Por Margarita López Maya
Estas semanas se oyeron diversas interpretaciones sobre la
protesta que ha tomado las calles de muchas ciudades del país.
Una señala la protesta como irracional: “Es un estallido de rabia”.
Esa interpretación es una media verdad, pues suele haber ira en la protesta,
pero su dimensión más importante es racional.
Otra la elogia o desprecia, sin tomarse el trabajo de
comprenderla, porque solo busca manipularla. Ocurre en el discurso oficial,
cuando celebra el Caracazo como gesta “heroica” y considera las protestas de
hoy “intentos desestabilizadores”. Es el mismo discurso del pasado, solo que
sustituyó a los responsables, que antes era el castrocomunismo y ahora es la
derecha fascista.
Partidos opositores desconfían de ella. Algunos endilgan a líderes
radicales su virulencia. Consideran que no tiene objetivos claros, y que de
continuar traerá frustración, debilidad y desmovilización en su gente. Creen
necesario “encauzarla” lo antes posible. Hay algo de razón, porque la protesta
tiene motivaciones múltiples y siempre hay movimientos sociales y políticos,
como hoy el estudiantil o Voluntad Popular, que han contribuido a movilizarla.
Pero son solo catalizadores de un malestar acumulado, actores que ayudan a que
se exprese políticamente. (...)
La protesta callejera que vivimos, concretada en masivas marchas,
concentraciones, guarimbas y cadenas humanas, es un recurso político de
sectores sociales que no encuentran canales institucionales de comunicación y
resolución de conflictos con el poder. La acentuada subordinación de los
poderes públicos al chavismo, así como la reducción del número de medios de comunicación
que expresen el pluralismo político del país son el combustible de la política
de la calle. Si el poder opta por hacerse el sordo y sigue reprimiendo,
mantendrá condiciones para que esa protesta continúe. Si la oposición corre a
encauzarla antes de comprenderla e interactuar con ella para que entre ambas
encuentren formas democráticas y contundentes de presionar al poder para que se
abra ejercicio democrático del poder, creará más frustración y debilitará su
legitimidad. Escuchar, dialogar y comprender a esa resuelta multitud son desafíos
tanto para el poder como para líderes opositores.