
A
la entrada del nuevo siglo milenio, la convivencia humana descansa sobre las
frágiles bases de un sistema social agotado en lo político, económico y
cultural: la economía de mercado en su fase transnacional-capitalista y la
democracia formal burguesa en su etapa de involución plutocrática, dan paso a
aventuras que subvierten el orden natural de las cosas y nos hunden cada día
más en el oscuro laberinto de la pobreza –material y espiritual- caldo de cultivo
de los regímenes más oprobiosos, pues pretenden sobrevivir a expensas de
nuestra esclavitud, privándonos de los más elementales derechos humanos y a un
ambiente ecológicamente equilibrado.
Sin
bases éticas, sin satisfacer las necesidades económico-sociales y sin capacidad
para emplear las tecnologías y ciencias disponibles de manera racional en
beneficio de la humanidad y de la naturaleza, las élites dominantes de
distintos signos de la sociedad global se han convertido en el principal
obstáculo para la construcción de un mundo mejor.
Frente
a los grandes y crecientes problemas económicos, sociales, políticos y
ecológicos, esas élites no ofrecen ninguna perspectiva de desarrollo para las
mayorías. Nos hacen saber que las ofertas del futuro son sólo cuatro: 1.- La
dictadura del desarrollo al estilo de los tigres asiáticos, es decir, medio
siglo de despiadada acumulación del capital en condiciones de flagrante
antidemocracia; 2.- La dictadura de la clase rentista mundial (capital
financiero), conocida como
neoliberalismo; 3.- El “tercer camino” de Tony Blair, que es la dictadura
socialdemócrata del capital productivo que dentro de las condiciones de pobreza
y explotación de los países neocoloniales no puede funcionar y 4.- La dictadura
del proletariado (comunismo/socialismo del SXXI), cuyas nefastas consecuencias
en China, la antigua URSS, Cuba, etc. la sociedad global jamás debe olvidar.
La acumulación de esas pequeñas,
medianas y grandes sumas forma los capitales que alimentan a las grandes
empresas que tienen por objeto completar nuestra maquinaria, desarrollar
nuestra industria, nuestro comercio, nuestra agricultura y de colocarnos en
posición de enfrentar la competencia extranjera. Aseguran, en fin, el éxito de
los empréstitos nacionales por medio de los cuales se podrá conducir a buen
término las grandes obras públicas que traerán como resultado cierto la
grandeza y la prosperidad de nuestra patria.
Ha
habido una revolución de mentalidades en la forma como los franceses y otros
países desarrollados conciben el dinero, el ahorro y el patrimonio. El ahorro
per se, sin un propósito definido, está claramente desapareciendo, pero el
referido a un proyecto o a preocupaciones precisas –como alcanzar el desarrollo
sustentable del país- se ha revalorado.
La
preocupación actual es cómo hacer fructificar el capital para darles bienestar
a sus poseedores después de retirarse de la actividad económica. El consumo no
es ahora antagónico al ahorro, sino que coexisten dentro de una lógica de
adaptación a las circunstancias y a las
oportunidades.
El
ahorro popular es la base de una nueva sociedad al convertirse ésta en una
palanca de la democratización porque todo ciudadano que ahorra participa en la
distribución de la riqueza.
Esta
nueva alianza propuesta a partir del sistema SAFITEC, entre el Estado y el
ciudadano, junto con la concepción del ahorro como el factor esencial del
progreso económico global y una forma de democratización plena de la vida en la
sociedad, constituyen los aspectos más relevantes para comprender el peso que
adquiere el ahorro popular no sólo en las finanzas estatales sino también en el
debate político permanente.
Los
recursos acumulados por la red socio ambiental propuesta, además de fortalecer
el patrimonio individual y colectivo, podrían destinarse a cuatro campos de
acción de interés general: a) restauración urbana, b) desarrollo de empleo
productivo y de las pequeñas y medianas empresas, c) desarrollo sustentable en
las regiones del país y d) financiamiento y cohesión social mediante la
capacitación y motivación permanentes.
“El
ahorro encuentra su verdadero lugar en la teoría y en la práctica económica, ni
panacea ni mal devastador, ni vicio ni virtud, sino función esencial destinada
a permitir la repartición en el futuro de los frutos del presente” (Louis
Fortran y Gérard Klein, L’Épargne des
ménages).