Luis Fuenmayor Toro
Parece que la obra de teatro desarrollada entre el Gobierno
y la oposición de la MUD llega a su fin, luego de la decisión del Consejo
Nacional Electoral de realizar la verificación ciudadana de las urnas
electorales restantes, tal y como lo había solicitado la misma noche de las
elecciones el rector Vicente Díaz. Pero no, en aquel momento negaron la
solicitud y lo dejaron presentando solo su solicitud ante la prensa, situación
que, a pesar de ser noticia, no televisó la democrática y plural Venezolana de
Televisión. Maduro en su discurso de esa misma noche, se manifestó, incluso en
forma retadora, de acuerdo con la extensión de la llamada auditoría, para luego,
imagino después de considerarse la solicitud en el seno del Gobierno, decidir
que no se efectuaría ninguna revisión adicional, lo cual fue informado
oficialmente por Tibisay Lucena.
En este momento de la situación, el Gobierno sabía con
seguridad que la decisión sería el estímulo para la protesta masiva de la oposición,
al permitir toda suerte de comentarios, elucubraciones y acusaciones. Al
parecer, (...)
así quería que sucediera, posiblemente para estimular, develar y
yugular las conductas opositoras más extremas y para iniciar un proceso de
confrontación al cual sacarle provecho político. La protesta cívica se produjo
en forma inmediata y la oposición, principalmente Capriles Radonski, la dirigió
también en el sentido de lograr consolidar su claro triunfo político y
solidificar su liderazgo del sector. De allí en adelante vino todo un juego,
que tuvo como protagonistas a las dos dirigencias enfrentadas y como marionetas
impulsadas por sus afectos a los votantes seguidores de cada una de ellas.
Entre las acusaciones mutuas realizadas aparecieron las de
siempre, ésas que la costumbre no permite considerar serias, a pesar del
peligro que encierran: “el curso de una conspiración golpista casi a punto de
producirse, dirigida por el candidato opositor y el Pentágono”, y la “transformación
del gobierno en un régimen dictatorial y asesino similar al castrocomunismo
cubano”. Dirigentes chavecistas y opositores se muestran iracundos o con
rostros graves, ante el futuro inmediato que le espera al país, y “luchan
ferozmente” por la patria de Bolívar. Diosdado arriesga su vida en su lucha con
la oposición y a gritos prohíbe el derecho de palabra de los diputados opositores
en la Asamblea; Capriles, en un peligrosísimo acto de arrojo, llama a las masas
a resistir la arremetida dictatorial, a no caer en provocaciones y a
“cacerolear”.
Las movilizaciones dejan ver las acciones de los radicales,
entre las que se destacan los despidos y violación de la privacidad de los
empleados públicos que supuestamente votaron por Capriles, y las amenazas con
quitarle las viviendas asignadas a damnificados o venezolanos pobres que no
votaron por Maduro. Otras supuestas acciones son las conducentes a las muertes
de varios venezolanos en circunstancias no aclaradas, pero atribuidas a los
opositores, y unos centros de salud hostigados pero no destruidos, como se
dijo, por los mismos extremistas. La decisión del CNE de aceptar la petición
opositora debe calmar los ánimos por ahora. Los hechos no han pasado a más.