El periodista y escritor del 'Oro y la
oscuridad' cree que debemos disfrutar de lo que vamos experimentando en cada
momento de nuestra vida.
ALBERTO SALCEDO
RAMOS
La mejor edad
sería una en la cual uno tuviera la despreocupación de un bebé, la memoria de un
púber, la insensatez de un quinceañero, la agilidad de un muchacho de dieciocho
años, la gracia de un mozalbete de veinticinco, el espíritu maldadoso de un
soltero de treinta, la seguridad de un cuarentón al que las cosas le van bien.
Una edad en la
cual floreciera la inteligencia como a los cincuenta, emergiera la sabiduría
como a los ochenta y adquiriéramos, por fin, la virtud de la indulgencia, como
si tuviéramos noventa.
Una edad en la
que uno corra, salte, sea fuerte, comprenda, recuerde, baile, bese, tenga mucho
sexo, ame, sea amado, disfrute, viaje, produzca, sea saludable, almuerce sin
restricciones, vuelva a bailar y vuelva a besar.(...)
Pero como no
existe tal edad nos toca apañárnosla con la que vamos teniendo en cada momento
de nuestras vidas. Así, la mejor edad son los veinte cuando tenemos veinte y
nos sentimos a gusto, o los setenta cuando los aceptamos con dignidad.
Hace poco mi
abuela Elvia – noventa y dos años – me soltó esta perla: “cuando uno está joven
gasta salud buscando plata, y cuando uno está viejo gasta plata buscando
salud”.
En cada edad
ganamos, en cada edad perdemos. Además, no hay fórmulas: uno puede
equivocarse tanto si se reprime como si se desborda, tanto si trabaja mucho
como si holgazanea, tanto si planea como si improvisa.
A los cincuenta
y un años avisto sin dolor ciertos surcos en el cuello, ciertas ojeras
porfiadas, ciertos cabellos tristes entre los dientes de mi peine. Miro lo que
ya perdí como señal de lo vivido, y definitivamente no lo lamento. No corro
pero llego lejísimos caminando, no bailo el fandango con velocidad pero termino
la canción. Amo las palabras que todavía no he dicho, los besos que me faltan,
los mimos que la vida aún me debe, y un par de ojos en los que apenas empiezo a
mirarme.
Corto un tomate
en cuadritos perfectos mientras oigo una canción de Caetano Veloso. Destapo el
aceite de oliva, me paladeo por anticipado. Y me digo que aunque desconozco lo
que vendrá, lo espero con todo el corazón.