En
pocas semanas sabremos quién será el próximo presidente de la república. Los
venezolanos y venezolanas, habilitados para votar, escogeremos al nuevo
mandatario nacional después de un proceso electoral relámpago; sin embargo,
estamos absolutamente seguros que gane quien gane, ya nada será igual; el
periodo “chavista” tal y como lo hemos conocido en casi tres lustros, se acabó
para siempre, aunque Maduro pretenda autoproclamarse “hijo de Chávez”. Las
dimensiones de la crisis por la que atraviesa la nación obligaran al que asuma
la presidencia a tomar medidas que suponen un alto costo político. Tanto Maduro
como Capriles, tendrán que gobernar con mucho menos margen de maniobra que su
antecesor. En el caso del candidato del PSUV pareciera claro que de ganar encabezará
un gobierno de “coalición” con Diosdado Cabello en el que, a menos que se
desate una guerra entre ambos líderes “chavistas”, el gobierno tendrá dos
cabezas visibles. En el caso del candidato de la oposición, es obvio que
sectores de la MUD trataran de controlarlo si gana la presidencia. Por si esto
fuera poco, el nuevo presidente tendrá que afrontar los gravísimos problemas
que azotan a la sociedad venezolana: las enormes desigualdades sociales, la
desastrosa situación de los servicios públicos, la violencia crónica y la
espantosa improductividad de nuestra economía, sustentada, casi exclusivamente,
en los altos precios del petróleo. El modelo económico “chavista” ya no resiste
más, hay que recordar que el mismísimo ministro Giordani dijo, recientemente,
que la regaladera debe acabarse; de manera que el que asuma el mando tendrá que
tomar medidas duras como por ejemplo, el aumento de gasolina y, muy
probablemente, una nueva devaluación de la moneda. El nuevo gobernante está
obligado a actuar con valentía y responsabilidad de lo contrario este país
entrara en una crisis de vastas proporciones. Los electores tienen una gran
responsabilidad sobre sus hombros, ojala no se equivoquen esta vez.