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22 marzo, 2013

EL ÓBITO



  G. González Blanco                          

 Chávez ha sido quizás el más importante y trascendente líder del panorama político venezolano en los últimos 200 años. Sin ser particularmente inteligente e instruido supo compensar estas fallas con un estilo personal y un  enorme carisma que no se había visto en gobernante alguno del mundo occidental. Cuando yo lo conocí era un analfabeto comunicacional. Años mas tarde se convirtió en un fenómeno mediático de rango mundial  Fue alguien  capaz de literalmente hipnotizar millones de venezolanos para hacerles creer que el  era la solución de sus ingentes problemas.  Era una especie de demiurgo que tenía sus más acendrados partidarios en los barrios populares que fueron los más castigados por el mal gobierno y  donde el malandraje cobra  diariamente decenas de vidas  e impone su voluntad. Yo recuerdo con asombro una pancarta enarbolada por humildes ciudadanos  en una de aquellas frecuentes y gigantescas manifestaciones de apoyo a Chávez  a comienzos de este siglo, que decía en toscos caracteres “Con Hambre y sin empleo, con Chávez me resteo”. Y sin duda que así fue. De otra manera no sería posible explicar la notable tanda de victorias electorales y políticas que el personaje logró en estos larguísimos casi 14 años.  Chávez hizo lo que le vino en gana cuando le dio su perra gana y aun le sobró tiempo para ser un factor decisivo en muchas partes del mundo de los oprimidos. Los opositores de Chávez no vieron luz. Siempre estuvieron buscando explicaciones de este dominio casi absoluto y unipersonal del caudillo. Los escribidores y opinadores  escuálidos no pegaron una.  Hasta los aborrecibles  Vargas Llosa, Naim y Krauze todavía se arrechan cuando se acuerdan del zambo que los ridiculizó a placer. Los contendores de Chávez todavía andan buscando las razones de las palizas recibidas: que si  el ventajismo del CNE y del gobierno en general, que si la regaladera, la petrochequera y otras estupideces que llevaron a la oposición a un paroxismo del que todavía no sale. Ayudado por la extrema imbecilidad de sus rivales que cometieron
aquella monumental estupidez de entregarle la Asamblea, Chávez  ni corto ni perezoso, se cagó en el alma de la flor y nata del escualidismo criollo y comenzó una carrera de abusos constitucionales que lo llevó a prostituir todas las instituciones del estado. Allí no quedó títere con cabeza. Los últimos vestigios de la precaria separación de poderes que existía en el puntofijismo desaparecieron en su totalidad. Se inició una época donde la inteligencia y el conocimiento sólido eran anatemas y se prefería el servilismo y la adulancia abyecta. La concentración de poder político y económico en las manos del ahora  aspirante a momia fue total a partir del colosal disparate del 2005.
 Pero siempre hay un pero. Por mala fortuna para nuestra aporreada patria el hoy cadáver malbarató todo ese inmenso poder político y una no menos notable fortuna nacional en un disparatado y caprichoso modo de gobernar. O mejor dicho, Chávez nunca gobernó como se debe gobernar. El sustituyó la acción lógica de un buen gobierno por la emisión de decenas de eslóganes en “Aló Presidente” y la creación de esos flagelos de la buena administración y símbolos de lo que no se debe hacer que son las abominables Misiones. Fueron incontables las órdenes, contraórdenes y disparates que al adulante e insoportable coro de “así, así es que se gobierna”  eran acogidos como proezas de buen gobierno por la delirante multitud de jalabolas presentes. Cuando no, el tercio fungía ser un experto en toda vaina que se le ocurriera y empezaba a elaborar unos toscos gráficos que delataban una tremenda incultura aritmética, que no matemática. Lo horrible era que estos disparates eran ucase para la cáfila de bribones que constituía el tren ejecutivo
Y así lentamente, desastrosamente, fuimos llegando a este estado agudo de oclocracia que padecemos, de esta impunidad desatada, de la injusticia generalizada, de la corrupción rampante, de la moneda vuelta mierda, de una deuda que ya lleva visos de ser impagable, de los altos funcionarios vergonzantes, de la intromisión militarista y de la incompetencia generalizada.  Por eso es que yo creo que la muerte de Chávez, no importa ni como ni cuando ni donde, mas pronto que tarde resultará en una bendición para el país. Desaparecida esa singularidad humana ya es hasta posible que la apaleada y a menudo incompetente oposición pueda ganarle a cualquiera de los mediocres áulicos que heredan al caudillo. La pelea Capriles Vs Maduro es mucho más pareja que una contra el monstruo Chávez.