Desde diciembre de 2013, la República Centroafricana (RCA) se desgarra en un conflicto que ya se ha cobrado miles de vidas y que ha sumido el país en un caos absoluto.
Yann Libessart - Periodista de MSF
Los centroafricanos se enfrentan a la
inseguridad alimentaria y al aumento vertiginoso de la malaria, al tiempo que
la economía y el sistema sanitario del país se encuentran cada vez más
paralizados a causa del conflicto. Si bien el número de desplazados internos ha
descendido notablemente en los últimos meses, hay que matizar que este hecho no
se debe a una buena noticia: más de 400.000 personas que en un principio
tuvieron que buscar refugio en el interior de los bosques, en otras ciudades o
en campos de desplazados improvisados, han tenido que abandonar finalmente su
país. Su futuro como refugiados es incierto y nadie sabe si podrán regresar
algún día a sus hogares.(...)
MSF lleva trabajando desde enero en el
Hospital Universitario Regional de Berberati, al oeste del país, donde sus
equipos tratan de cubrir las necesidades médicas de una población que se
encuentra en una situación prácticamente limite.
Miles de termitas revolotean alrededor de
las pocas luces que iluminan Berberati. El día anterior, una tormenta marcó
violentamente el inicio de la temporada de lluvias y con ella llegaron
enjambres de insectos. La gente esperaba ese momento para empezar a cazar.
Asadas a la parrilla, las termitas llenan un estómago vacío: en tiempos de
tanta escasez no se debe despreciar ninguna fuente de proteínas.
El hospital, el único en la ciudad, apenas
funcionaba cuando MSF llegó en diciembre. "Ni siquiera había
electricidad," comenta un médico local. "Los pacientes tenían que
traer su propia luz para que les examinasen."
"La mayoría de la gente no quiere
pagar por una mala asistencia," dice el Dr. Nicolas Peyraud, pediatra de
MSF. "Como consecuencia, asistimos a la reaparición a gran escala de la
medicina tradicional. La mayoría de los niños a los que vemos han pasado antes
por el curandero, a veces con consecuencias dramáticas".
Hace dos meses, se construyó un muro de dos
metros de altura delante de la zona de consulta con el fin de proteger de balas
perdidas a pacientes y personal. Aunque ha disminuido el riesgo de quedar
atrapado en un fuego cruzado, las 150 camas del hospital todavía están llenas
de pacientes con malaria y desnutrición.
Paciente con una herida revisada por un cirujano de MSF en el
Hospital Regional de Berberati
"El índice de malaria es muy
elevado," dice el Dr. Peyraud. "Aproximadamente tres cuartos de los
niños que vemos dan positivo. La enfermedad es especialmente mortal en los
pacientes que ya se encuentran debilitados por la desnutrición y la
diarrea".
Furaha Walumpumpu, matrona de MSF, asiste
en una media de 10 partos diarios. "Las mujeres de esta región han dejado
de venir al hospital a dar a luz, por no mencionar la asistencia preparto, que
ayuda a detectar si existe riesgo de complicaciones," explica Furaha.
"En ocasiones recibimos mujeres en un estado lamentable por el simple
hecho de que no había personal sanitario cualificado cerca de ellas"
Furaha le dice al cirujano de MSF Yves
Groebli que Mariette, una de sus pacientes, debe ir inmediatamente a quirófano
por una cesárea de urgencia. "El bebé corre peligro, date prisa", le
dice. Hace unos años, Mariette, de 25 años, perdió un bebé porque no pudo permitirse
una cesárea. Pero esta vez la historia termina con un final feliz: en pocos
minutos Yves extrae un precioso bebé recién nacido de su útero.
Desde enero, la mayoría de la población
musulmana de Berberati se ha refugiado en Camerún huyendo de la violencia.
Potopoto, el barrio musulmán que en su día fue el corazón económico de la
ciudad, está casi desierto. Todas las mezquitas han sido saqueadas y una de
ellas ha sido transformada en iglesia evangélica.
"Las milicias antibalaka controlan la
ciudad," dice el imán Rashid, líder espiritual de los musulmanes
restantes, que se refugian en un recinto religioso. "No podemos salir sin
poner en peligro nuestras vidas," comenta. Ahora hay unos 350 musulmanes
en Berberati, protegidos por los soldados cameruneses del MISCA, el ejército de
la Unión Africana. "Estamos agradecidos por la hospitalidad
ofrecida," dice el imán Rashid. "Aquí tenemos de todo, excepto
libertad".
En un rincón del patio, una enfermera
cambia los vendajes a Issoufa, de 24 años, que perdió el brazo en los últimos
episodios de violencia. "Vivía cerca de Nola, a 100 km al sur de
Berberati," dice Issoufa. "Cuando llegaron los antibalaka, me robaron
todo lo que tenía y me dispararon en el brazo. Ir al hospital en Nola era
demasiado peligroso. Tuve que esperar varios días hasta que me pudieron llevar
a Berberati".
Cuando Issoufa consiguió llegar a
Berberati, ya era demasiado tarde para salvarle el brazo y el cirujano de MSF
tuvo que amputar. "Esperaré hasta terminar el tratamiento, luego iré a
Camerún a reunirme con mi familia," dice Issoufa. "Aquí no tengo
futuro".
MSF empezó a trabajar en Berberati en enero
de 2014 para cubrir las necesidades sanitarias de los desplazados y para tratar
a las víctimas de la violencia. Aunque la violencia en la ciudad se ha reducido
desde enero, las necesidades sanitarias siguen siendo enormes. El pasado mes
hubo más de 3.000 consultas externas, de ellas 2.450 fueron de pacientes que
sufrían de malaria. Se hospitalizaron 427 pacientes, se llevaron a cabo más de
300 cirugías y nacieron 320 bebés.