SI ME PERDIÓ FUE PORQUE NO ME QUISO
No soy
celosa. Y siempre me he sentido muy orgullosa de no serlo, puesto que pocas
cosas hay tan dañinas en una relación como los celos. Para quien los siente,
son una auténtica maldición y para quien los padece, un asunto que puede
llegar a ser hasta peligroso. Es, en todo caso, una losa que aplasta cualquier
atisbo de amor y deja el sexo malparado. O sea: no conviene. No conviene
bajo ningún punto de vista.
No soy
celosa y, quizá por eso, o por nada, a menudo me he encontrado en el lugar de
quien asume las infidelidades del otro como si fuera un impuesto sentimental. O
algo así. Como quien paga la autopista. Y siempre he acabado pasando página. No
hay nada mejor que dirigir las velas hacia otro lugar donde sople una brisa más
amable.
Pero
antes de cambiar de rumbo, he compartido cenas con amantes oficiales. He
soportado que todo mi entorno supiera lo que yo ni siquiera sospechaba. He
observado conversaciones que se quedaban por la mitad ante mi súbita presencia.
Mensajes ambiguos en el móvil. Perfumes ajenos. Escusas laborales para desaparecer
un fin de semana...Todo eso. Lo consabido.
Nunca
he querido entrar en la paranoia de la desconfianza, de las preguntas entre
lágrimas, de las llamadas persecutorias a horas imposibles, ni de controlar
ningún aspecto de la vida del otro. Eso sí, me he ido sin una palabra. Las
explicaciones, en estas cuestiones, sobran, duelen y son, casi siempre,
mentira.
No soy
celosa, pero he sufrido los celos ajenos hasta la extenuación. ¿De qué? De
todo. De otros hombres, por supuesto. De mi trabajo. De mis amigos. De mi
familia. De mi casa. De mis hijos. De mis sueños. De mis fantasías. De mis
proyectos. De mis viajes. De mi perra, de mis flores, de mis peces. De mis
libros. De mis fotos. De ésa blusa. De mi pasado, mi presente y mi futuro. De
todo. De mí.
Una
sinrazón porque cuando las sospechas, por fin, se hicieron realidad, ya me
había ido o sea que no había ningún motivo para sentirse celoso.
Y no con otro
precisamente, sino con la brisa de mis pensamientos. Siempre tan amables.
Ayanta Barilli trabaja
en un programa radiofónico español basado en un concurso de cartas de amor y
es, también, una excusa para hablar y compartir ideas y experiencias sobre el
misterio de este sentimiento.