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02 octubre, 2012

LAS ENCUESTAS





G.González Blanco
ggonzalezblanco@yahoo.com

Es impelable que en tiempos de elecciones presidenciales se pongan de moda esos mercaderes de la opinión que son las empresas encuestadoras. A pesar de los dislates y marrullerías de estas empresas, los comandos de campaña las adoran si son favorecidos y las detestan por lo contrario. Yo por mi parte, que conozco del asunto lo suficiente, desde hace unos cuántos años, a las encuestadoras venezolanas, les he ido perdiendo el respeto y últimamente las desprecio. 

Y no es para menos si vemos que con la mayor descaro cada semana o mes presentan unos resultados astronómicamente diferentes entre ellas, lo cual de entrada significa que algo están haciendo podridamente mal. ¿Pero que carrizo es una encuesta y como se debe hacer? ¿Cómo es posible que lo que digan 1000 encuestados sea muy parecido a lo que piensan los millones de electores del 7 de octubre por ejemplo? Bueno, la vaina no es tan sencilla y va más o menos así. Desde que hace unos dos
siglos se puso de modo votar para elegir funcionarios de gobierno, muchísima gente y sobre todo los candidatos y sus conchupantes están interesados en saber por lo menos cual es la aceptación de ellos entre los electores y sobre todo saber con anticipación quien ganará la elección. Parece intuitivo que si Ud. le pregunta a muchísima gente y tabula sus respuestas se pueda lograr un pronóstico acertado. 

Bueno, como pasa a menudo con los procesos estadísticos, esto no es ni remotamente cierto. Sin embargo así fueron los comienzos de las encuestas de hace un siglo cuando el mundo ya podía llamarse moderno. Un periódico gringo, el Literary Digest, unas semanas antes
de la elección “presidencial” de 1912 le mandó a sus lectores cerca de un millón de tarjeticas con repuesta pagada para que dijeran su preferencia electoral. El Literary Digest tabuló y totalizó las tarjetas respondidas y por suerte la pegó. Predijo que Woodrow Wilson ganaría la elección y así fue. El Literary Digest siguió con este experimento hasta que en la elección de 1936, con una muestra de más de 2 millones de lectores, peló bola estruendosamente cuando predijo que Franklin Roosevelt perdería ante Alf Landon. En esa misma elección y compitiendo abiertamente contra el Literary Digest un joven y ambicioso periodista llamado George Gallup, usando un método un poco burdo estadísticamente hablando pero mucho mas científico que el del periódico, con una muestra de 50.000 entrevistados predijo con bastante exactitud los resultados. Del tiro el pobre Literary Digest se vino abajo y quebró. Como resultado de ese enorme éxito Gallup, ya con mucho mas dinero y apoyo, siguió perfeccionando su método esta vez con la ayuda de matemáticos y estadísticos de primera línea que aportando sus conocimientos crearon el principio básico de las encuestas que dice mas o menos: Si se interroga adecuadamente a un pequeño porcentaje de una población, la opinión resultante coincidirá con la del total de la población, siempre y cuando dicho pequeño porcentaje ( o muestra aleatoria) haya sido escogido rigurosamente al azar. Ya en este enunciado se comienza a ver por que nuestras encuestadoras son tan chimbas.

Ninguna hasta el momento ha indicado como carajo escoge a sus encuestados. Una escogencia al azar o puramente aleatoria es algo muy difícil y “trincabolas” en grado sumo. Adicionalmente, si Ud. logra su muestra al azar y decide que son 1000 personas, eso es cojonudo para Venezuela pero no suficiente porque después viene a) ¿Cómo demonios harán el contacto, personal, por teléfono, por internet, por correo, usarán el celular? b) ¿Cómo elaboran las preguntas, con que criterio, como las formulan, como garantizan que no le dan un sesgo? Nada de esto ha sido respondido por las encuestadoras. Solamente escoger un medio de entrevista plantea grandes posibilidades de disminuir el carácter estrictamente aleatorio de cualquier encuesta. No es lo mismo encuestar gente en teléfonos fijos o a los que solo tienen celulares, para no hablar de la distribución geográfica de la muestra aleatoria. 

En conclusión, para confiar en una encuesta es imprescindible que las encuestadoras respeten, acaten y practiquen el principio de la selección aleatoria de las muestras y de la imparcialidad en las preguntas, entrevistas y análisis final de los resultados. Pero como aquí en Venezuela hay tanta impunidad, tanto aventurero disfrazado de científico, tanta lenidad con el trabajo de las encuestadoras que es mucho mas barato y provechoso para los comerciantes de la opinión hacer las encuestas chimbas. Total, van a cobrar lo mismo y siempre serán niños mimados de esta prensa servil e ignorante que tenemos.