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27 noviembre, 2010

Entre Mujeres... porque las cosas no son siempre como parecen

MADRES E HIJAS: ¿AMIGAS O ENEMIGAS?



Nuestros hijos nacen y van creciendo y, a medida que transcurre su desarrollo, compartimos con ellos sus primeros pasos, los guiamos, los ayudamos a tener el equilibrio al caminar, jugamos con ellos e interactuamos con sus amiguitos de la escuela y así, mientras pasan los años, nos interesamos en conocer el entorno amistoso de nuestros retoños. Pero recordamos muchas veces las palabras sabias de nuestras abuelas que decían “que la mejor amiga era la madre de uno”. Si bien es cierto, en muchas familias, las madres e hijas, a parte del vínculo de sangre que las une, también se sienten identificadas con una bella amistad, la complicidad y hasta compartir los secretos más íntimos de sus vivencias, también es muy cierto que estamos a mucha distancia de nuestros hijos, de conocer, saber quién o quiénes son sus amigos o amigas, a quién le confían sus cosas. Cosa que es considerada natural.

Es hermoso observar a una madre caminar, salir o simplemente hablar en algún café de forma amistosa con su hija (o) porque se puede sentir el acercamiento y, a su vez, el fortalecimiento del lazo familiar que es muy importante para el buen desarrollo de ellos como personas. ¡Quién mejor que una madre para aconsejar a un hijo, si lo conocemos mejor que nadie! (o al menos eso es lo que se cree). Todo esto puede resultar muy bonito, pero hay realidades vividas a diario por muchas madres que se ven enfrentadas con sus hijas por no coincidir el algún punto de vista u opinión, cosa que se podría explicar por la falta de madurez, tacto y delicadeza, como por ejemplo: una madre le dice a su hija que le gustaría hacerse una cirugía plástica para mejorar su apariencia, y espera escuchar la voz de apoyo de su hija y ésta lo que responde es: ¡ya tu estás muy vieja para eso, ¿no te da pena que vean que te estiraste el cuero? ¡Más bien yo soy la que me tengo que operar las lolas para verme súper poderosa! Respuesta que le baja el autoestima a cualquier madre y que demuestra la falta de delicadeza que tienen algunas muchachas cuando se refieren a sus madres de manera despectiva. Aunque no lo queramos asumir, vivimos en un país con cultura de misses: todas, desde la más joven hasta la más madurita, quiere estar buenota, porque es eso lo que nos han vendido e inculcado desde hace años.

Actualmente, nuestras hijas gozan de juventud y belleza, pero no saben, o el menos se hacen las desapercibidas, que con el tiempo, las lolas que se operaron se les irán cayendo, sus piernas se llenarán de celulitis y la flacidez se adueñará de su cuerpo. Allí es cuando se acordarán de su madre, que también vivió las mieles de la juventud, pero que cuando quiso rejuvenecerse un poco, no fue apoyada, sino discriminada. Pero ahí estamos nosotras (las madres), apoyando siempre y animando a nuestra bebé a que sea cada día mas hermosa y ayudándola con el empujoncito económico (pagando la operación). Y si el día de su cumpleaños le regalamos un carro o ellos (hijos) o que con su propio esfuerzo ahorraron y lograron obtener el carrito que los lleve a la universidad o al trabajo, y nos invitan a salir a dar una vuelta o a rumbear una noche con sus amigos y al manejar cometen una imprudencia y tratamos de corregir verbalmente el error, la respuesta que recibimos es: “¡si no te gusta como manejo te bajas ya! Este carro es mío y yo manejo como se me da la gana”. Que manera tan sutil de responder a un amigo que es más que un amigo (es la mamá). Pero así es la juventud, impulsiva, que no mide sus palabras, que afectan al sentimiento y cariño de quien lo recibe.

Los amigos muchas veces lo perdonamos todo, las malas palabras, gestos y acciones, algunas veces disculpamos a esos amigos pasados. Así somos nosotras la madres: lo perdonamos todo, no guardamos rencores y menos vemos a nuestros hijos como enemigos, simplemente, nos quitamos el traje de indignación, las ganas de mandarlos al cirujano plástico maxilofacial (para q le arregle los dientes que en nuestro pensamiento nos provoca sacarles de una trompada), y abrazamos a nuestros niños (ya adultos) como si nada ha pasado y volvemos a empezar con nuestro amor y deber de educar, amar y criar a nuestras hijos o hijas.

No existe una escuela para madres y padres, tampoco existe una escuela para hijos, en tal caso es la vida misma nuestra escuela, nuestros valores infundados y creados con el paso de nuestras familias y de nuestra crianza, que si bien fueron buenos o malos valores, somos nosotros mismos quienes debemos corregirlos y educarnos mejor para lograr una superior formación familiar, con amor, comprensión, educación y mucha comunicación.

Aprovechemos estas fechas decembrinas para compartir, salir, hablar. bailar, limar asperezas, realizar en familia y con nuestras amistades la acción de afianzar y estrechar estos lazos en unión y armonía.

No puedo despedirme de mis estimados lectores sin antes escribirle un mensaje navideño: la Navidad es, por un lado, una celebración religiosa, pero también es la época del año, en que dejamos un poco de lado las preocupaciones cotidianas, para reavivar el espíritu de solidaridad, de renacer en las buenas acciones y hacer llegar a nuestros amigos, familiares y conocidos, nuestros mejores deseos; espero que todos tengan un muy feliz año nuevo y que el año nuevo venga lleno de buenas cosas para todos. FELIZ 2011