«Y no consientan ni den
lugar que los indios reciban agravio alguno en sus personas y sus bienes, mas
manden que sean bien y justamente tratados, y si algún agravio han recibido, lo
remedien».
Esta es la última voluntad que
la Reina Isabel la Católica dirigió a sus súbditos en su testamento.
Se trata sin duda de un deseo que choca con la imagen cruel que la Leyenda
Negra ha propagado del Imperio español por todo el mundo.
Tal y como defiende Juan Sánchez
Galera en su último libro«Vamos a Contar mentiras»,
y mal que les pese a los seguidores de la propaganda antiespañola, los monarcas
hispanos no consolidaron la conquista de América a sablazo limpio, sino gracias
a un ejército de maestros y curas. Frente a quienes presentan a los
descubridores y conquistadores del Nuevo Mundo como crueles genocidas, el
historiador afirma que Leyes de Indias que reglaron la vida en aquellas
colonias supusieron el origen de lo que hoy conocemos como Derechos Humanos.
España consolidó la conquista
de América con un ejército de maestros y curas
En 1493 el Papa Alejandro
VI reconoce mediante la bula «Inter Caetera» la propiedad de la recién
descubierta «terra nullis» (tierra de nadie) a los Reyes Católicos, a condición
de que evangelicen a los nuevos súbditos. Pero muy pronto surge un debate en la
intelectualidad española, alentado por la misma Corona, acerca de la licitud de
obligar a todo el continente a pertenecer a un imperio con el que no había
mantenido antes ninguna relación. Los españoles empiezan a hacerse preguntas
incómodas. «Se parte completamente de cero con la premisa de establecer unas
nuevas normas de convivencia entre los hombres, basadas no ya en lo que se
entendía hasta ese momento como cierto en Europa, (...)
sino unos valores comunes a todos los hombres de todos los tiempos», explica Sánchez Galera.
sino unos valores comunes a todos los hombres de todos los tiempos», explica Sánchez Galera.
Isabel la Católica fue la primera
persona que se preocupó por los derechos de
los indios: determinó que seguirían siendo los propietarios de las
tierras que les pertenecían con anterioridad a la llegada de los españoles y,
en el año 1500, dictó un decreto queprohibió la esclavitud. Nace así un nuevo
derecho que, en palabras del autor, «reconoce que las libertades de los hombres
y de los pueblos son algo inherente a ellos mismos, y que por tanto, les
pertenecen por encima de las consideraciones de cualquier príncipe o Papa».
Aquellas normas supusieron el punto de partida de la Leyes de Indias.
Más adelante, una junta de la Universidad de Salamanca convocada
por el emperador Carlos V en 1540 concluye que «tanto el Rey, como
gobernadores y encomenderos, habrían de observar un escrupuloso respeto a la
libertad de conciencia de los indios, así como la prohibición expresa de
cristianizarlos por la fuerza o en contra de su voluntad», cuenta Sánchez
Galera. Con el tiempo se va formando un cuerpo de normas, las Leyes de Indias,
que recogen, entre otros, los siguientes derechos para los indios: la
prohibición de injuriarlos o maltratarlos, la obligación de pagarles salarios
justos, su derecho al descanso dominical, la jornada laboral máxima de ocho
horas y un grupo de normas protectoras de su salud, especialmente de la de
mujeres y niños.
La esclavitud y las
encomiendas
Aunque la Reina Isabel la Católica
había prohibido la esclavitud, algunos colonos se ampararon en las encomiendas
para sortear las leyes que llegaban desde la España europea y obligar a los
indios a realizar trabajos forzados. Con todo, Sánchez Galera defiende la
institución: «Los indios, fuera de ser unos desposeídos, son propietarios
de pleno derecho de aquellas tierras que trabajan, y del rendimiento de
las mismas pagan un tributo o servicio a su encomendero, quien a su vez tiene obligación
deprotegerlos y
cristianizarlos. Como toda institución humana, la encomienda dio
lugar a ciertos abusos, y en contados casos, incluso degeneró en una especie de
esclavitud encubierta».
Ya en 1518 una ley establece ya «que
sólo podrán ser encomendados aquellos indios que no tengan recursos suficientes
para ganarse la vida, así como que en el momento en que fuesen capaces de
valerse por sí mismos habrían de cesar» en este régimen. De todos modos, Carlos
V da una estocada mortal a la institución con sus Leyes Nuevas de 1542, que
limitan sobremanera las situaciones en que se podía poner en práctica.
En cualquier caso, la actitud de los
monarcas españoles contra la esclavitud fue decidida. Isabel la Católica y el
Emperador Carlos V promulgaron decretos que vedaban esa práctica y, «si bien es
cierto que Felipe II se deja presionar por los colonos del Caribe
haciendo concesiones especiales para Puerto Rico y La Española, poco más tarde
vuelve a dejar clara su repulsa hacia este tipo de institución, prohibiendo una
vez más la esclavitud, e incluso haciendo extensiva dicha prohibición a la
incipiente importación de esclavos negros», explica el autor.
Frailes y maestros
La Leyenda Negra que pesa sobre
España también acusa a sus colonizadores del Nuevo Mundo de
haber cometido allí un genocidio contra la población indígena. Pero si el
Imperio español pudo consolidar su conquista de América no fue gracias a las
armas, sino, fundamentalmente, gracias a su clero y educadores. Ciertamente, si
bien los primeros escritos de los descubridores españoles describían a los
habitantes de aquellas tierras como «pueblo angelical» cuya «aparente
ingenuidad hacía presagiar una fácil y pronta civilización y evangelización»,
pronto aquellas poblaciones resistieron armadas a los abusos de los primeros colonos,
estallando así los enfrentamientos bélicos.
«Su aparente ingenuidad presagiaba
una pronta civilización y evangelización»
Fernando el Católico encarga entonces
un estudio jurídico-teológico al dominicoMatías de Paz y al
jurista Juan López de Palacios, quienes concluyen que la guerra contra los
indígenas sólo será justa «cuando sus caciques y jefes prohíban la libre
conversión de sus súbditos, o bien sea menester el desterrar inhumanas
costumbres que se niegan a abandonar», como el canibalismo o los sacrificios de
personas a los dioses. Pero dado que, pese a las limitaciones fijadas desde
España, en muchas ocasiones se recurría a las armas sin que hiciese falta, una
Real Orden de 1526 impuso en todas las expediciones militares la compañía de
sacerdotes con el fin de poner fin a aquellos abusos.
Pacificado ya el continente, en 1573
Felipe II pone fin a la lucha armada en América, «y confía sus mayores y más
ricas posesiones a un nuevo ejército compuesto, esta vez, a base de frailes y
maestros.Comienza la verdadera y definitiva conquista de América», concluye
Sánchez Galera.
La «Leyenda Blanca»
estadounidense
G. LLONAMADRID
«Si en el siglo XVI los
grabados de Theodore de Bry sirvieron para condenar como criminales
de guerra a los descubridores y conquistadores españoles, en el siglo XX una
nueva técnica de comunicación, el cine, sirvió para darles el título de héroes
a los anglosajones que exterminaron a las poblaciones indias de América de
Norte», denuncia en «Vamos a contar mentiras» el historiador Juan Sánchez
Galera. En su opinión, no todos los colonizadores de aquellas tierras se
comportaron igual.
De acuerdo con el autor, los
conquistadores al servicio del césar Carlos V fusionaron en el Nuevo
Mundo las culturas europea e indígenas, en muchas ocasiones mediante matrimonios
mixtos, dando lugar a una sociedad mestiza. Por su parte, los colonos
anglosajones formaron comunidades donde regía una especie de apartheid que
separaba a británicos de indígenas. «No crearon nada, simplemente
aniquilaron a los indios y sus culturas, para más tarde reocupar sus
territorios, a los cuales trasladaron sus formas europeas de vida», acusa Sánchez
Galera. Si los españoles conquistaban para expandir su cultura y su
fe, los ingleses lo hacían, sobre todo, por motivos puramente mercantiles.
Por otra parte, y entrando en el
terreno de lo religioso, «para los colonos protestantes los indios no eran unas almas
esperando recibir la fe, sino unos ingratos pecadores que no habían sabido
rentabilizar las tierras y talentos que Dios les había dado. Así, Dios,
dolorido por tan ingrata actitud, había decidido readjudicarlas a sus fieles
hijos anglosajones» que, con el tiempo, «consiguieron hacer realidad lo que siglos
más tarde no pudo el mismísimo Hitler: exterminar, literalmente, razas
enteras», concluye el historiador.