G.González Blanco
ggonzalezblanco@yahoo.com
Es impelable que
en tiempos de elecciones presidenciales se pongan de moda esos
mercaderes de la opinión que son las empresas encuestadoras. A pesar de los
dislates y marrullerías de estas empresas, los comandos de campaña las
adoran si son favorecidos y las detestan por lo contrario. Yo por mi parte, que
conozco del asunto lo suficiente, desde hace unos cuántos años, a las
encuestadoras venezolanas, les he ido perdiendo el respeto y últimamente las
desprecio.
Y no es para menos si vemos que con la mayor descaro cada
semana o mes presentan unos resultados astronómicamente diferentes entre
ellas, lo cual de entrada significa que algo están haciendo podridamente
mal. ¿Pero que carrizo es una encuesta y como se debe hacer? ¿Cómo es posible
que lo que digan 1000 encuestados sea muy parecido a lo que piensan los
millones de electores del 7 de octubre por ejemplo? Bueno, la vaina no es
tan sencilla y va más o menos así. Desde que hace unos dos
siglos se puso
de modo votar para elegir funcionarios de gobierno, muchísima gente
y sobre todo los candidatos y sus conchupantes están interesados en
saber por lo menos cual es la aceptación de ellos entre los electores y
sobre todo saber con anticipación quien ganará la elección. Parece intuitivo
que si Ud. le pregunta a muchísima gente y tabula sus respuestas se
pueda lograr un pronóstico acertado.
Bueno, como pasa a menudo con los
procesos estadísticos, esto no es ni remotamente cierto. Sin embargo así
fueron los comienzos de las encuestas de hace un siglo cuando el mundo ya
podía llamarse moderno. Un periódico gringo, el Literary Digest, unas semanas
antes
de la elección “presidencial” de 1912 le mandó a sus lectores cerca
de un millón de tarjeticas con repuesta pagada para que dijeran su
preferencia electoral. El Literary Digest tabuló y totalizó las tarjetas respondidas y
por suerte la pegó. Predijo que Woodrow Wilson ganaría la elección y así
fue. El Literary Digest siguió con este experimento hasta que en la elección
de 1936, con una muestra de más de 2 millones de lectores, peló bola
estruendosamente cuando predijo que Franklin Roosevelt perdería ante Alf Landon.
En esa misma elección y compitiendo abiertamente contra el Literary
Digest un joven y ambicioso periodista llamado George Gallup, usando un método
un poco burdo estadísticamente hablando pero mucho mas científico
que el del periódico, con una muestra de 50.000 entrevistados predijo con
bastante exactitud los resultados. Del tiro el pobre Literary Digest se vino abajo y
quebró. Como resultado de ese enorme éxito Gallup, ya con mucho mas dinero
y apoyo, siguió perfeccionando su método esta vez con la ayuda de
matemáticos y estadísticos de primera línea que aportando sus conocimientos
crearon el principio básico de las encuestas que dice mas o menos: Si se
interroga adecuadamente a un pequeño porcentaje de una población, la
opinión resultante coincidirá con la del total de la población, siempre y cuando
dicho pequeño porcentaje ( o muestra aleatoria) haya sido escogido
rigurosamente al azar. Ya en este enunciado se comienza a ver por que nuestras
encuestadoras son tan chimbas.
Ninguna hasta el momento ha indicado como
carajo escoge a sus encuestados. Una escogencia al azar o puramente
aleatoria es algo muy difícil y “trincabolas” en grado sumo. Adicionalmente,
si Ud. logra su muestra al azar y decide que son 1000 personas, eso es
cojonudo para Venezuela pero no suficiente porque después viene a)
¿Cómo demonios harán el contacto, personal, por teléfono, por internet,
por correo, usarán el celular? b) ¿Cómo elaboran las preguntas, con
que criterio, como las formulan, como garantizan que no le dan un sesgo?
Nada de esto ha sido respondido por las encuestadoras. Solamente
escoger un medio de entrevista plantea grandes posibilidades de disminuir el
carácter estrictamente aleatorio de cualquier encuesta. No es lo mismo encuestar
gente en teléfonos fijos o a los que solo tienen celulares, para no hablar
de la distribución geográfica de la muestra aleatoria.
En conclusión, para
confiar en una encuesta es imprescindible que las encuestadoras
respeten, acaten y practiquen el principio de la selección aleatoria de las
muestras y de la imparcialidad en las preguntas, entrevistas y análisis final
de los resultados. Pero como aquí en Venezuela hay tanta impunidad, tanto
aventurero disfrazado de científico, tanta lenidad con el trabajo de las
encuestadoras que es mucho mas barato y provechoso para los comerciantes de
la opinión hacer las encuestas chimbas. Total, van a cobrar lo mismo y
siempre serán niños mimados de esta prensa servil e ignorante que
tenemos.