come sola!”, suelta riéndose. “No podría comer un bocadillo de chocolate con nata aunque luego lo quemara. Se trata de mantener una buena línea de alimentación. Pero sí observo a otras tenistas que dejan de jugar y se ponen a comer con furia, como una liberación”. ¿Le gustó el último James Bond? “Cuando veo James Bond, quiero ver a un hombre elegante y a la vez un asesino, y esta vez solo vi un matón. Voy mucho al cine, probablemente vea Ocho apellidos catalanes. La anterior me gustó mucho, porque mi padre es vasco, claro. Le dije: ‘Te han clavado, papá”.

Su equipación está firmada por Stella ­McCartney, ¿otro guiño para afirmar su feminidad? “Sí, mi ropa de deporte es mucho más femenina que la de mis contrincantes”, confiesa seguida de una carcajada larga. “Para mí es muy importante el momento en que me visto para un partido. Prefiero estar sola, ir colocando cada pieza con tiempo. Cuando está todo listo, me pongo la visera. Es mi protección. Porque con ella solo veo a mi contrincante, no siento que estoy en una cancha repleta de miles de personas. Tampoco pueden verme, mis malas caras, las malas palabras que empleo entre los sets. “Ahí esta Garbiñe murmurando groserías”, se imita haciéndolas y parece un pequeño salvaje. “Cuando termina el partido, me la quito. Porque entonces ya no quiero que nada obstaculice mi visión”.