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27 noviembre, 2010

MADAME LYNCH




Los ricos capitulan siempre, el dinero se opone a la Patria
Guerrera contra los ingleses y la triple alianza (y II)


El 3 de Febrero de 1865, el Presidente argentino Bartolomé Mitre no disimula porqué hay que hacer la guerra al Paraguay. El mismo evoca el traslado de la Triple alianza, que no obstante no será firmado sino el 1º de Mayo, tres meses mas tarde. “La Republica Argentina, dice, debe necesariamente aliarse al Brasil para derribar la abominable dictadura de López- es necesario un argumento democrático- y abrir al comercio del mundo esta espléndida y magnifica región que posee los productos tropicales más variados y los más preciosos y ríos navegables para explorarlos...”

Ya en tiempos de Carlos Antonio López, en 1853, el Paraguay había sido amenazado por una intervención de los marines de los Estados Unidos “para proteger los intereses de los ciudadanos norteamericanos” y el navío U.S Water Witch rondaba poco después por el Alto Paraguay para realizar “exploraciones científicas”.


Pero la Gran Bretaña de la Reina Victoria es la que tiene el interés más inmediato y los mejores medios de presionar en la región. Ella acaba de apoderarse de las Malvinas por un golpe de fuerza, pero en el caso de Paraguay, juzga que los métodos brutales de intervención directa son menos eficaces que la corrupción y el soborno de los vecinos del condominio codiciado.

Mientras que ese Paraguay muestra una prosperidad insolente, una feliz estabilidad y la voluntad de una independencia a partir del civismo de su pueblo; el imperio del Brasil y la Republica Argentina sufren una crisis económica y política profunda y sus graves consecuencias sociales, especialmente el Brasil, cuya fuerza de trabajo significativa es la de los esclavos. Ahora bien, desde 1850 no llega màs de África esta mano de obra, y en 1864, el “gigante anémico”, esta en vísperas de una bancarrota.

Cinco años durará la guerra. Al inicio las ofensivas y las victorias de las tropas paraguayas: en Matto Grosso, en Corrientes, en Uruguayana. Pero costosas en hombres, y difíciles a causa de un armamento en desuso, mientras que los países de Europa reabastecen en material de guerra a los aliados, rehúsan venderlos al Paraguay. Cuando, dado el número de combatientes aliados, la mayoría de los hombres paraguayos han muerto, mutilados o definitivamente inválidos, las mujeres y los niños van al combate. El enemigo los tratará como hace con los hombres, es decir, salvajemente. Los prisioneros son enrolados por la fuerza en el ejército brasileño, cuando no son vendidos como esclavos, o se los asesinan en el campo de batalla.

En la batalla de Acosta Ñu, el 16 de agosto de 1869, encuadrados por quinientos veteranos, tres mil quinientos niños de nueve años resisten todo el día, a veinte mil brasileños, para permitir a Solano López reagrupar más lejos sus tropas. Llegada la noche, los mismos serán degollados, así como adultos. Peor: cuando sus madres intentan enterrarlos el comandante Conde D’Eu hace incendiar el bosque para hacer quemar sus cadáveres.

Como los métodos del Conde D’Eu y del general Duque de Caxias, que hacen arrojar los muertos de cólera las aguas del Paraná “a fin de provocar el contagio a las poblaciones de Corrientes, Entre Ríos y Santa Fe”. Como los del general Bartolomé Mitre, que lanza en primera línea a sus soldados enfermos de viuela para que, hechos prisioneros, contaminen a los paraguayos.

El Conde D’Eu, además, hace incendiar el hospital arrojar en las llamas a los ancianos que intentan escaparse. Tantos hombres son asesinados en esta largas matazas... Las mujeres y lo niños van a mostrar que el pueblo paraguayo esta íntegramente resuelto a combatir la barbarie venida del extranjero.

El 23 de Septiembre de 1868, pretendiendo terminar con la resistencia de los paraguayos, el Duque de Caxias dispone veinte mil hombres de tropas frescas, en posición de atacar los puntos fortificados de Villeta y Angostura, sobre la izquierda del río Paraguay. Lanzan allí cinco mil jinetes. En frente, cuatro mil paraguayos, contando niños de 11 años y viejos de setenta. En los primeros choques, éstos reculan. Elisa Alicia Lynch, en ese momento no lejos del Mariscal, monta de un salto a caballo, llega a todo galope al campamento de mujeres, las reúne por grupos de cincuenta, que empuñan sin dudar palos, azada, cuchillos, para acudir al combate. Estupor en los rangos aliados cuando les atropella esa muchedumbre arrastrada por una silueta de amazona en uniforme de coronel, que galopa sable al aire, provocando el pánico. Sus clarines sonaron la retirada.


Escribe Henry Cabot Lodge en Histoy of Nations, “una joven inglesa, Elisa Lynch, juega un rol muy activo a la cabeza de algunos escuadrones de amazonas…”

Comandante en jefe de esas combatientes- después de tres años de guerra, Paraguay no cuenta sino un hombre por siete mujeres – Elisa acampa con ellas a lo largo de las campañas; sus cuatro hijos también, mientras el mayor, Panchito, participa en los combates.

La Triple Alianza sacrifica allí un millón de hombres, en mayoría esclavos de negros del Brasil. Pero en el Paraguay, que antes de conflicto contaba con 1.337.489 habitantes de ellos quedan cuando se acaba – viejos, inválidos y adolescentes – 106.000 mujeres y 86.079 niños. Entre esos mocosos que combaten, oficiales de diez y seis años mueren rehusando entregar la escapada al enemigo.

De Napoleón III en Sedan, Elisa dirá: “Traicionó a su país. Un emperador muere, sin rendirse jamás…”

Es lo que esta combatiente guarda siempre hasta su último aliento, el recuerdo atroz y glorioso la vez del hombre al que tanto amó, y de su muerte ejemplar, el 1º de Marzo de 1870 en Cerro Corá, la última batalla de la guerra, al borde del río Aquidabán – niguí. Todo estaba entonces perdido. Al Mariscal le restan menos de doscientos hombres – entre ellos Severo Bordes, el violinista gascón que escapará con una pierna menos – detrás de una barricada de barro, contra ocho mil brasileños. Francisco Solano quiere salvar a sus cuatro hijos y a Elisa: ella rehúsa alejarse, Panchito también. El Mariscal avanza hacia sus asaltantes… es allí que el caporal brasileño José Lacerda, llamado Chico Diabo, le hunde su lanza en el vientre. El tiempo de clamar “ muero con mi patria”; un balazo lo remata.

El teniente brasileño Genesio Goncalbes Fraga le corta una oreja, un soldado le arranca un dedo, otro sus dientes. Como recuerdo. La reina Victoria puede estar contenta: la guerra que hicieron por ella el emperador del Brasil, la Republica Argentina y la del Uruguay, a su gloria, se termina.

Inclusive Panchito, el coronel de diez y seis años, que no se rinde, es asesinado cerca de su padre.

Se llega así al fondo de la tragedia. Apartando a los suyos, Elisa entierra a los dos, sola, cavando el suelo con una lanza, delante de los oficiales brasileños mudos que miraran hacia otro lado.

Con sus cuatros hijos y las dos sirvientas, Elisa emprende el viaje a Montevideo, luego a Southampton en barco. “Los ricos capitulan siempre. El dinero se opone a la patria…” habrían dicho por esos días.

Elisa volverá al Paraguay. En primer lugar en 1875, con el mayor de sus hijos, Enrique Venancio. “Madama ha vuelto!”, el pueblo humilde acude feliz a los muelles de Asunción. Pero el presidente Juan B. Gill, la expulsa para satisfacer una vez más “la vindicta pública”. Retornó a Paris; fatiga, desesperación – a veces – antes tanto odio. Ella parte durante un año en peregrinaje: Roma, Alejandría, El Cairo, Beirut, Damasco, Jerusalén, Belén, Nazaret…

Después de un breve paso por su Passy natal, de nuevo en Paris, Elisa habita en el Nº 7 de la calle Blanche Luego enfermará.

Su ultimo deseo: ir a morir en Cerro Corá: “imposible”, dice el medico; es demasiado tarde. El 24 de julio de 1886 la fiebre la devora. Al día siguiente muere.

Sus restos llegan a Asunción, en 1961, y a esta heroína popular, que durante más de un siglo la buena sociedad de los ricos, de los traficantes y de los legionarios, ha cubierto de infamias… le hacen solemnes funerales nacionales. Jamás el pueblo papagayo ha olvidado ni al Mariscal, ni a la que combatió a su lado, a la cabeza de las heroicas mujeres de su país, por la independencia nacional.