Opinión
Por Juan Eliécer Ramírez
Reconozco por convicción que el milagro del nacimiento de un bebé forma parte del maravilloso plan del Creador, de permitirnos trascender de la dependencia absoluta a la más elevada interdependencia.
Cada uno de nosotros creció físicamente dentro del vientre
materno, dependiendo por muchos meses de su cuerpo para sustentar el nuestro.
Sin embargo, al final, el proceso del nacimiento –dramático tanto para la madre
como para el niño- nos separó.
Cuando irrumpimos en este mundo, siendo apenas un bebé, el
cambio de temperatura, la luz y la repentina ausencia de presión en el pecho
nos indujeron, e inducen a todo bebé que nace, a tomar nuestro primer aliento
de vida.
Nuestros pequeños pulmones de repente se llenan de aire por
primera vez, nuestros órganos empiezan a funcionar y respiramos de manera
independiente.
Al cortarse el cordón umbilical, esa fuente de sustento
entre nuestra madre y nosotros se separa para siempre y comienza la vida en la
tierra, siendo aun totalmente dependiente.
El amor y las atenciones obligatorias de quienes forman
parte de nuestro entorno familiar nos ayudan a crecer, alimentarnos, asearnos,
vestirnos, educarnos, y recrearnos, hasta que finalmente alcanzamos la tan
anhelada independencia, con la cual nos ufanamos tanto, pensando que ya lo
hemos alcanzado todo por nosotros mismos, en muchos casos, olvidando incluso y
desagradeciendo lo que otros hicieron por nosotros.
Al darnos cuenta que desde nuestros supuestos logros
personales lo que hemos hecho es aislarnos cada vez más, cercados por títulos,
oficios, cargos, rangos, profesiones, posesiones, filosofías, ideologías y
creencias, abstrayéndonos de lo que realmente somos, hijos de Dios.
La experiencia, las pruebas y los errores, terminan siendo
nuestros mejores maestros, enseñándonos que Dios es un Ser interdependiente,
cualidad ésta, que por ser Sus hijos espirituales heredamos. De allí que
tenemos el potencial, además de la inteligencia para interactuar y desde
nuestra sinergia alcanzar todo lo que colectivamente los humanos nos
propongamos.
Según Stephen R. Covey, autor del best seller “Los 7 hábitos
de la gente altamente efectiva” “la interdependencia efectiva sólo puede
construirse sobre una base de verdadera independencia. No se puede tener éxito
con otras personas sino se ha pagado el precio del éxito con un mismo” “No se
puede recoger frutos cuando faltan las raíces. El autodominio y la disciplina
son los cimientos de una buena relación con los otros” La independencia es un
logro. La interdependencia sólo está al alcance de gente independiente”.
Al alcanzar el anhelado nivel interdependiente nuestros
pensamientos y relaciones siempre serán del tipo ganar-ganar, lo cual nos
permite desarrollar una mentalidad y una cultura de abundancia material y
espiritual para poder establecer un balance entre nuestros objetivos y los
objetivos de los demás y alcanzar el tan preciado bien común, con lo cual
construimos las sólidas bases para la convivencia y la equidad entre los seres
humanos.
Sólo la sinergia de quienes han alcanzado el elevado nivel
de la interdependencia permite desarrollar la habilidad y actitud de valorar la
diversidad de ideas y caracteres, para poder producir ideas mejores y
superiores a las individuales. Posibilitando el trabajo en equipo y la innovación,
que tanta falta nos hace a los venezolanos en los actuales momentos de
incertidumbre.
¿Podrá despojarse nuestra clase dirigente y gobernante del
comportamiento egoísta e individualista que hoy nos tiene hundidos y atrapados
en la más estéril polarización?
¿Podremos los ciudadanos conscientes de nuestra propia
realidad contribuir desde nuestra independencia, dar el salto cualitativo y
cuantitativo hacia la interdependencia y construir entre todos la Venezuela
unida, fuerte, próspera, democrática, libre y sustentable
que todos soñamos?