El encuentro entre culturas no siempre es afortunado, entender al otro, salir de nuestros hábitos, gustos, costumbres, maneras de pensar, respetar al otro que es distinto es más fácil decirlo que hacerlo, para algunos es muy duro, aprender a vivir juntos es el reto.
Históricamente ha habido mucho atropello, mucha sangre, dolor, aciertos, descubrimientos, incorporaciones, fusiones, creaciones, que conjugan biología y cultura.
La mujer venezolana es prueba de ello, desde sus genes hasta sus costumbres hacen gala los diferentes grupos étnicos de esta tierra, ellas custodian una tradición esencial que nos distingue como pueblo y nos identifica, guardan con celo el PATRIMONIO CULINARIO y los trasmiten de generación en generación tanto en fechas claves como en lo cotidiano, en los hogares y en los caminos nuestras féminas han ido aportando a los sabores locales, con esmero, creatividad y sobre todo cariño.
La puesta en escena de nuestro origen se manifiesta en la mesa, no solo no solo el aporte ancestral sino también las migraciones, las modas, es importante ver lo que cada grupo humano ha incidido en la culinaria venezolana.
De nuestros indígenas tenemos la honra por los antepasados, la oralidad, el aguante, el estoicismo, el orgullo de amar la tierra proveedora, el colectivo, ellos nos enseñaron el consumo de tubérculos, a hacer casabe, el uso del onoto, del ají picante, el arte de envolver alimentos en hojas, el gusto por la carne de cacería y los peces de rio.
Nuestros hermanos venidos de África aportaron la sazón, el sofrito, instrumentos como el pilón, el mortero, comidas con granos, plátanos, coco, el tropezón, la cafunga las conservas de coco y papelón, la sopa de mapuey blanco, el chiguirito, el pescado enbasurado (Zulia) son muestra de ellos.
El blanco previendo siempre, pragmático, montado en el futuro, aporto las conservas, los embutidos, el arte de hornear, nuevas especies (pimienta, jengibre, orégano), los frutos secos, las almendras, cítricos, e aceite, el pan de trigo, platos como la polvorosa de pollo, la olleta de gallo, la torta melosa (postre que le encantaba al Libertador).
Hay comidas que concentran manifestaciones claras de inculturación como es el caso de la hallaca o el pabellón criollo.
Otros son la muestra más autentica de la venezolaneidad, el pan de jamón, los cachitos, los golfeados, la tisana, los tequeños son absolutamente nuestros.
Venezuela es múltiple, policromada, activa, incluyente, con mil sabores y olores, sensaciones y espacios de convivencia, que se manifiestan en las, fiestas, los fines de semana, en lo domestico y en lo grande, haciendo tangible lo mejor del mestizaje en la alimentación nuestra de cada día.
Gisela Tovar.