Por Guzmán Urrero
Tercera Cultura
Tercera Cultura
Umberto Eco tiene más de cincuenta
mil libros en las estanterías de su casa de Milán. Uno siente la necesidad de
destacar este hecho, dado que ese grado de refinamiento como bibliófilo ilustra
bien las opiniones que tiene sobre internet y las redes sociales. Así, frente
al revoltijo incontrolable de prejuicios y obsesiones que conlleva la cultura
tuitera, el semiólogo y novelista –firme, incluso combativo– defiende dos
saludables actitudes: el sentido crítico y el control de la veracidad.
Además de autor de novelas de tanto éxito como El nombre de la rosa, Eco es un fabuloso descodificador
de la cultura contemporánea. Y eso queda de manifiesto tanto en sus ensayos más
significativos –pienso en Apocalípticos
e integrados y en Lector in
fabula– como en su más reciente novela, Número Cero, publicada por Lumen el 9 de abril de este mismo año.
(...)
(...)
El mal periodismo, entendido como una maquinaria que expulsa
fango, es el tema principal de Número
Cero, una obra que podemos leer como la respuesta de Eco ante un ecosistema
comunicativo en el que la trivialidad, el matonismo y la agitación sustituyen a
una tradición periodística basada en la democracia, la libertad y la
pluralidad.
La conspiración y la sospecha son las armas de esta nueva era, en
la que la inmediatez convierte al tuit en un instrumento más poderoso y
seductor que un reportaje imparcial y bien documentado. Quizá esto suceda
porque, como dice Eco, uno se
fia de todo –o ya no se fía de nada– cuando no es posible diferenciar entre una
fuente rigurosa y otra disparatada.
¿Algún medio acoge en sus páginas una crítica de esta realidad
virtual, donde lo verificable se mezcla con lo falso y lo conspiranoico? No hay
duda de que al escritor le preocupa este auge de las falsificaciones,
precisamente porque ese es el alimento de los complots que noveló en El péndulo de Foucault y en El cementerio de Praga.
"Hay muchas pequeñas conspiraciones –dice–, y en su mayoría
han quedado expuestas. Pero la paranoia de una conspiración universal es más
poderosa, porque es eterna. Nunca se puede desvelar porque desconocemos quién
está detrás. Es una tentación psicológica de nuestra especie. Karl Popper escribió un hermoso
ensayo sobre el asunto, en el que dice que esto comenzó con Homero. Todo lo que sucede en Troya fue
urdido por los dioses el día anterior, en la cima del Olimpo. Es una manera de
no sentirse responsable de algo. Por eso mismo, las dictaduras utilizan la noción
de conspiración universal como un arma. Durante los primeros diez años de mi
vida, fui educado por los fascistas en la escuela. Ellos recurrían a una
conspiración universal: los ingleses, los judios y los capitalistas estaban
conspirando contra los pobres italianos. Para Hitler era lo mismo Y. Berlusconi se ha pasado todas sus campañas electorales
hablando de la doble conspiración de los jueces y los comunistas".
¿Las redes sociales desarticulan estas manipulaciones o, por el
contrario, son el espacio idóneo para ese tipo de engaños masivos?Eco lo ha dejado claro durante un
encuentro con la prensa, organizado en el Gran Palacio de la Real Escuela de
Equitación en Turín, tras recibir el doctorado honoris causa de manos del rector de la universidad turinesa, Gianmaria Ajani.
"El fenómeno Twitter –ha dicho en ese encuentro– nos permite
mantener el contacto con los demás. Tiene una naturaleza onanista, pero es un
fenómeno positivo en términos generales. Pensemos en algo que sucede en China o
en Turquía, y que de inmediato genera un movimiento de opinión. Se dice que si
esto hubiera existido en tiempos de Hitler,
no hubiera podido completar sus planes, porque las noticias sobre él habrían
circulado viralmente. Por otro lado, Twitter da derecho de expresión a una legión
de imbéciles, que en otro tiempo se limitaban a hacerlo en el bar, tras tomar
un vaso de vino, sin dañar a la colectividad. Antes eran fáciles de silenciar,
pero ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión
de los necios. Esto plantea, además, un problema de filtrado: uno no sabe si
está hablando con un premio Nobel o con un idiota."
"La cuestión básica es el filtrado –insiste–. El periódico
tradicional se hace en equipo, y eso, en principio, filtra los contenidos. En
cuanto a la invasión de los imbéciles de la que hablo, creo que genera un síndrome
de escepticismo. La gente tiende a no creer en lo que se dice por la red. Al
principio, hubo un gran entusiasmo con las redes, que poco a poco se ha perdido.
Si un periódico publica una noticia que es evidentemente falsa, sus lectores
dejan de comprarlo, porque lo que esperan son noticias exactas. En Twitter, en
cambio, uno puede fingir que es Rita
Hayworth."
Eco pone en sus justos términos
la conversación 2.0, tan ensalzada por los ciberutopistas. "Encuentro muy
positivo que pueda haber una respuesta a lo que uno escribe –comenta–. Es lo
que sucede, por ejemplo, en un seminario universitario. Pero cuando imparto una
conferencia con más cincuenta asistentes, eso ya no es viable. Lo que es positivo con un grupo restringido
puede convertirse en un delirio cuando los participantes exceden cierto número. Llevándolo
al terreno de las redes, vivimos un enorme cambio en la historia de las
comunicaciones, y hay aspectos positivos, pero al mismo tiempo, también se
presentan problemas irresolubles como éste que acabo de mencionar."
Para Eco, llueve
sobre mojado. En el fondo, las redes sociales son la escenificación digital de
un proceso que comenzó en la pequeña pantalla. "La telebasura –dice– ha
promovido al tonto del pueblo, con respecto al cual el espectador se siente
superior. El drama es que eso ha impulsado al tonto del pueblo como portador de
la verdad. Precisamente por esto hay que fomentar la crítica desde los medios.
Yo soy fiel a la idea de Hegel:
la lectura del periódico es la oración matinal del hombre moderno."
En este punto, el semiólogo parece recordar con nostalgia aquello
que hace décadas escribió en La
estrategia de la ilusión, cuando denunciaba el modelo negativo y
manipulador que empezaba a verificarse en las televisiones.
¿Como pueden defenderse las nuevas generaciones ante la
falsificación informativa en las redes? Se trata, sin duda, de un problema que
atañe a los padres y a los centros educativos. "El gran problema de la
escuela de hoy –explica Eco– es
cómo enseñar a filtrar la información de internet. Es algo que ningún profesor
hace, porque son neófitos con respecto a este instrumento. Este problema es un
drama de nuestro tiempo. Tengo una propuesta en este sentido, y es que los periódicos
dediquen dos páginas al análisis y crítica de los sitios web. Si el enemigo de
la prensa son las redes, en lugar de hacer el periódico copiando o imitando lo
que se hace en internet, los periodistas deberían plantear una crítica de
internet, señalando lo que es falso o no. Mi otra propuesta es que el maestro,
con valor, diga a sus alumnos: 'Este es el tema que tenéis que desarrollar.
Sentíos libres de copiar de internet –la copia puede ser una virtud–, pero usad
al menos diez sitios'. De esa forma, los estudiantes se verán obligados a
comparar esas diez webs, encontrando contradicciones y planteándose el problema
con sentido crítico... ¿Por qué un profesor no puede ejercer ese papel?"
Una crisis en
la memoria colectiva
En una magnífica entrevista realizada por Daniela Panosetti,
el escritor va más allá, y recuerda que la educación en el diálogo es una de
las bases de la cultura democrática.
"La función de la cultura –le dice a Panosetti– es generar un crecimiento
colectivo. Este crecimiento, dentro de los márgenes de la libertad de expresión
(en caso contrario, se habla de dictadura), se articula siempre como una crítica
a lo que dice el otro. Es el modelo ideal del diálogo socrático: uno se levanta
y toma la palabra, y luego lo hace el otro, sea el maestro, el amigo o quien
sea. Se levanta y, a su vez, expresa su desacuerdo, y así sucesivamente. Esto,
por supuesto, es aplicable tanto para la sociedad como para los individuos: la
cultura personal requiere la crítica de los demás."
"Lo que está sucediendo con internet –añade– es que se está
idolatrando el ideal de la expresión ilimitada, sin ningún control por parte de
los otros. Tomándolo por el lado negativo –o apocalíptico–, podríamos decir que
éste es el triunfo de la palabra necia. Esto no es cultura. O mejor dicho: el
tonto puede hablar e incluso enseñar en la universidad, pero siempre queda una
posibilidad para que otros puedan argumentar, responder u ofrecer modelos
alternativos. Con estas formas de pseudo-participación, sin embargo, cualquier
persona expresa lo primero que se le viene a la cabeza, y puede hacerlo con un
tono y contenido ofensivos. Es probable que así se pierda el requisito
fundamental de la democracia, es decir, la asunción de que no todo lo que se
dice es correcto. Quién aboga por esa espontaneidad pura como forma de expresión,
renuncia de hecho a la democracia –y por lo tanto, a la cultura democrática–
como una crítica de las opiniones ajenas."
¿Respeto por el criterio del sabio o del especialista? Parece que
las ambigüedades en cadena que fomentan las redes sociales desdeñan ese modelo.
La tabla rasa del conocimiento y la idea de que todas las opiniones son
respetables dinamitan la posibilidad del verdadero debate.
Hablando de conocimiento, surge otro problema, y es la paulatina
erosión de la memoria. "El problema es que nos enfrentamos a una enorme
crisis en la memoria colectiva –dice Eco en
la misma entrevista–. Basta con pensar en los cuatro jóvenes que, hace algún
tiempo, en un concurso televisivo, preguntados acerca de un episodio en la vida
de Mussolini, no sabían
ubicarlo de ninguna manera. ¡Ninguno de ellos recordaba que había muerto en
1945! No vamos a creer que las generaciones anteriores sabían la fecha exacta
de la muerte de Napoleón, pero,
ciertamente, sabían situarla más o menos con relación a la expedición de Garibaldi o al comienzo de la
Segunda Guerra Mundial. La memoria colectiva está en crisis porque está en
crisis también el cultivo de la memoria individual. Quién no sabe cuando murió Mussolini probablemente ni
siquiera recuerda lo que hizo el verano pasado. Y le importa menos aún saber qué
pasó con sus padres o abuelos."
"Cuando yo era un niño –le cuenta Eco a Panosetti–,
aprendí cosas interesantísimas sobre la Primera Guerra Mundial escuchando las
historias que contaba mi madre. Mi memoria personal entró en contacto con los
retazos de la memoria de los demás, y ello me permitió reconstruir un plano de
recuerdos compartidos, del que forman parte tanto las canciones de mi madre
como la fecha en que se produjo el atentado en Sarajevo. El muchacho que
vive frente de la pantalla del ordenador, y que ya no escucha a su madre
cantar, sufre al mismo tiempo una pérdida de la memoria individual y una pérdida
de esa memoria colectiva. De ahí la provocación que incluí en una carta que
escribí a mi sobrino. Le dije: apréndete de memoria el poema de la Vispa Teresa
[La farfalletta, una poesía infantil
incluida por Luigi Sailer en
el libro L'arpa della fanciullezza (1865)],
no porque sea relevante conocer el contenido, sino porque tienes que ejercitar
tu memoria."
"Corremos el riesgo –dice Eco– de que venga al mundo una generación que solo esté interesada
en conocer el presente. Hace algún tiempo, un amigo me dijo, con ganas de
provocar, que releyendo mi novela El
péndulo de Foucault se había sorprendido ante la descripción de un teléfono
público. ¡Había olvidado que una vez existieron las cabinas! Este es un buen
ejemplo de esa nivelación cultural que solo se fija en el presente. No es que
mi amigo hubiera perdido ese recuerdo en un sentido absoluto: solo había
desactivado esa memoria particular, porque es incompatible con un presente al
que nos vinculamos en exceso. Y si
en casos de este tipo eso conduce al olvido del pasado, a otros –los más jóvenes–
los conduce a una falta de interés en lo que ocurrió en ese pasado. No
sé cuántos jóvenes de hoy sabrán cuándo empezaron a usarse los teléfonos móviles,
pero estoy dispuesto a apostar que a muchos les resulta muy difícil imaginar
una época en la que no existían esos artilugios."
"Por supuesto, si hay interés –señala el escritor–, cabe
utilizar internet para cultivar la memoria colectiva. Lo crucial es –una vez más–
mantener la capacidad crítica, que precede al resto de nuestras capacidades de
discernimiento. Piense en esto: en cada cultura siempre ha habido una elite que
tuvo acceso a los almacenes de la memoria y, por tanto, al saber, y una masa
que, en mayor o menor medida, fue excluida de ese mismo saber. Hoy vuelve a
suceder lo mismo: tenemos una elite, que utiliza las herramientas de información
con un sentido crítico y cultiva conscientemente la memoria y el aprendizaje, y
una masa que no lo hace, no porque se le haya negado el acceso al conocimiento,
sino porque recibe esos datos en bruto y sin jerarquizar. En este caso,
mantiene su condición de masa por un exceso de democracia"
("Apocalittico sarà lei. Intervista a Umberto Eco", Daniela
Panosetti, Doppiozero).
Legitimar la
respuesta equivocada
Hubo un tiempo no lejano en el que los ciberutopistas proclamaron
que las redes sociales iban a suponer una revolución democrática, que haría
resplandecer la verdad y fomentaría el diálogo. Los años han pasado, y hoy
predominan la arrogancia del todólogo, la superficialidad de quien opina a
partir de un titular y el exhibicionismo de quien se apresura a discutir sobre
materias que desconoce, pretendiendo ser escuchado y premiado con un like.
¿Es razonable que los temas especializados sean sometidos a un
debate plebiscitario y anónimo? "Soy un discípulo de Charles Sanders Peirce –aclara Eco en Wiki@Home– quien sostiene que las verdades científicas son, al fin
y al cabo, aprobadas por una comunidad. El trabajo lento de la comunidad, a
través de revisiones y errores, como dijo Peirce en el siglo XIX, es lo que sostiene 'la antorcha de la
verdad'. El problema es la definición de la verdad. Si me veo obligado a sustituir la verdad por lo que piensa una
multitud, no estaré de acuerdo. Si hacemos un análisis estadístico de
los seis mil millones de habitantes del mundo, comprobaremos que la mayoría
cree que el Sol gira alrededor de la Tierra, así que no hay nada que hacer. Ese
público estaría dispuesto a legitimar la respuesta equivocada. Esto también
ocurre en una democracia. Por ejemplo, para ascender al poder, Napoleón III amplió su electorado
en el campo, porque la población rural era más reaccionaria que la
urbana".
"Tomemos, por ejemplo, la revista Nature –concluye–. En el mundo científico, si aparece un artículo
en Nature, donde funcionan la
revisión por pares y un amplio control, ese artículo se toma en serio. Puede
ser que Nature se equivoque,
y excluya un artículo brillante. Sin embargo, creemos que Nature es un centro de
confiabilidad, a pesar de algún fleco, que puede deberse al error, o a una
pequeña venganza académica..."